Vivimos en un mundo dominado por la exposición pública. La información, los pseudoconceptos y la apología de ideas sin sustento caracterizan a las redes sociales que nos brindan, o más bien nos bombardean, recetas mágicas a cada instante para ser felices, para ser eternamente jóvenes, para satisfacer todas nuestras expectativas y deseos o neutralizar nuestros miedos y preocupaciones… hasta llegar a la meta: el éxito, la riqueza o el poder. Es la adicción a las emociones gratificantes.

Se trata de una grave enfermedad, silenciosa y persistente, como diría el psiquiatra español Juan Coullaut Jáuregi, muy “perniciosa”, cuyo tratamiento debe ser crónico a fin de controlar sus efectos. En la actualidad, este mal padecido por muchos de manera inconsciente está en nuestras dinámicas, en nuestras motivaciones diarias, con conceptos tan destructivos como llegar a calificar a algunas personas como “tóxicas”, un término sin duda perturbador y sobre todo inaceptable.

Todo conocimiento es un proceso, necesita del tiempo para asentarse en nuestra mente. Si la filosofía es el amor al conocimiento, esta enfermedad es lo antagónico y es de lo más complejo y difícil de tratar, dada la nula conciencia de quienes la padecen: personas alienadas en un mar de ideas y prejuicios sin sustento.

La capacidad de transmisión de esta enfermedad es tal que no tiene un perfil de personas afectadas (por edad, género…), sino que puede golpear a cualquiera y, sobre todo, a aquellos que se consideran inmunes a esta patología, que suelen ser los casos que consideramos críticos y cuya solución es más compleja de lo usual.

Por otra parte, ni tan siquiera existe consenso sobre cómo abordar este fenómeno social en medio del ruido ensordecedor y envolvente de las redes sociales. Es muy complicado expresar las consecuencias de esta grave patología y de su estado actual de cronificación.

En revisiones y estudios anteriores de épocas en las que todo era más lento y su propagación menos fuerte, en aquel tiempo (hoy tan lejano) el impacto era mínimo dado que su expansión no estaba vehiculada por el mundo digital, que tiene tal impacto que, si no ponemos un poco de orden en nuestra mente y nos hacemos más selectivos, nos veremos afectados por una de las enfermedades más difíciles que he conocido hasta ahora.

Esta enfermedad que nos consume como colectivo, no importa dónde desarrollemos nuestra actividad, sea en una sociedad desarrollada o subdesarrollada, del primer mundo o del quinto mundo, se llama “Ignorancia ”… y para tratarla tenemos que realizar cada día ejercicios de humildad y de constricción. Porque nadie está libre de poder ser víctima de ella. El día que usted considere que lo sabe todo o que las recetas mágicas existen… me permito diagnosticarle una profunda, crónica y difícilmente remediable ignorancia… Porque el conocimiento no tiene fin, sino que es un camino diario y continuo de búsqueda y aprendizaje. Así nos lo enseñaron y nos lo enseñan tantos y tantos abnegados profesores y profesoras de nuestro país.

La adecuada selección de las fuentes de información, que debieran caracterizarse por el rigor y la fiabilidad, la lectura de las obras de referencia en las diferentes ciencias, la filosofía, la historia o la literatura, la modestia intelectual (esa cualidad que distingue a los verdaderos genios)… parecen consejos apropiados, dictados ciertamente por el sentido común, y, sin embargo, tan poco atendidos en este mundo de hoy, que vive pendiente de no sobrepasar los estrictos 140 caracteres, del último “reel” o de los “me gusta”…