Es verdad que la razón no nos salva, que ésta no es suficiente para aclararnos el camino, que tal vez Unamuno estaba en lo cierto con aquello de que “todo lo racional es antivital, y todo lo vital es irracional”, pero en medio de tanta oscuridad es una de las herramientas esenciales de que podemos disponer para aproximarnos al entendimiento asuntos de seria importancia en relación con la aventura humana sobre la Tierra.

Como Pascal sabía que la razón es una amplia fuente de dudas, no sólo recomendaba que a Dios se le amara con el corazón, sino que afirmaba que era la única forma de hacerlo, por eso sostenía aquello de que “el corazón tiene razón que la razón no conoce”. Y por eso habla de lo privilegiados que han sido aquellos seres en cuyos corazones Dios ha sembrado directamente el amor hacia Él. Sin embargo, una gran cantidad de cristianos, incapaces de amar a Dios con el corazón, muchos de ellos enganchados a intelectuales, prefieren refutar a los agnósticos y los ateos por medios racionales, los mismos medios que éstos usan para intentar plantear, que no probar, la posible no existencia de Dios, aunque estos planteamientos no resulten del todo convincentes.

Muchos creyentes, sin amor real en su corazón para Dios ni sus semejantes, intentan demostrarnos que la existencia de Dios es tan evidente que no necesita demostración, que toda la “maravilla” de la “creación” lo evidencia. Escribe Pascal: “Es el corazón el que siente a Dios, y no la razón. La fe es esto: Dios sensible al corazón, no a la razón”.

Hace unos meses estuve en los Cuadernos de Cioran y los puse a un lado para entregarme a la relectura  del excelente tomito de los Pensamientos de Pascal, que leí hace muchos años y que volví a disfrutar con la serenidad de que no disponía en aquel tiempo en que mi incredulidad religiosa estaba imbuida de una agresividad militante. Apunto aquí estas maravillosas reflexiones del pensador de marras, aquél de quien dijo el iluminado Nietzsche: “No podemos perdonarle al cristianismo que nos haya arrancado almas tan grande como la de Pascal:

1—“(…) He dicho muchas veces que la desgracia de los hombres viene de una sola cosa: de no saberse estarse quieto en su cuarto”.

2—Así, la principal cosa que sostiene a los hombres en los grandes cargos, tan penosos por otra parte, es que constantemente les impiden pensar en sí mismos”.

Leo sin mayores desagrados al Pascal que parece creer ciegamente en el “pecado original”, que se alarma de que a los ateos no les importe este asunto, ni algo tan vital como la “inmortalidad del alma”. Tolero al Pascal que entiende que el mayor mérito del cristiano es sentirse vil y abominable, y sin embargo amado por Dios que es “fuente inagotable de pureza”. “No os asombréis al ver que las gentes sencillas creen sin razonar. Dios les da amor por Él y aborrecimiento por sí mismos”, escribe este hombre de genio.

Aún en estos tiempos, supongo que todavía existen millones de cristianos con estas características que apunta Pascal: “No quieren amar sino a Dios, no quieren aborrecerse sino a sí mismos. Sienten que, por sí mismos, carecen de fuerzas, no pueden ir a Dios, y, si Dios no viene a ellos, no pueden tener ninguna comunicación con Él”.

Sin embargo, este otro Pascal me seduce hasta el deleite: “Es divertido este deseo que tenemos de hallar el reposo en compañía de nuestros semejantes. Miserables como somos, no nos ayudarán: moriremos solos. Es preciso, pues, hacer como si ya se estuviera solo(…)”

Un "cristiano" entusiasta

Un cristiano que, alegando como un “error católico” los crímenes de la Inquisición y Las Cruzadas, es capaz de aseverar que las matanzas de Starlin, que era un ateo, según el expositor, fueron más numerosas, tiene bastante claro, dada su innegable formación intelectual, que la mayoría de los gobernantes criminales de la historia, si bien no eran todos practicantes de una determinada fe religiosa, no eran ateos. Para qué poner ejemplos.

Este mismo religioso militante, ante la expresión de alguien pidiendo que fuésemos liberados del fanatismo religioso, le salió al frente a tal petición, y de paso le pidió a su dios que nos liberara del fanatismo antirreligioso que, según él, es mucho peor. Hombre de fe, incluso artista de primer orden de su generación expresó también públicamente que los ateos lo que hacen básicamente es fomentar el odio. Ahora sólo falta que algún “erudito” de la “fe” nos intente hacer creer que todos los horrores del mundo los han ejecutado los ateos. Por suerte, mis amigos no creyentes han reaccionado con admirable tolerancia ante tales incendiarias consideraciones de ese varón de la fe evangélica.

Quizás sea una ingenuidad de mi parte, pero me está dando con creer que el sujeto protestante de que venimos hablando, por la virulencia que expresa en defensa de la fe religiosa y en contra de lo que entiende “la maldad de los ateos”, puede que en cualquier momento, como San Ignacio de Loyola y otros varones de fe, le dé con encabezar alguna cruzada contra los “infieles”.

Ese hombre de genio científico y fe cristiana de nombre Blase Pascal, utilizó con frecuencia en sus famosos Pensamientos expresiones muy duras contra los ateos, los acusó de crueles, indiferentes, insensibles; se preguntaba cómo se podía ser tan duro de sentimiento hasta el punto de que a estos (los ateos) no les interese para nada asunto tan importante como lo es “la inmortalidad del alma”. Sin embargo, este mismo hombre que sostiene que “deberíamos (los cristianos) empezar por despreciar a los ateos, pero no conviene hacerlo, pues esto los perjudica”, consignó que “es mejor compadecerlos”.

Algunos “cristianos” intolerantes deberían adoptar esta línea de pensamiento dado que, desde su punto de vista, los ateos, en su condición de “renegados”, están inexorablemente perdidos para la “gracia”, para el merecimiento del “cielo” que su dios tiene reservado para los “buenos” y los “justos”; es como si los no creyentes estuviesen condenados de antemano.