Hace unas semanas el reconocido economista y buen amigo Nelson Suarez dijo una frase que me hizo reflexionar: “No estamos tan mal como dice la oposición, ni tan bien como dice el gobierno”.

Esas palabras me pusieron a pensar sobre muchas cosas que he estado diciendo y esforzándome porque se ejecuten, especialmente aquellas que tienen que ver con la desigualdad, la pobreza, el modelo de producción, la institucionalidad democrática, etc.,  siempre fundamentado en una visión desarrollista profundamente humana, que ha guiado toda mi dilatada vida.

Ciertamente, como he señalado en la mayoría de mis escritos, crecemos, pero con mucha desigualdad y pobreza. Tenemos grandes retrasos en educación, salud y seguridad social, así como en materia institucional. Eso significa que nuestro crecimiento no se ha convertido en desarrollo, que es algo más porque implica el ser humano, su calidad de vida, su futuro. Pero aun con esas deficiencias podríamos decir, irónicamente, al ver lo que ocurre en otras latitudes, que tenemos suerte de vivir aquí.

Ustedes se imaginan lo que significa ser pobre en un país frío, no tener techo, ni un vecino capaz de compartir un mendrugo, sin mangos que marotear, ni ropa que ponerse y estar rodeados de rascacielos, grandes avenidas y vitrinas lujosas. Sin las expectativas de un chiripeo o instalar un ventorrillo ambulante de ventas de frutas o cualquier otro producto, vistiendo en camisilla en pleno invierno.

Tenemos una clase política que da pena, muchos de nuestros congresistas son analfabetos funcionales y un día se puede tirar una piedra y no pasa de ahí, y en otro llueven los insultos entre legisladores en el hemiciclo y luego se toman una cerveza juntos para refrescarse. O mejor, una copa de buen vino.

Así es el Congreso aquí, a diferencia de otros países, donde abundan los congresistas cultos, conocedores de su oficio, pero conspiradores y golpistas, fascistoides por naturaleza y vocación.

Cuando pienso en eso, casi me dan ganas de llevarle un ramo de rosas a todos los nuestros que no me he cansado de atacar.

Los dominicanos del teteo, del desorden en las calles, no son tan pobres si se compara con otros países, pues comen y le sobra para una fría y hacen mucho ruido, pero son una minoría.

Son unos pocos también, pero más pesados, los que conforman el 10% de la población que reciben el 55% del ingreso mientras el 10% más desfavorecido recibe apenas el 1%. O los que producen el caos en el tránsito vehicular y hasta nuestros delincuentes.

Mayoría son las mipymes formales e informales que constituyen el 90% de las industrias de manufacturera local y aportan más del 38% al PIB.

De ellas se habla poco y el mérito de nuestro crecimiento se le atribuye especialmente al turismo y las remesas, pero esas remesas las produce nuestra exportación de mano de obra.

En una palabra, nuestro “paraíso” se sostiene principalmente por la solidaridad y esfuerzo de los dominicanos de menos ingreso junto a un grupo importante de empresarios que apuestan por su país, así como por nuestro clima y una clase política que a pesar de sus grandes deficiencias ha contribuido a mantener una estabilidad política envidiable.  La pobreza nos golpea, pero no nos tumba.

Por eso podemos decir, con menos ironía que, como en la región de los ciegos el tuerto es rey, es un privilegio vivir en nuestro país.

Aunque debo confesar que no soy ni seré nunca conformista y aspiro a mucho más y, por tanto, mientras tenga fuerza seguiré luchando por construir mis utopías.