Jartum (Sudán), 17/04/2023.- Una imagen satelital proporcionada por Maxar Technologies muestra edificios en llamas y una patrulla militar al noreste del Aeropuerto Internacional de Jartum, en Jartum, Sudán, el 17 de abril de 2023. Se reportaron fuertes disparos y explosiones en Jartum, la capital de Sudán, desde el 15 de abril entre el ejército y un grupo paramilitar tras días de tensión en torno a la propuesta transición del país a un gobierno civil. (Incendio, Jartum) EFE/EPA/MAXAR

Me encuentro temporalmente en Zambia, donde residen dos de mis hijas. Aquí también viví de 1993 a 1995, cuando trabajaba con el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Era una época en que varios países de los alrededores se encontraban en medio de conflictos armados, por lo que contábamos con varios campamentos de refugiados y miles de personas bajo nuestra protección en dichos campamentos. El pasado sábado, cuando rememoraba junto a algunos amigos mi experiencia de trabajo aquí en África y reflexionaba sobre la satisfacción de saber que esos tiempos tan difíciles habían quedado atrás, nos enteramos del enfrentamiento en Sudán entre las Fuerzas Armadas sudanesas y las fuerzas paramilitares (RSF en inglés).

Para quienes seguimos atentos los reportes relativos a los temas políticos, de derechos humanos y migración, es un tremendo desaliento escuchar estas noticias, sabiendo las consecuencias humanitarias para los ciudadanos civiles que no son parte del conflicto. De hecho, los muertos sobrepasan más de cien y más de mil los heridos de balas.

Se estima que unos 45.6 millones de habitantes son ciudadanos sudaneses, de los cuales la mayoría son árabes-africanos y africanos negros no árabes, quienes a su vez conforman 597 tribus y más de 400 lenguas y dialectos.[1] Sudán se encuentra ubicado dentro del llamado «cuerno de África» por la forma física que tiene esa parte oriental del continente africano.

Curiosa y lamentablemente, todos los países que lo integran (Somalia, Sudán, Etiopía, Kenia, Eritrea, Sudán del Sur, Yibuti y Uganda) tienen o han tenido más o menos características comunes en términos de conflictos armados, guerras, sequía, pobreza extrema y hambruna. Tal vez deba decirse que comparten una suma de desgracias, entre ellas, las luchas étnicas, religiosas y de poder.  Además de una gran población de origen árabe y religión islámica (97 %), en Jartum, la capital, y otras ciudades del norte de Sudán, existen grupos de religión cristiana y ortodoxa.

Este sábado 15 de abril, se han visto fraccionados los esfuerzos “pacíficos” de los últimos cuatro años de sectores de gobierno, militares, paramilitares, sociedad civil y organizaciones profesionales debido a la vuelta de este enfrentamiento armado entre las Fuerzas Armadas y las fuerzas rebeldes, cada una bajo el mando de sendos generales que otrora fueron compañeros de lucha en el mismo bando.

Leyendo un poco sobre la historia política reciente de Sudán, cabe decir que el régimen militar sudanés, presuntamente pro árabe, es el que ha ostentado el poder tras el derrocamiento de la dictadura de Omar Al Bashir en abril de 2019 (quien fue acusado de crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad). Después, el Ejército, tras apresar al primer ministro de Sudán Abdalla Hamdok, da un golpe de Estado, disuelve el Consejo Soberano y rompe su promesa de convocar a elecciones libres en un plazo de dos años.

En estos momentos, el escenario del enfrentamiento armado está ocurriendo principalmente en Jartum, la ciudad capital, pero no es de extrañar que se extienda en todo el país.

Las agencias internacionales de ayuda humanitaria se encuentran, como es de suponer, imposibilitadas de prestar ayuda a la población civil y, con esto, se espera que se agraven las necesidades básicas de las víctimas del conflicto, es decir, mujeres, niños, niñas y personas con necesidades especiales, que se verán a punto de morir, encerrados en sus hogares y sin opciones viables para salir a buscar alimentos y medicinas.

Lo anterior coincide con la afirmación ―según los informes periódicos presentados por instituciones internacionales― de que África es el continente donde hay más conflictos armados en el mundo, ocupando un tercer lugar en las estadísticas mundiales sobre desplazamiento forzoso. De acuerdo con el informe del ACNUR, a mediados de 2022, se registraban a nivel mundial unos 32 millones de refugiados y solicitantes de asilo. En 2021, 22,402 sudaneses habían solicitado el estatuto de refugiados. Por su parte, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) reporta que 6.9 millones de sudaneses han sido afectados por el desplazamiento forzado interno y externo y, de estos, en el extranjero se contaban 1.2 millones en 2017.[2]

Tanto en Sudán como en el resto de los países vecinos los conflictos tribales, raciales, culturales y religiosos llevan décadas sin solución, lo que ha venido incrementándose tras seis años de sequía, hambre y destrucción a pesar de los esfuerzos que ha realizado la comunidad internacional para aminorar tantas necesidades.

A algunos países vecinos, que han dado acogida a los refugiados sudaneses, principalmente Libia y Egipto, y a países europeos, dentro de los que se encuentran, principalmente, Reino Unido, Francia y Holanda, les ha resultado insuficiente la ayuda prestada a estos refugiados para su inserción en las sociedades de acogida. Como ha sido difícil también obtener acuerdos pacíficos en el contexto de la Organización de la Unidad Africana (OUA) y a través de convenios en el marco de la ONU y de las declaraciones y resoluciones del Consejo de Seguridad para la búsqueda de una paz segura y duradera, que contemple un plan de desarrollo a mediano y largo plazos.

Lo cierto es que los actores actuales están descalificados en esos intentos de pacificación porque sus luchas de poder parecen no tener fin y el abastecimiento de armas continúa llegando desde diferentes direcciones para unos y otros.

Por igual, las organizaciones civiles en Sudán, si bien parecen estar organizadas, carecen de suficiente poder para detener el conflicto únicamente con el pensamiento y la intención.

Finalmente, hay que preguntarse cuál es el involucramiento de Rusia en la crisis de Sudán, ya que, coincidentemente, Serguéi Lavrov, el jefe de la diplomacia rusa, en una visita realizada a ese país en febrero pasado, ha defendido las operaciones del grupo paramilitar «Wagner» y señaló que este grupo privado ruso, que actúa a petición directa de los Gobiernos en África, «está ayudando a normalizar la situación en la región, frente a la amenaza terrorista».[3]

Por lo que se ha dicho hasta aquí ―y por otras razones que me obligarían a adentrarme en antecedentes históricos que extenderían en demasía este artículo o requerirían escribir un segundo―, no se vislumbra una convivencia pacífica inmediata en Sudán, a pesar de que la ONU, a pocas horas después de iniciado el combate, solicitó un alto al fuego por razones humanitarias, pero, evidentemente, según se comportan los acontecimientos, no ha sido escuchado por las partes beligerantes.

[1] worldpopulationreview.com

[2] https://www.iom.int/es/news/perfil-migratorio-de-sudan-al-menos-69-millones-de-personas-afectadas-por-la-migracion-y-el-desplazamiento-humano

[3] Tomado de France 24, 9 de febrero de 2023.