En el debate de las ideas de nuestro país, el centro del espectro político se ha centrado en el diálogo y la discusión de dos reformas pivotales para el futuro de nuestro país: la reforma fiscal y la reforma constitucional.

Descartes reflexionaba que, para saber si algo es verdadero debe tener evidencia. Y, con relación a estas reformas que quiere impulsar el gobierno, estas son, sin dudas, evidenciables. Pero también es necesario traer al tapete de la mesa una discusión sobre un problema que todavía no se ha iniciado y cuyas evidencias fueron claras y visibles luego de las pasadas elecciones: esta reforma es la reforma electoral.

La República Dominicana ha experimentado una preocupante tendencia de creciente abstención electoral, que refleja una desconexión y desconfianza cada vez mayores de los ciudadanos hacia el sistema político. En las elecciones recientes, como ya es bien sabido, la abstención alcanzó niveles alarmantes, superando el 50% en varias regiones. Con una tendencia al alza, la abstención, a nivel global, es y será, sin dudas, de los principales desafíos a los cuales nos enfrentaremos en el presente siglo.

Hacer que los ciudadanos retomen la fe y la confianza con los estados que los gobiernan no será una tarea fácil. Los movimientos disruptivos y anárquicos que han ido en aumento, en sentimiento y teoría, junto con ideologías políticas que abogan por la disminución del estado, siendo más conservadores que los que abogan por una casi total eliminación del mismo. Esta es una de las principales evidencias de que este sentimiento se ha elevado. Desde la práctica cotidiana, como las protestas por el alza de los precios o la corrupción, hasta los niveles más altos del pensamiento intelectual. Es por esto también que vemos como son posibles fenómenos outsiders y anti-establishment como los de Javier Milei, Donald Trump, Jair Bolsonaro, Nayib Bukele, Pedro Castillo, entre otros.

En definitiva, las sociedades se están cansando de la política tradicional y por esto eligen mandatarios de formas erráticas, guiados por la ira y el odio. En un mundo en el que el uso de la posverdad te puede hacer ganar elecciones, donde la narcopolítica se posiciona en lugares de poder por el uso irrestricto del dinero y el clientelismo, donde convictos y exconvictos son figuras con alta popularidad, es incuestionable que se necesita de una reforma integral y estructural. Hay que revisar, desde los cimientos, que pudo haber causado tal desastre.

En la política de nuestro país, de momento, no podemos decir que se presentan estas situaciones. Aunque, sin embargo, hay que entender los contextos históricos, sociales y culturales de nuestro sistema político. Pero, como vivimos en un mundo globalizado, no podemos vivir ajenos de lo que sucede a nuestro alrededor. Es cierto que la abstención ha crecido en todo el mundo, pero no considero que sean los mismos factores que incidieron en Estados Unidos, por ejemplo, que los que suceden aquí. Otro de los factores que se ha utilizado para explicar la abstención es que en el mundo existe una gran crisis de partidos políticos. Sin embargo, en nuestro país, no se puede entender un candidato que gane una posición de poder sin pertenecer a una de las grandes agrupaciones políticas, o de sus ramificaciones, que heredan gran parte de la misma estructura.

Para el dominicano, en política, pocas cosas importan. Lo demuestra como el transfuguismo es celebrado y no castigado, ni por el votante, ni por el que recibe al tránsfuga. Lo demuestra también la carencia de ideología al votar. La gente suele quejarse de que no hay opciones nuevas, empero, en las pasadas elecciones, los candidatos que presentaron propuestas evidentes –de derecha y de izquierda–, no obtuvieron en conjunto ni el 1%. En nuestro país se vota principalmente por figuras, pero también se vota por partidos.

