Durante el siglo XIX y parte del siglo XX la vida económica de Santiago de los Caballeros, centro del comercio de toda la Región del Cibao, se fundamentaba en el cultivo del tabaco. El eco mercado del tabaco logró gestar una sólida red de relaciones entre cosecheros, comerciantes, almacenistas y exportadores que concentraban todo el capital comercial. Por sus efectos “económicos, civiles y políticos”, el tabaco fue percibido por Bonó en el siglo XIX como el verdadero “Padre de la Patria”. 

Además de la economía del tabaco, en Santiago, así como en la mayoría de los pueblos del país, desde inicios del siglo XVIII se desarrolló la producción de ron mediante el uso de alambiques para destilar alcohol a partir de la melaza, los cuales operaban tanto en el interior como en el exterior del perímetro urbano. Incluso el general Gregorio Luperón se hizo eco de la estruendosa explosión de los alambiques cuando el incendio de la ciudad de Santiago el 6 de septiembre de 1863, en el contexto de la Guerra Restauradora. 

Según el censo rural realizado en Santiago en 1919, existían 7,557 tareas sembradas de caña, sobre todo en Los Ciruelos y López (708), Guardarraya de Baitoa (460), El Guano (190), San José Adentro (169), La Jagua (149), Baitoa (87) y otros lugares, que empleaban 37 trapiches movidos con fuerza animal y solo tres con vapor. De acuerdo con Espaillat en los períodos en que abundaba la melaza, o miel de purga, resultaba difícil contratar un jornalero: “Cuando una seca no viene a echarlo a perder todo, y estas se van haciendo cada vez frecuentes, el melado se pone tan barato, que no se puede pagar ni siquiera una peseta por un jornal”. (1) 

Para destilar la melaza, obtenida a partir de la caña de azúcar, se empleaban dos tipos de alambiques, los de cabezote, que eran bastante rudimentarios y otros de mayor eficiencia, los de chorro continuo con capacidad para destilar hasta 100 galones de alcohol en 10 horas y cuyo precio oscilaba entre $175 y $180. Los alambiques se clasificaban por puntos, un punto representaba 3.5 galones de alcohol que producía alrededor de 100 galones al mes. Posteriormente, una nueva Ley del Congreso definió el punto de los alambiques en 60 galones al mes, con un grado alcohólico de 18 y establecía un pago de impuesto de 0.30 centavos por galón de alcohol de 20 grados.  

Pero no solo los jornaleros ingerían ron, sino que también lo hacían otros sectores de mayores ingresos vinculados a la producción de tabaco, mientras los más acaudalados consumían bebidas extranjeras de elevada calidad, cuya importación se hizo más expedita luego de la construcción del ferrocarril central dominicano, como veremos más adelante.  

 

Para 1867 la mayoría de los productores de ron poseían alambiques de un punto y solo tenían de más de un punto los siguientes productores: Julia e hijos (punto y medio), Pedro R. Espaillat (dos puntos), Ulises F. Espaillat, quien firmaba por Augusto R. Espaillat, (dos puntos), José Bordas (punto y medio), el catalán Joaquín Beltrán (punto y medio) y P. López (dos puntos). Otros se clasificaban de acuerdo con el tamaño de la paila. (3)  

En 1891 Jacinto Ramírez de Nibaje y Manuel de Peña poseían alambiques de cuatro puntos mientras Regino Almánzar, Hijos de Beltrán, Francisco Pereira y Victoriano Pérez aparecían con alambiques de 2.5 puntos. (4)  

Los Hijos de Beltrán 

De acuerdo con un anuncio que publicaban frecuentemente en la prensa de la época, esta casa se formó en 1808 los “antecesores” de J. Viñols y continuada en 1860 por el catalán Joaquín Beltrán y a partir de 1888 se llamó los Hijos de Beltrán. Sus instalaciones fabriles estaban ubicadas en la calle Cuesta Blanca esquina Ex Convento y en la calle Las rosas. Además del anisado, destilaban ron, el Joaquín Beltrán y el Pedro Jiménez, tenían un depósito de vinos españoles y franceses.  

