La política persigue dos objetivos fundamentales relacionados entre sí: la consecución y obtención de poder con fines específicos (constructivos o destructivos); y la organización y resolución de los conflictos que se derivan de las interacciones humanas en una sociedad.

La convivencia entre los hombres y las mujeres en grupos sociales siempre se articulará en el marco de las necesarias e inevitables tensiones, discrepancias, competencias y luchas resultantes de las interacciones humanas. Armonizar estos variados intereses mediante los acuerdos necesarios es la tarea de la política en democracia.

Las tensiones y la conflictividad representan el signo distintivo de toda sociedad, debido a que el germen del conflicto está en el “propio hombre”; sus variados intereses y expectativas individuales. El hombre pagó el coste de restringir parte de sus legítimos intereses, libertades y anhelos individuales con la finalidad de cooperar para favorecer los intereses colectivos en aras de convivir en sociedad como única alternativa de sobrevivencia.

Armonizar los diversos intereses de los individuos y grupos que interactúan en la sociedad, sólo es posible a través de las instituciones y sus diversos mecanismos e instrumentos. La política –en democracia– es el arte, oficio, técnica o ciencia del manejo de los conflictos y las tensiones para su armonización. La política crea las instituciones como espacios donde deben dirimirse estos conflictos. Mientras que de las instituciones surgen
las reglas y pactos o el necesario e imprescindible “contrato social” que define los acuerdos y normas para la convivencia entre los seres humanos.

Estas normas se presuponen de igual cumplimiento para todos los miembros de la sociedad, sin importar su posición en la pirámide social o del poder. Avanzar en una sociedad donde las instituciones no funcionan o son débiles, o donde éstas son sustituidas por liderazgo “unipersonal y mesiánico”, se hace muy cuesta arriba.

Las instituciones no son estáticas, tienen carácter histórico y cultural. Estas van cambiando y fortaleciendo en la medida en que sufren los embates de la conflictividad social y van armonizando y pactando los conflictos. Esta práctica va construyendo y afianzando la cultura democrática en los componentes de la sociedad.

Construir cultura democrática es fundamental para los cambios sociales. La diversidad y el respeto de ésta sólo es aceptada cuando la cultura democrática se hace práctica cotidiana. El escaso desarrollo humano en nuestro país, la negación de derechos, los niveles de pobreza y desigualdad, la corrupción sistémica y la impunidad, entre otros males, tienen como elemento común la escasa institucionalidad de nuestro país. Reconstruirla y fortalecerla es una tarea fundamental de este nuevo ciclo político iniciado a partir de los procesos políticos recientes que culminaron en la derrota del PLD y la articulación de la coalición político-social encabezada por la participación de la gente y sus reclamos en las plazas y calles que hicieron posible la asunción al gobierno del presidente Luis Abinader.