En República Dominicana se ha activado una alarma que ha despertado la suspicacia. Una que trae consigo fuertes temores y el fantasma de una de las primeras tragedias del siglo XXI que marcó a la humanidad. Ha surgido la preocupación por el aumento de la comunidad musulmana en algunas provincias y en el vecino país Haití.

 

Si bien esto es algo que el experto en geopolítica, el profesor Iván Ernesto Gatón Rosa, ha advertido durante casi una década, con brillantes propuestas de cómo debe abordarse, es ahora en medio del azote de una crisis política, civil y económica en Haití que el tema comienza a ocupar titulares en los medios noticiosos dominicanos y a despertar el interés de las autoridades.

Sobre esa base, varias personas ya han mostrado preocupaciones de que el pensamiento fundamentalista alcance el país, de que se asuman prácticas opresoras contra las mujeres, de que se proscriba el alegre modo de vida del dominicano, de que la yihad (obligación religiosa del islam para sus adeptos) contravenga el orden legal y constitucional dominicano, o que, en el peor de los casos, puedan surgir movimientos ideológicos que preconicen la yihad radicalmente (yihadistas) para provocar escenarios terroristas.

 

La simple concepción de todas esas posibilidades deja claro que el pensamiento fundamentalista es alta e inminentemente peligroso para el país. Pero con esto no hablo del pensamiento islámico, sino del pensamiento islamofóbico y adoctrinante que conduce a creer que «islamismo» es equivalente a «opresión» y «terrorismo». La intolerancia religiosa es el verdadero pensamiento fundamentalista que se debe prevenir en República Dominicana.

 

La discriminación religiosa contra el islam no es nueva. Pero es a partir del 11 de septiembre de 2001, con la destrucción de las torres gemelas del complejo World Trade Center en el Bajo Manhattan de la ciudad de New York, que se ha incrementado, con la promoción de una imagen negativa de sus seguidores, los musulmanes, que han sido estereotipados como el modelo de la violencia patriarcal y como terroristas.

 

Esas etiquetas, si bien provienen de sociedades que aún sangran por las heridas de sus tragedias, solo han servido para ejercer toda clase de discriminación contra millones de personas honestas y pacíficas que simplemente coincidieron en profesar la misma fe que algunas personas violentas. Pero nadie está libre del pecado de pertenecer a la misma religión que alguna persona violenta. Las diversas formas de vivir la fe permiten suponer que ninguna religión es violenta en sí misma, sino que son las personas quienes pueden ser violentas, y estas podrían ser musulmanas, católicas, protestantes, budistas o de cualquier religión.

 

Las Santas Inquisiciones de la Edad Media, donde católicos quemaron mujeres y hombres por ejercer su pensamiento libre; Las persecuciones del rey Enrique VIII en la Inglaterra de 1534 con el Acta de Supremacía, donde protestantes asesinaron decenas de católicos (entre ellos Tomás Moro y el Obispo Juan Fisher) por no reconocer al rey como cabeza de la iglesia; El Genocidio Rohinyá en pleno siglo XXI en Birmania con la «Campaña 969», donde monjes budistas arrebataron la vida a miles de musulmanes; son algunos episodios de la historia humana que ilustran que la violencia no tiene religión, y que en todas las religiones hay personas violentas.

 

Por ello, cualquier proceso de acercamiento oficial que deba realizarse con los distintos movimientos religiosos que puedan surgir en una sociedad, no debe basarse en estereotipos, pues el prejuicio destruye cualquier observación objetiva. Tampoco debe hacerse generando alarmismo, pues se corre el riesgo de despertar miedos y paranoias que desencadenen en rechazo, violencia, y otras formas de discriminación basada en religión que podrían constituir crímenes de odio. Y esas prácticas intolerantes que ya han degenerado la decencia y la bondad de varios países desarrollados, es el mal que República Dominicana debe prevenir.

 

Por supuesto, hay grupos que estarían interesados no solo en poner en el foco de atención a los grupos musulmanes, también se interesarían en promover el odio, generar temor y situaciones de conflicto con otras religiones. De algún modo, hay quienes ven nobleza y beneficios en provocar que dos facciones con ideas opuestas se maten entre sí, haciendo que recurran a lo que el filósofo surcoreano Byung-Chul Han se refiere como la dialéctica de la violencia en su obra La expulsión de lo distinto (2017).

 

Pero en una sociedad como la dominicana, donde la generosidad propia de su pueblo ha sido una marca internacional de la calidez que recibe quienes visitan el país, y donde la historia se destaca por la ausencia de divisiones internas, no sería la primera vez que tratan de desnaturalizar la realidad para intentar dividir al pueblo y crear conflictos.

 

Se ha visto como rechazando el debate y el sano diálogo para optar por manipulaciones, se ha pretendido tornar a la mujer contra el hombre, a los hijos contra los padres, a los pobres contra los ricos, a los homosexuales contra los heterosexuales, a los de piel oscura contra los de piel clara, al trabajador contra su empleador y al pueblo contra sus servidores públicos. Y es muy probable que los mismos generadores de odio pudiesen estar interesados en alterar la sana convivencia que hasta ahora ha tenido el pueblo dominicano con los musulmanes por más de 20 años.

 

Debemos generar consciencia de todo esto, ser cuidadosos y nunca ceder ante la manipulación, la paranoia, los estereotipos, el miedo, el odio y el adoctrinamiento. Es necesario buscar mejores métodos que el materialismo dialéctico para enfrentar los retos del constitucionalismo en sociedades multiculturales. Una verdadera inclusividad y un verdadero respeto a la diversidad no puede lograrse a través de la promoción del odio y el conflicto. Pues la convivencia fraterna y la paz social que están fijadas como valores fundamentales en la Constitución, nunca deben ser sacrificados.