Nuevamente estremecidos por ruidos de guerra. Crece la lista de pueblos invadidos por vecinos cercanos o distantes. En América hemos tenido tantas y tan dolorosas experiencias ….  Nuestra conciencia se rebela y condena toda invasión.

La paz no nace de la derrota, humillación y sumisión forzada de adversarios. Avanza con la paz. No hay alternativa. La “Pax Romana” y equivalentes contemporáneos son sucedáneos engañosos, disfrazados por la propaganda, preludios de la próxima guerra.

La paz requiere convivencia en la diversidad. La pretensión de superioridad de una cultura, una economía o una forma de estado, impuesta a otros pueblos, al margen de la diversidad cultural, y de la historia de conformación de variados territorios/poblacion y polos civilizatorios, ha sido base de conflagraciones locales y mundiales.

La cultura “occidental mediterránea”, de rica tradición grecorromana y judeocristiana, enriquecida por Europa, y luego por Estados Unidos, se expandió por todo el planeta, unificando al mundo, al ritmo de la colonización y del neocolonialismo. Al poderío militar y económico, acompañó un conjunto de valores y concepciones: Un modelo económico (el capitalismo y su noción de desarrollo y de progreso): un modelo de estado (democracia representativa con separación de poderes); una concepción religiosa (el monoteísmo judeocristiano católico y protestante); del conocimiento y de las ciencias (el positivismo, la tecno ciencia); de la política (la democracia liberal); de las relaciones con la naturaleza (dominación en beneficio de la producción); y una diplomacia maniquea de cañoneras para apoyar o desestabilizar regímenes “aliados” o “enemigos”. Esta hegemonía, construida durante tres siglos, consolidó una perspectiva de superioridad y de exclusividad, ante cualquier otra experiencia histórica y cultural.  Los éxitos en el desarrollo de las fuerzas productivas, en la capacidad de producción de bienes y servicios y en el mejoramiento de la calidad de vida, legitimaron este proceso “civilizatorio” globalizante.

El surgimiento de la Unión Soviética, la revolución China y los procesos de descolonización en África y Asia, fortalecieron un escenario de polarización ideológica entre “occidente” y “oriente”, entre “capitalismo” “socialismo” (“guerra fría”), que debió haber acabado cuando implosionó el “Campo Socialista” y emergió un mundo unipolar, bajo la hegemonía norteamericana. Entonces (1990) surgió la propuesta del “Nuevo Orden Mundial” y la ideología neoliberal se hizo predominante, por los procesos de “globalización” y el debilitamiento de los estados nacionales.

Desde entonces, el mundo no ha tenido paz, las crisis económicas se han sucedido una tras otra. Muchas poblaciones empobrecidas resienten estas realidades y, en muchos casos, la subordinación es sostenida por la vía militar. En la actualidad existen más de 60 focos de tensión y violencia armada, en diferentes regiones. El planeta ha sido sembrado de bases militares que resultan amenazantes para los países sede o sus vecinos, y una onerosa carga para la economía y la ciudadanía.

Esta hegemonía unipolar ha engendrado absurdos inaceptables. La prioridad ya no es la libertad ni la calidad de la vida. Mientras un avión militar cuesta más de 20 millones de dólares y consume 25,000 dólares por hora de vuelo, cada día mueren en el mundo más de 20,000 personas por hambre y causas asociadas. El 1% de la población mundial acapara el 86% de la riqueza, mientras el 50% más pobre apenas alcanza el 2%. La naturaleza gime por devastaciones extractivas, algunas irrecuperables; el clima enloquece.  Numerosas crisis simultáneas: económicas, políticas, ecológicas, de valores, de gobernabilidad, religiosas, e incluso científica. Intereses, más que valores, guían camino a la destrucción. La ansiedad es compañera inseparable de la vida. Muchos buscan refugio en enseñanzas de otras culturas. Nuevos sincretismos culturales se abren paso. El occidentalismo ya no alcanza para responder las preguntas de hoy.

Nuevos polos de crecimiento y desarrollo económico y social van emergiendo, apuntalados en otros “polos civilizatorios”.  Las culturas eslavas, orientales, islamistas, andinas, entre otras, parecen reemerger, junto a la “occidental mediterránea” y buscan espacio en el sistema mundo.  En otras circunstancias, debería conllevarnos alegría; enriquecen el acervo cultural y opciones ante las crisis mencionadas.  Para que esta transición hacia un mundo multipolar, mejor para todos, no naufrague en violencia, sería necesario reposicionar valores esenciales, encontrar lo que tenemos en común, en los centenares de “ismos” que conforman la humanidad;   desmontar el espíritu de “guerra fría” y sus remanentes militares, dejar de percibir enemigos donde hay diferencias, aceptar con entusiasmo la diversidad humana, cooperación y complementariedad, más que conflictividad y confrontación, respetar el derecho de cada pueblo a organizarse y construirse como   sociedad, según sus propios criterios y valores, sin pretensiones de superioridad ni hegemonismos. No todo pasado fue mejor, pero podemos construir un futuro mejor.

El mundo podría alejarse del abismo y avanzar hacia una nueva era de paz y prosperidad si enterramos los fantasmas de un pasado de confrontaciones ideológicas y nos atrevemos a concebir un mundo más justo y tolerante, donde todos cabemos y todos podemos disfrutar.

Apostemos por la paz. Como diría Lennon, “demos una oportunidad a la paz”.