Las academias han sido los centros de discusiones sobre los distintos modelos de conocimientos. En estos espacios se podía construir un armazón de reflexiones. Se formularon diseños teóricos y metodológicos para reflexionar sobre el sentido de nuestra existencia. Esta fue una distinción soberana, con las cuales se construyeron narrativas sobre diversos conceptos: como el de verdad, unidad, finalidad, valor, objetividad, subjetividad, necesidad, falacias, libertad, justicia, paz y persona, entre otros. Hoy la discusión se establece en la calle, a través de los postulados que se enuncian en el ciberespacio.
La cuestión es compleja. Porque muchos de los/as divulgadores/as, no tienen, ni siquiera, la idea de una historia de disputas y de tratamiento metafísico sobre cómo se construye el conocimiento. Ni siquiera saben cómo esos estados inacabados de respuestas, formaban parte de nuestra memoria, en los relatos de los campos epistemológicos. Cabe decir que son figuras del conocimiento que no son estáticas, más bien, abiertas al diálogo.
No obstante, las narrativas se escapan y diluyen en los espacios de la posverdad. Y lo que otrora, fue un campo controlado por las academias, pasa a ser un estado manejado, por un sinnúmero de personas, no académicas, según sus racionalidades en la esfera navegable del ciberespacio. Dicen que es un estado de licuefacción total. Es una boca enrojecida, por la saliva de los besos de Hefestos.
Los modelos interpretativos están hechos con barro. Se corresponden, a cuerpos que se anclan en esos mares políticos e históricos que ni siquiera entienden, pero formulan ruido para explicar la guerra y la fragilidad de la vida misma. Esto es la posverdad, un lugar movible y extraño que puede usar cualquiera, venga de donde venga.
Y está tarea se complica, con la cantidad de narrativas que se exponen en un ágora que acepta cualquier respuesta, sin contar con un basamento mediado, por la fe y la memoria de nuestras academias. Y no me quiero quejar, pero ya no debieran exigir los títulos universitarios. Cualquiera puede construir un discurso y tener miles de seguidores en el ciberespacio. Solo tienen que crear imágenes, mentiras o inventos sin fundamentos, ni reflexión entre otras tantas presunciones seudocientíficas. Le vale madre, las facultades universitarias. Dirían algunos que esta situación particular es lo que caracteriza el espíritu de memoria fugaz de la época.
Es un trayecto que loa, el sentido de la brevedad. Sus expectativas de instrucciones son un elogia a la nada. En el cual, la histeria o neurosis de conversión es la deseable para tales misterios metafísicos. Es el discreto encanto de aceptar, la cordelería de los trapecistas porno que son promocionados por “los influencers” de la vacuidad. Basado en el teatro del encanto de pluralidades llenas de secretos.
El locus postmoderno no me irrita. Ni tampoco, los entrenados por Prometeo. Ellos con sus pellizcos son simuladores. Prometen amasar y hornear galletas en los celestiales espacios de los elegidos, para poder agarrar los quesitos, mazapanes o jamones de pata negra. Son ellos, los que asumen con pasión, el legado del fuego. Una cólera abrumadora que se mueve con los comunes y los discursos cotidianos de la furia, la venganza, el odio y el egoísmo. Viejos dilemas que acompañan, a los seres humanos, sin importar las ofrendas votivas a Dios, o los castigos de las plagas que aseguraron los profetas.
Mi elección es una elegía a la melancolía. El otro continuado apunta, a la sentencia de una psicosis de borde, que promueve, la guerra total. Ellos nunca serán los elegidos para brillar como la constelación de Acuario, el Escanciador. Ellos son los sociópata que dan vergüenza por su fracaso político y cultura de cancelación.
Ellos no pertenecen a los linajes herederos del círculo de Mallarmé que sentía un gran deseo por tertulias, reflexiones y proximidades diversas, con el encanto de producir una riqueza conceptual, donde manejan estrategias y sentires poéticos sobre el futuro. Esta es una época de frivolidades y de abismos, donde se tortura con el control. Es un jardín que se vigila para que no surjan sorpresas. Empero, la prosa de la paz, promete esperanza.
¿Qué diría hoy Verlaine, Baudelaire y Manet sobre estos enredes geopolíticos que hablan de una segunda guerra fría, y otros que afirman sobre los apocalípticos abismos de una guerra nuclear? Creo que estarían de acuerdo, en explicar que tales actos están dentro de una metafísica del mal. Y entendería que la negación de la paz, es la bofetada del siglo.
Y qué les pasa, a los heridos de la guerra, a los torturados, por tantas visuales de destrucción. Cómo podríamos recuperar psíquica o económicamente, a los trastornados con las pérdidas económicas o de la vida de sus familiares. Cómo vamos a recuperar los bosques, manglares por las gulas turísticas y ríos en esos espacios de guerra y de posverdad. Quiénes aplicaran justicias contra aquellos que han dado sádicos tratamientos, a los prisioneros, entre los diferentes interesados que persisten en sostener estas tempestades. Qué dirán los registros históricos de esta época.
Se hablará de nuevo en los centros académicos sobre la producción de conocimientos para la paz. Cómo tratará, la memoria histórica sobre estos momentos de escándalos reales y virtuales. Se tratará de una historia reflexiva, con una radical vergüenza. ¿Cómo nos organizaremos para detener a los duendes profanos del mal, los que somos hijos e hijas de Casandra?