Nos proponemos hacer una lectura desde la teoría de la argumentación. Aristóteles describe varios tipos de audiencias en el libro de la Retórica: en los discursos apodícticos, aquella que está sometida a los dictámenes del orador; en los discursos deliberativos (propios de las asambleas y reuniones políticas), en la cual el orador tiene que esforzarse para convencer o persuadir; la que participa en los tribunales donde se producen discursos para dilucidar determinadas acciones que tuvieron lugar en el pasado o el presente; y la que está compuesta por gente ignorante, quienes se comportan de manera irracional porque desconoce de lo que se están tratando.
En los interrogatorios a Jesús, según los relatos de los cuatro evangelios sinópticos, hay una audiencia poderosa, una especie de clan religioso, que manipularon al público asistente al juicio y presionaron al pretor romano para la condena de Jesús. ¿Por qué harían eso? Lo sabemos: porque el liderazgo de Jesús era persuasivo y le estaba quitando poder y credibilidad en el pueblo. Sus argumentos más fuertes era su personalidad, su estilo de vida sencilla y de cercanía a la gente. Utilizaba metáforas, epítetos y parábolas de la vida cotidiana. Aunque no era un rabino, estaba muy documentado de los textos del antiguo testamento con un fino sentido de la observación de sus opositores. Los empleaba cada vez que estos le tendían emboscadas para meterlo en problemas y tener evidencias de las cuales pudieran acusarlo. En una ocasión dijo a los discípulos y al pueblo, refiriéndose a los estilos de vida de esa élite poderosa, que se había acomodado en la cátedra de Moisés: “Preparan pesadas cargas, muy difíciles de llevar, y las echan sobre las espaldas de la gente, pero ellos ni siquiera levantan un dedo para moverlas”.(Mt,23:4)
Emergió con una propuesta diferente, despertando la envidia y el recelo de esos grupos que tenían control de las tradiciones religiosas. Fariseos, saduceos, sumos sacerdotes, senadores y letrados limaron sus diferencias para quitar del medio a quien había logrado posicionarse de forma increíble en la audiencia popular y que estaba calando en las altos estamentos, como el militar romano, a quien le curó milagrosamente su hijo o el fariseo Nicodemo, que solapadamente lo había visitado de noche por miedo a su clan.
En el primer juicio de Jesús ante Pilato, el Consejo utilizó artimañas para justificar su muerte; buscaron testigos falsos, calumnias, entre otros. Aún así no pudieron persuadir al pretor romano para que viera culpabilidad en él. Este actuó con el rol de juez y no vio conexión entre los hechos que narraban contra el acusado y la realidad. Confió más en Jesús que sus acusadores sin este defenderse. Al ver la insistencia de la audiencia que no cesaba, remitió a Jesús al tetrarca Herodes para que lo juzgara.
De acuerdo Aristóteles, cuando los créditos del orador son fuertes, -etho o actitud interior de una buena voluntad-, se hace muy difícil probar la acusación(Libro II,2 y 5). Las evidencias en el ámbito jurídico, de acuerdo a Perelman, aparecen como fuerza argumentativa si son reconocidas por la audiencia, ante la cual no puede menos que ceder un juez y como signo de verdad que se impone por el enlace psicológico con lo lógico(Tratado de la Argumentación: 1958: 34). Pero no se logra esa conexión según el parecer de Pilato para que este les complazca.
Cuando Jesús llega donde Herodes es interrogado. El tetrarca se quiere divertir, ridiculizarlo. Les pide milagros, pero su respuesta argumentativa fue el silencio. Reacciona con la calma ante la provocación, a pesar de su agotamiento físico y mala noche. Al recibir una agresión física, Jesús se defiende con la palabra para hacerle ver que no tuvo razón en la bofetada, pues no le había faltado el respeto a la autoridad. Pidió un argumento que evidenciara qué había faltado para ser tratado de ese modo. Ante la falta de argumentos, respondió con violencia y lo envió a casa a Caifás como un prisionero.
Hay ocasiones, dice Aristóteles, en que no la vale la pena argumentar ante ciertos interlocutores en los que se rebaja el orador. Jesús se dio cuenta del tipo de persona de Herodes, pusilánime, arrogante y prepotente. Soportó su burla, sus acciones para ridiculizarlo y su desprecio y no dijo nada. Como indica Perelman, recurrir a ridiculizar al adversario sin justificación alguna tiene un efecto contrario porque el ridículo en la argumentación juega un papel análogo al del absurdo en la demostración (p. 322). Entre burlas y escarnios Jesús fue remitido de nuevo donde Pilato. (Lc 22: 11)
En el segundo momento del juicio, Pilato en su rol d juez, insiste en su inocencia. Reúne al Consejo de sumos sacerdotes, ancianos y magistrados y les dice: “Me han traído a este hombre como un alborotador del pueblo, pero yo lo he interrogado delante de ustedes y no he hallado ninguno de los delitos que lo acusan”(Lc, 23:14). Estos grupos sienten que van a perder el pleito y temen. Entonces, juegan desesperados, con otra estrategia: abandonan la argumentación racional para probar la culpabilidad y recurren a lo emocional, a provocar caos, pánico y alboroto en la audiencia.
Es normal que se apele a las emociones cuando no se tienen buenos argumentos. Aumenta la presión. No hubo otra audiencia alternativa que presionara para soltarlo, ni siquiera de tantas personas a los que salvó la vida. Pilatos deja de lado su rol de juez y actúa como un político, pues podía aquello salirse de su control y quería evitarlo. Decide condenarlo y soltar a un criminal a petición del reclamo de la audiencia. Ganaría más entre los grupos de poder en su carrera política y evitaría consecuencias impredecibles ante las autoridades de Roma. Además sabía que Jesús no era una persona que perteneciera a un grupo de poder. Estaba solo y aislado.
En cuanto a la defensa de Jesús, su línea argumentativa no buscaba recusar a sus agresores, pero tampoco humillarse ante ellos para pedir su liberación. Eso lo colocaba en el mismo plano, pues sería absurdo que un liderazgo de su dignidad les siga el juego a sus verdugos, capaces de todo con tal de sacarlo de circulación. Mancillaron su cuerpo, pero no su espíritu.
Tampoco deseaba zafarse de la muerte en la crucifixión, sino probar que la religión del clan que lo condenaba era injusta y debían cambiar para ser más coherente con la tradición de Moisés y los profetas, a quien él rindió tributo y dijo que no cambiaría ni una letra de la ley. Pero, era tan fuerte el arraigo en mantener un estatus económico, religioso y social, que prefirieron condenarlo sabiendo que era injusto y que venía de Dios.
Para muchos críticos, parecería que Jesús perdió el juicio. Fue lo contrario, concomitante con su misión divina, los ganó pues quedó claro que se condenaba a un inocente y ponía en tela de juicio hasta dónde puede llegar la maldad del ser humano y la complicidad de los que se dicen buenos. Las respuestas a Pilato en el pretorio, cuando este les insistía en que le respondiera fue una muestra de sabiduría ante un fallo inminente: “¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?” Jesús le contestó con mucha autoridad: “No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor”.
En conclusión, la manipulación y la presión de la audiencia juegan un papel importante en el éxito de una argumentación en el discurso político y judicial. Quien controla la audiencia, puede controlar lo que puede decir el argumentador. Sin embargo, el ethos es el más poderoso de los argumentos, sobre todo, si forman parte de los valores de las audiencias en sus contextos, aún adversos.