Por lo antes dicho, he concluido y entiendo, que estos son los verdaderos problemas que han incidido en esta creciente abstención. Más que la falta de nuevas propuestas o las crisis partidarias del exterior es la prostitución de las campañas políticas. En el país, durante toda su historia democrática, el partido que está en el poder busca todos los mecanismos para mantenerlo, cueste lo que cueste. Que el oficialismo se vuelque de lleno para conseguir aumentar su poder, pasando su maquinaria por encima de la oposición, con dinero, con la compra de dirigentes opositores, entre tantos otros vicios, lo que provoca es la desmotivación de los votantes. Los que podrían haber votado por la oposición, no lo hicieron porque no veían posible una victoria, y por el otro lado, los mismos votantes oficialistas, que entendían que ya todo estaba consumado y el triunfo asegurado. Esto lo provocaron las vilmente manipuladas “encuestas”, algunas que descaradamente mostraban al oficialismo cerca del 80%.

El dominicano no se anima a votar si entiende que no tiene posibilidad alguna de que su candidato gane. El que sí acude a las urnas lo hace motivado por un sentimiento mayor, ya sea porque es partidista o por alguna otra razón que lo vincule especialmente a algún candidato y no se turbe por la manipulación de los medios de comunicación. Luego está la parte de los indiferentes apartidistas, que no acuden porque entienden que no hay diferenciación entre los políticos: porque desconfían pavorosamente de ellos, porque se sienten burlados y porque, genuinamente, creen que, por cualquiera que vote, no habrá ninguna diferencia. Este factor es alarmante y debemos cambiarlo. Mientras más personas se desaniman por la oferta política, más adoptan posiciones radicales. Ha sucedido a lo largo de la historia, y cuando sucede, es que entran en acción esos famosos outsiders. El problema particular de este fenómeno en nuestro país es la cultura clientelar y la práctica de comprar la voluntad de la gente que vota.

Con los gastos de campaña —algunos ya públicos–, que realizaron algunos candidatos, nos podemos percatar de una tendencia peligrosa. Entre los que ganaron sus candidaturas, la gran mayoría, gastó mucho más que sus contendores, habiendo, en varios casos, hasta quintuplicado el gasto, por parte de candidatos apoyados por el oficialismo. ¿Acaso esto es síntoma de una voluntad adulterada o de un triunfo comprado? Una reforma electoral debería buscar hacerle más difícil a los candidatos ganar a través de plataformas clientelares. También, revisar ese sistema de representación proporcional que tenemos en nuestro país: el método D’Hondt. Asimismo, que los partidos oficialistas no puedan obtener tanto poder congresual con un sistema proporcional que asegure la participación de partidos minoritarios y con más presencia opositora. Con menos poder congresual, el gobierno de turno no tendría tanta facilidad para utilizar los recursos públicos para financiar sus campañas.

Que en nuestro país los candidatos que ganen sean los que más dinero tengan a su disposición podría acarrear consecuencias indeseables.  Y en el que, con esto, mezclado con la abstención de los indiferentes, podría dar paso a un nefasto desenlace, como el que vivimos décadas atrás, como lo podría ser otra “dictadura con respaldo popular”. Pero que, en este caso, ni respaldo popular necesitaría, ya que esa voluntad es comprable y manipulable a fuerza de billetes. Y podría obtener la victoria por movilizar a una minoría, que decida por la mayoría.

Por más que queramos romantizar el quehacer político, no nos podemos olvidar que está compuesto por políticos, que son seres humanos. Los hombres no nos caracterizamos por ser entes perfectos ni mucho menos justos. Naturalmente, velamos por nuestros propios intereses. Por esto es importante crear un sistema que restrinja o disminuya a la mínima potencia la capacidad de los gobernantes de moldear sus gobiernos y acciones para su beneficio y no para el beneficio popular, y que haya un sistema electoral actualizado para el presente y el futuro cercano. Una reforma electoral es esencial para validar que, en nuestros torneos electorales, la escogencia de los lideres sea en igualdad de condiciones, para garantizar una democracia que represente verdaderamente la voluntad del pueblo.