El domingo 27 de octubre fue proclamada la Constitución de Luis Abinader, que destaca porque unifica las elecciones municipales y congresuales con las presidenciales, contrario a lo que habría hecho el Dr. Peña Gómez y el viejo perredeismo.

Yo me enteré en diferido por Youtube. Porque al domingo estuve principalmente atento a la proclamación de la Unión Clasista de Trabajadores, UCT, y de la Asamblea Nacional de Organizaciones Populares, ambos centrados en una respuesta popular de masas al derroterero cada vez más impopular del gobierno.

Pero confieso que ni siquiera sabía que sería proclamada la Constitución de Luis Abinader, que sigue siendo con mucho la de Leonel Fernández. Es decir, que puede decirse que la recién proclamada Constitución es la Fernández-Abinader. Porque mantiene la sustancia neoinstitucionalista de aquella, que no es buena; y agrega elementos de retroceso que esa no tenía.

Esta es mala más mala.

Pero lo que quiero destacar es que el acto de proclamación fue un acto gris, frío, y sin que el pueblo y el país político le dieran mayor importancia.

Esto dice cómo estamos en el país; mejor dicho cómo está la política.

La proclamación de una Constitución es un hecho de relevancia política en cualquier país y momento.

Aquí no lo ha sido en este momento de la política dominicana. Mal. Muy mal.

Y no me hago el desentendido. No me excluyo.

También no estoy bien. Soy de la izquierda, y no resistimos el "como caña pal ingenio" que impuso el gobierno y su aplastante mayoría en el congreso al conocimiento de su proyecto de reforma constitucional.

Así que me autocritico.