El primero de ellos fue alabado por el apóstol José Martí cuando lo degustó en su visita al país en 1892 en la casa de La Reforma del general Máximo Gómez. En la Exposición de Bruselas de 1896 Joaquín Beltrán obtuvo medalla de oro. La casa licorera poseía agentes en diferentes ciudades del país. (5) 

Manuel de Js. Tavares  

Algunos empresarios, como Manuel de Js. Tavares combinaba las actividades comerciales con la producción de alcohol. Su casa comercial, fundada en 1863 y ubicada en la calle del Comercio esquina Libertad, en 1867 poseía un alambique de un punto, en 1885 uno de cuatro puntos, según el periódico Eco del Pueblo del 8 de marzo de ese año. En enero de 1891 el Ayuntamiento de Santiago le concedió una patente para operar dos alambiques de tres puntos lo cual lo convirtió en el mayor productor de ron, en 1895 se le otorgó otra patente para instalar una destilería.  

En enero de 1900, de acuerdo con las patentes expedidas, todavía Manuel de Js. Tavares conservaba un alambique de seis puntos, seguido de Manuel de Peña, de tres puntos y solo los Hijos de Beltrán con uno de 2.5 puntos. 

Su famoso Ron Tavares resultó premiado en cuantas exposiciones internacionales concurrió: París 1889, mención honorífica en Bruselas en 1897 y en la Exposición Regional del Cibao en la cual se le otorgó una medalla de oro. (6)  

Además de los tipos de ron, Tavares y Gallito, la empresa producía otras bebidas productos como ginebra, licores, amargo, aguardiente, vino tinto y el preparado bay rum que se publicitaban en los periódicos de la época. En 1909 Manuel de Js. Tavares Sucs. ofrecía el alcohol superior a $1.80 el galón, en un anuncio publicado en El Diario del 7 de mayo de 1909. 

Erasmo Bermúdez (1825-1907) y la Sin Rival 

Era farmacéutico empírico oriundo de Venezuela que en 1852 elaboró un preparado medicinal al que llamó Amargo Panacea, de una elevada graduación alcohólica, que luego se ingería como aperitivo. Asociado con su hijo, Aquiles Bermúdez, fundó la empresa La Sin Rival, botica y licorería, ubicada en la calle del Comercio, la cual quedó reducida a cenizas durante la Guerra Restauradora, aunque sus propietarios lograron ser indemnizados por las autoridades españolas.  

En 1897 la empresa licorera la dirigía su hijo José Armando Bermúdez Rochet, aunque José Ignacio Bermúdez figuraba como su apoderado, y producía los rones Cidra, El Toro y Palo Viejo, de gran consumo en el mercado licorero, además de otros licores. Disponía de una avanzada tecnología para la época como máquinas de lavar, de pegar etiquetas, de poner tapones, impulsadas por energía eléctrica. Su empleomanía estaba compuesta por doce empleados, cincuenta operarios y varios agentes de venta. 

Para obtener la materia prima, el señor Bermúdez poseía una finca de seis mil tareas en la sección de Banegas, Villa González, y la regaba con las aguas del río Yaque del Norte, donde construyó varios edificios e instaló maquinarias para la confección de azúcar y melado. 

Manuel Bermúdez 

Su destilería, instalada en 1900, se hallaba ubicada en la avenida Duarte y la calidad de sus aparatos de destilación y calderas le permitían la fabricación de un alcohol de alto grado rectificado con un total de veinte empleados. En su finca cercana a la ciudad producía la melaza que requería su empresa. (7) 

El aumento de los impuestos. Pedro F. Bonó y la petición de un alambiquero 

Uno de los problemas que enfrentaban de forma constante los productores de ron era el continuo incremento de los impuestos por los distintos gobiernos. A inicios de 1900 el Congreso Nacional impuso una contribución de diez centavos a cada galón de romo, de fuerza de 18 grados, que los alambiques de la República produjesen diariamente en sus destilaciones más un centavo por cada grado más de fuerza en dichos licores, con el pretexto de moralidad y de contención de los homicidios.  

