TEL AVIV – La invasión rusa a gran escala de Ucrania del año pasado impulsó a Occidente no solo a oponerse al Kremlin, sino también a otros rivales, especialmente a una China cada vez más asertiva; pero el mes pasado el presidente francés Emmanuel Macron viajó a Pekín, donde declaró que en temas sensibles como el de Taiwán Europa no debe seguir simplemente el ejemplo estadounidense. Esto no gustó a Estados Unidos, pero tampoco debió sorprenderlo.

Como la mayoría de los políticos franceses —desde Marine Le Pen en la extrema derecha hasta Jean-Luc Mélenchon en la extrema izquierda— Macron es gaullista. Lo suyo, más que una ideología claramente definida, es una sensibilidad compartida. Tampoco se trata, como muchos creen, de un simple antiamericanismo francés. En lugar de eso es mejor describirlo como un sentimiento nacional, no muy diferente del peronismo argentino, que refleja el legado «espiritual» del general Charles de Gaulle.

Ese legado fue captado en la descripción que Winston Churchill hizo del general: cuando De Gaulle huyó a Londres en junio de 1940, pocos días después de que Francia cayera ante la Alemania nazi, Churchill declaró que este llevaba consigo «el honor de Francia». También queda ejemplificado en la insistencia de De Gaulle —para frustración de sus benefactores angloamericanos— de que Francia fuera considerada un aliado en igualdad de condiciones.

Se suponía que la Quinta República, que De Gaulle estableció cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, revitalizaría el sentido de propósito francés. Él esperaba que Francia —una nación estado soberana e independiente— se convirtiera en un miembro influyente de la alianza occidental y no en un subordinado de EE. UU. Para dirigir a esta nueva Francia creó una presidencia tan poderosa que bien podría haber constituido una monarquía.

Es en el marco de esta tradición que Macron actúa de manera audaz, unilateral y a veces polémica, tanto en su país —por ejemplo, evitando a la Asamblea Nacional para implementar una reforma jubilatoria impopular— como en el extranjero. Como probablemente De Gaulle hubiera hecho, Macron insta desde hace mucho a Europa a no dejar su seguridad en manos de los estadounidenses y a buscar la «autonomía estratégica».

Esta campaña se intensificó durante la presidencia de Donald Trump, cuando Macron declaró que la OTAN sufría «muerte cerebral» y advirtió que Europa solo podría «mantener el control de su propio destino» si comenzaba a considerarse a sí misma como una potencia geopolítica. Pero incluso cuando la inestabilidad de Trump dejó al descubierto los riesgos de depender de EE. UU., pocos europeos estaban preparados para dar el salto hacia la autonomía estratégica, aunque muchos lo hicieran de la boca para afuera.

Fue necesaria la guerra de Ucrania para que Europa finalmente comenzara a invertir en sus propias capacidades militares. Se podría pensar que los estadounidenses —que durante mucho tiempo se quejaron de que los países europeos se negaran a cubrir los gastos de su propia defensa— verían este cambio con buenos ojos, pero la expansión de las capacidades defensivas europeas y su búsqueda de la soberanía estratégica les causaron aprensión.

Macron también desafió a EE. UU. en otras áreas. Aunque se mostró complacido con la elección de Joe Biden —quien se comprometió a reparar los daños que causó Trump a las relaciones transatlánticas— no dudó en criticar la Ley de Reducción de la Inflación, que incluye gigantescos subsidios a las empresas estadounidenses a expensas de sus contrapartes europeas. De acuerdo con su visión (que no responde al gaullismo tradicional), el libre comercio es fundamental para reforzar al frente democrático contra el eje autoritario ruso-chino.

También se mostró en desacuerdo con la decisión de Biden de establecer la alianza AUKUS de seguridad y tecnología con Australia y el Reino Unido. No solo Europa quedó excluida de las herméticas negociaciones, el acuerdo llevó además a que Australia abandonara un lucrativo contrato submarino con Francia.

Pero los polémicos comentarios de Macron sobre Taiwán no son meras represalias frente al desprecio estadounidense por los intereses franceses. El Indopacífico contiene al 93 % de la zona económica exclusiva francesa y alberga a un millón y medio de ciudadanos franceses. Esto requiere una política independiente para la región.

Por supuesto, Francia —al igual que otras potencias europeas— sigue considerando a la alianza transatlántica como fundamental para sus intereses; pero, siguiendo la tradición gaullista, no se percibe como subordinada, sino como un igual y un líder. En 2021 Francia condujo un ejercicio naval con los países del Diálogo de Seguridad Cuadrilateral, o Quad: Australia, India, Japón y EE. UU.; y en marzo participó en el mayor ejercicio militar con la fuerzas aliadas en décadas. Pocas semanas después, la UE y EE. UU. llevaron a cabo un ejercicio naval conjunto en el Indopacífico.

Vale la pena señalar que Macron comparte el deseo estadounidense de contener a China, por eso su país está actualizando sus capacidades operativas en el Indopacífico y aumentando la coordinación con socios como Japón e India; pero se niega a entender la rivalidad sistémica de Occidente con China en términos de suma cero. La cooperación con EE. UU. es fundamental, pero también lo es una diplomacia de mentalidad más abierta en el Indopacífico, incluso frente a China.

Es posible imaginar enfoques peores para la región. Si pensamos en el historial estadounidense de guerras fútiles y oscilaciones entre cooperación y el aislacionismo, tal vez la variante gaullista de Macron sea la opción más sensata disponible.

Traducción al español por Antitranslation

Fuente: https://www.project-syndicate.org/commentary/macron-beijing-visit-controversial-taiwan-comments-by-shlomo-ben-ami-2023-05/spanish