«Si quieres mantener tu integridad, generalmente serás crítico, porque muchas de las cosas que suceden merecen críticas. Pero es muy difícil ser crítico si uno forma parte de los círculos de poder». -Noam Chomsky-.
La sociedad dominicana cada vez más ajena, por acción u omisión, a los procesos sociales, económicos y culturales en los que intervienen los hombres que juegan al mando y la obediencia, se va transformando en un receptáculo de humo disuasor de realidades que, malinterpretando la mano poderosa de la dialéctica planteada por Heráclito, eliminan del sentido común la necesidad de exigir, a través del sufragismo cuestionante, propuestas sustanciales para el devenir del desarrollo de la gente y prolonga la mediocridad en un sistema defectuoso, absurdo y banal.
En ese contexto, se sumerge en un abismo profundo el germen utópico de la lucha de las clases, fofas en la sagrada interpretación del escalón que ocupan en la taxonomía social derivada de la escala de necesidades y las satisfacciones materiales de la existencia. La culpa no es de uno, para negar a Benedetti en un su afán por demostrarse responsable en un asunto donde prima el olvido y el desamor, la culpa es de muchos. O quizá de todos los que arropados por las díscolas plataformas digitales, la corta temporalidad de eventos trascendentes y la involución del pensamiento como herramienta crítica, olvidaron la genuina razón del ente político.
La ciencia que ayer creó las bases de una conceptualización epistemológica del manejo adecuado del erario, con la perfecta interpretación de los sentimientos colectivos y la base de un forcejeo dogmático en procura del establecimiento de la igualdad, va de mal en peor en lo referente a la comprensión de los ejes sustentantes surgidos a partir del jacobinismo y el girondinismo. Poco o nada importan los principios doctrinarios en los que basó Koprowski su teoría sobre el origen de las ideas. En definitiva, son las ideas, el elemento más escaso en el proceder de gente que solo aspira a gestionar recursos económicos, sin antes aprender o valorar en su justa dimensión la posible mejora a través de la política, de la vida de sus semejantes.
De aquellas exigencias nacidas de variables sociales concretas, eminentemente inmutables, solo quedan residuos insignificantes. Pequeñas apuestas reminiscentes, relegadas a un plano inferior por nuestros dirigentes, notoriamente seducidos por los emojis, las visualizaciones y los likes. Decididos con empeño a cambiar valores ideológicos sólidos por formalismos estéticos de la nueva prosapia criolla. Anclados en arenas movedizas, que igual que a las ideas, nos hunden sin piedad a un pantano frío y profundo del que posiblemente no podremos salir.
Las excepciones de actores comprometidos con su desarrollo cognitivo a someterse al riguroso cedazo de la confrontación argumentativa, a producir conceptos desprendidos de la acumulación de contenido para desarrollar, en función de un criterio propio, nuevas formas de dirigir la res-pública, se cuentan con los dedos de las manos. Probablemente, no todos estamos dispuestos a resistir el calvario de la buena formación política acorde al instrumento partidario que nos sirve de manto para dar sentido a la lucha que se suscita en la búsqueda del poder. Poder derivado de un conglomerado adocenado, desprovisto de herramientas de lucha y obligado al consumo masivo de la basura digital.
En esas condiciones ha debido desarrollar nuestro sistema de partidos su vínculo más cercano con la interpretación de sus cánones y la aprobación colectiva del accionar en beneficio de los ciudadanos. Un prototipo fragmentario, carente de las células articuladoras del ADN, surgido procesos al vapor. Mismos que son huecos, distraídos, sin la armadura del político tribuno generador de debates sobre el devenir de los procesos futuros en pos de unificar las mayorías en torno a su visión de Estado. Lastimosamente, esta es la realidad de muchos, mal llamados, candidatos.