Con característica agudeza, Pedro Francisco Bonó, quien ejercía el oficio de alambiquero en San Francisco de Macorís, en su “Petición de un alambiquero”, del 25 de abril de 1900, planteaba que “las altas esferas gubernamentales” se habían propuesto “destruir de raíz el haz del pequeño trabajo secular de la nación para sustituirlo con el del fabricante trabajo moderno perfeccionado”. 

Como en torno a la producción de ron se generó una compleja red de personas que participaban de una forma directa e indirectamente en la elaboración del producto, con esta decisión se afectaban a los destiladores, fundidores, toneleros, leñadores, albañiles, ingenios, trapiches, bueyes de molino, de carga, baterías y un gran número de personas cuya vida dependía de la industria, los cuales quedarían sin empleos y en la condición de vagos. Bonó solicitaba al Congreso abrogar el párrafo de la tarifa la ley de patentes de ese año. (8) 

Al no obtener respuesta del Congreso, los propietarios de alambiques le enviaron una carta al presidente del Ayuntamiento de Santiago en la cual le solicitaban aplazar el cobro del impuesto. Proponían que para calcular el impuesto se tomara como referencia que un punto de alambique representaba 3.5 galones de alcohol, equivalentes a 100 galones al mes, y se cobrara por adelantado al dueño del alambique sobre esta base, destile esa cantidad o ninguna. 

Asimismo, alegaron que en Santiago el rigor de la nueva ley de impuesto venía a “herir de muerte” la “molienda de la caña” que representaba una “grande y provechosa industria” para un gran número de pequeños propietarios rurales. Entendían que el referido impuesto parecía haber sido creado para Santo Domingo donde los alambiques pertenecían a los dueños de las grandes fincas de caña o se proveían de mieles en ellas. (9)  

Más impuestos en 1904 

En noviembre de 1904 el Congreso Nacional aprobó una nueva Ley de impuestos sobre alcoholes y en diciembre de 1904 los destiladores de Santiago le plantearon al ministro de Hacienda y Comercio, Lic. Federico Velázquez, las “inconveniencias más trascendentales” y la reforma o suspensión de la ley, ya publicada en la Gaceta Oficial, pues esta destruiría los alambiques, afectaría las rentas comunales y del fisco, liquidaba de otros gremios, cuyo bienestar influye en la riqueza y tranquilidad de la sociedad. “Ya causa pesar el ver como regresan a sus hogares cargados con sus productos y sus desengaños, los pobres meladeros”, decían en su misiva. 

Se preguntaban sobre la cantidad de compatriotas que afectaría la aplicación repentina de la ley en la circunstancia económica prevaleciente en el país y la suerte que correrían cultivadores de caña, los dueños de ingenios, los toneleros fabricantes de los envases, los arrieros encargados de conducir las melazas hasta la ciudad y los jornaleros empleados en la destilación. (10) 

Como respuesta a la protesta de los alambiqueros las autoridades gubernamentales alegaron que el impuesto solo afectaba a los consumidores de ron. Sin embargo, como ya lo dijo Bonó en 1900 en el texto antes citado, la producción de ron beneficiaba a la agricultura, al comercio, a la farmacia, a las artes mecánicas, a la vida doméstica, etc., pues desde Noé se ha bebido todo alcohol que cualquier sustancia o procedimiento produzca como vino, cerveza, whisky, sambumbia, etc. 

Este nuevo impuesto, de 0.30 centavos por cada galón de ron que se produjera, triplicaba el impuesto anterior y gravaba la producción futura de alcohol y también la producción pasada que lo había pagado ya bajo la ley anterior, es decir, tenía un carácter retroactivo. Los productores de ron, como Manuel de Js. Tavares, optaron por cerrar sus alambiques.  

