Vamos a tratar de buscar la raíz de mis pecados a partir de lo que nos dice la primera carta de S. Juan 4, 20-21: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y al mismo tiempo odia a su hermano, es un mentiroso. Pues si uno no ama a su hermano, a quien ve, tampoco puede amar a Dios, a quien no ve”.
Tenemos que conocer y aborrecer la malicia del pecado porque el pecado tiene su encanto. El pecado tiene una fuerza que me atrae, me imanta… S. Pablo nos dice:”…no entiendo el resultado de mis acciones, pues no hago lo que quiero, y en cambio aquello que odio es precisamente lo que hago”, (Rom.7,15). No hacemos el bien que queremos.
Debemos ser muy observadores de nosotros mismos porque el pecado tiene su “trillo”, su “atajo”, que me aleja de lo que le da sentido a mi vida, marchita la “semilla de Dios en mí” y me aleja del Otro. Es por eso, que el pecado me hace daño a mí y al otro. En este sentido, siguiendo el trillo del pecado podemos llegar a “enredarnos”; es decir, cometer el pecado disimuladamente, sin que los demás se den cuenta.; o podemos “encadenarnos”, es decir, cometer el pecado descaradamente.
Según Gn. 3,5 la gente ha escogido hacer el mal (lo malo, el pecado) desde el inicio de la humanidad: Ser como Dios para imponerse al otro, lo cual es muy diferente a ser como Dios en la misericordia, para salvar, Mt. 5,48. Ser perfecto como el Padre que está en el cielo. Ser como Dios siendo misericordioso es querer y buscar el bien para el que sufre y para el que hace sufrir. Esto no es fácil…
El pecado es un absurdo, una irracionalidad porque es hacer lo que yo rechazo del otro. Pecado es hacer daño conscientemente al otro y a mí, por yo buscar un beneficio aparente e inmediato; porque después de realizar lo ansiosamente deseado…, viene la decepción, la tristeza, el desencanto, la frustración y si continúo haciéndolo llega el endurecimiento del corazón, el encadenamiento, el encerramiento en mí mismo, el empecatamiento, empecinamiento…
Ahora podemos preguntarnos:
Ø Cuál es la raíz de mi pecado?
Ø Cuál es el trillo de mi pecado?
Ø Por qué me dejo dominar de la irracionalidad?
No podemos dejar de echar una mirada a lo malo que todos y todas hacemos; a eso le llaman “pecado social”: lucro, violencia, consumo exagerado, sexo desenfrenado, poder embaucador, vida fácil y placentera a costa del sufrimiento y explotación del otro. Hasta qué punto yo me dejo llevar por estos atractivos? El Profeta Amós nos alerta: “Los de Israel han cometido tantas maldades que no dejaré de castigarlos; pues venden al inocente por dinero y al pobre por un par de sandalias. Oprimen y humillan a los pobres, y se niegan a hacer justicia a los humildes. El padre y el hijo se acuestan con la misma mujer, profanando así mi santo nombre”.
El pecado personal y el pecado social nos hacen inmisericordes. Perdemos el sentido de compasión; es decir, no somos solidarios con el que hacemos y/o hacen sufrir…
Ordinariamente somos más propensos hacer una crítica a otro que un cuestionamiento a nosotros mismos. Para poder cambiar desde nuestro interior, tenemos que “caer en la cuenta” y ser valientes: cortar por lo sano para sacar de raíz el mal que nos desvía. Cerrar el atajo del pecado y seguir a Jesús que es “camino, la verdad y la vida”… Y nos invita a tener en cuenta al Otro como a mí.