"Pues lo cierto es que hoy en día, nadie puede llamarse escritor si no pone seriamente en duda su derecho a serlo". Elías Canetti

Se escribe, al menos si atiendo a mi particular manera de abordar la literatura, desde dos puntos muy distantes de una misma esfera. El primero, y desde luego al que me siento más cercano,  trata de comunicar una idea, una preocupación esencialmente humana y por tanto de naturaleza universal. Esa inquietud es la misma cualquiera que sea el tiempo o el espacio en el que es expresada, sin importar el poeta, escritor o pensador que reflexione en torno a ella. De Homero a Franklin Mieses Burgos, todos y cada uno de ellos han tratado y se sigue haciendo de igual modo -desde la destreza que a cada uno le otorga el talento- temas que afectan al ser humano como tal: la soledad, la traición, la venganza, la envidia, el amor o el desamor entre muchos otros. Y precisamente en el hecho de caminar este sendero, hay quienes manifiestan una fuerza tan arrolladora y vicaria, que nos amarran a sus letras de una generación a otra. Un verso de Neruda, de Pessoa, un cuento de Jorge Luis Borges no pretende en ningún momento regodearse en sí mismo, sino todo lo contrario. El escritor que trasciende cualquier dimensión de lugar y tiempo parte de una intimidad personal, sincera y profundamente sencilla y por ser de este modo su legado llega a convertirse en parte de uno mismo y de todos, deviniendo así en universal.  Macondo y sus habitantes en "Cien años de soledad", nos permiten conocer las tribulaciones de las gentes que lo pueblan, personajes que a su vez podemos encontrar en cualquier otro lugar y cuya naturaleza es idéntica a la de todo el conglomerado de personas que habitamos el planeta. No existe, por otro lado, en el autor ni en sus letras la más mínima intención de apabullar a los lectores con conocimientos extraordinarios ni una prosa ostentosa. No hay en Gabriel García Márquez más propósito que el de contar una historia que le es cercana.

Hay, sin embargo, una forma muy distinta de expresarse a la anterior . Un punto, situado  en las antípodas del primero, que se manifiesta abiertamente pedante, altanero y a la vez insustancial. Un modo de entender la literatura que se pretende elevado y docto en su afán por exhibir un discurso elitista cuando solo es farragoso y que se llena de citas por los cuatro costados, en un desesperado intento por ocultar una procedencia geográfica que, en ciertos casos, parece serle incómoda como bien dice Julio Ramón Ribeyro : "La ostentación literaria de muchos escritores latinoamericanos. Su complejo de proceder de zonas periféricas, subdesarrolladas, su temor a que los tomen por incultos (…) Su propio brillo los desluce".  Son autores que, tanto en sus textos como en sus artículos, parecen anhelar haber nacido del vientre mismo de la biblioteca de Alejandría. Sus letras, faltas siempre de frescura, se presentan densas y falsas en el seno de un pretencioso discurso.

Si algo descubrieron los escritores del boom latinoamericano fue su pertenencia a una comunidad que nada tenía que ver ni tampoco que envidiar, en su modo de expresarse, a un mundo de luces incandescentes y de bombillas que tienden a apagar su fulgor con el paso de los años. Todos escaparon de la penosa figura del pseudointelectual de pasillos y eventos, personaje este último muy común en ámbitos diversos y que como ya he manifestado en otras ocasiones, poco o nada tiene que ver- al menos a mis ojos- con ese escritor auténtico que jamás persigue cámaras y micrófonos ni busca ser primera plana en la revista de turno.

El verdadero escritor carece de tiempo para andar figurando de evento en evento mostrando pecho, no se pretende especial ni se postula como el último filósofo o escritor llegado de Harvard o del centro mismo de París. Por el contrario ese escritor posee dos características que lo distinguen entre todos los demás. La primera es una sincera y decidida vocación por la soledad. La segunda es reconocer que uno ha de ir a veces a contracorriente sin ceder a la tentación de armonizar con un mundo que en gran medida se muestra disarmónico y contradictorio.

Personalmente tengo como referente y modelo de buen hacer en este sentido a un gran escritor, un amigo muy apreciado del que me reservo su nombre. Hubo un tiempo en que lo encontraba de vez en cuando en el supermercado, empujando su carrito de compra con absoluta humildad. Cuando nos cruzábamos entre góndolas, hablábamos de cualquier cosa menos de literatura y a menudo solíamos reír  por las ocurrencias compartidas. Él, siempre atento y delicado en el trato, no concibe la pedantería literaria pues en nada tiene que ver con su persona. En realidad, esta manera suya de ser no es tan distinta a la de muchos otros escritores que asumen un rol de bajo perfil en los medios. Haruki Murakami afirma en este sentido: "Tengo pánico a convertirme en una celebridad y tomo todas las medidas necesarias para que eso no ocurra. Nunca aparezco en la televisión, no voy a las fiestas –odio las fiestas–, no doy charlas, no tengo amigos famosos, no tengo amigos escritores, no aparezco en librerías para firmar mis libros". Es este modo personal e íntimo de asumir la literatura a lo que yo llamo -definitivamente- ser un escritor verdadero.