La gran destilería del ingenio Santa Fe de San Pedro de Macorís decidieron abrir las válvulas de los depósitos y derramar miles de galones de alcohol, para evitar la doble tributación. Lo mismo hizo la Casa Loinaz de Puerto Plata y de otros lugares del país. (11) El aumento de los impuestos propició el contrabando de alcoholes desde Haití, sobre todo en el sur del país, y de otros lugares del país que lo producían de forma clandestina. 

Carta de Manuel de Js. Tavares  

En una carta dirigida al Ayuntamiento el señor M. de J. Tavares expuso que la nueva Ley arrojó luz sobre el tema de los impuestos pues el punto en alambique lo representaban 60 galones de capacidad de la paila de fermentación, y hasta ese momento sobre esta base habían pagado su contribución de patentes los destiladores de Santiago.  

Pero que la nueva Ley votada por el Congreso Nacional, establecía que por punto se debía entender la producción de 60 galones (o menos) de 18 grados, y que, si se quería considerar esta ampliación de la Ley como una rebaja en la patente de los alambiques, está aconsejada dicha rebaja en la patente de la otra Ley que establecía a favor del fisco el impuesto de 30 centavos por galón de alcohol de 20º, pues cada uno de sus dos alambiques producía a lo sumo 36 galones. Por tanto, a su destilería solo le correspondía pagar patente de un punto, en caso de que decidiera iniciar de nuevo la producción de ron pues en diciembre de 1904 había decidido no continuar en dicha actividad. (12) También clausuraron sus destilerías Emilio Vásquez de Palo Amarillo, Victoriano Pérez, Pedro Pablo Pérez de Nibaje y otros. (12) 

Referencias 

(1) U. F. Espaillat, “Inmigración”, en Escritos, Santo Domingo, Sociedad Dominicana de Bibliófilos, 1987, p. 127. José F. Chez Checo en El ron en la historia dominicana, t. I, Santo Domingo, Ediciones Centenario de Brugal, 1988, cita en extenso el fragmento de Espaillat, pp. 193-194. 

(2) Manuel Moreno Fraginals, El ingenio. Complejo económico social cubano del azúcar, La Habana, 1978, p. 245. 

(3) José F. Chez Checo, El ron en la historia dominicana, t. I, Santo Domingo, Ediciones Centenario de Brugal, 1988, p. 182. 

(4) Boletín Municipal, No. 106, 30 de enero de 1891. 

(5) El anuncio se publicó en el periódico Las Noticias de Santiago el 10 de julio de 1894 y lo reproduce el historiador Chez Checo en el libro antes citado, p. 241. También aparece un anuncio en El Eco del Cibao, el 27 de octubre de 1904.  

(6) Edwin Espinal, Manuel de Js. Tavares Portes en el centenario de su fallecimiento, 1906-2006, Santo Domingo, 2006, pp. 85-93.  

(7) Libro Azul, Santo Domingo, Publicaciones de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, Editora Taller, 1976, p. 138. (El libro lo editó José del Castillo y lleva prólogo de R. Cassá). 

(8) “Petición de un alambiquero”, en E. Rodríguez (editor), Papeles de Pedro Francisco Bonó, Barcelona, 1980, pp. 413-416. La solicitud la firmaban: Manuel de Js. Tavares, Abelardo Viñas, Jacinto Ramírez, Manuel de Peña, William Palmer, Francisco Pereira, Joaquín Beltrán, Victoriano Pérez, Julia Vda. Molina y Armando Bermúdez. 

(9) Boletín Municipal, 6 de marzo de 1900, Alcance al No. 335. 

(10) El Eco del Cibao, 24 de diciembre de 1904. 

(11) Ibidem. 

(12) Boletín Municipal, No. 444, 18 de febrero de 1905.