1-Superhéroes, fanatismo y reacciones

Sé que estas palabras van a generar reacciones de aquellos que prefieren silenciar mediante la violencia a quienes se oponen a la brutalidad. Dirán de todo (ya lo han hecho antes), me calumniarán y atacarán sin aportar una prueba que no sea mentira. Estoy consciente de lo que representa el fundamentalismo, y a lo que puede arrastrar una sociedad envilecida por el odio.

Los discursos de odio se alimentan de la manipulación, del miedo y de la ignorancia, y estoy preparado para lo que venga de quienes de manera irresponsable han convertido la intolerancia y el miedo en nuestra principal épica colectiva.

Fui testigo de lo que el fanatismo puede hacer. En mi abuelo y toda mi familia dejó cicatrices, tanto en su cuerpo como en la psiquis, después de ser torturado en los recintos de la 40 y el 9 por seres pequeños, tan pequeños como aquellos que hoy se visten de superhéroes para defender una identidad supuestamente en peligro. Lo vi sobrevivir a la violencia de un régimen que, escudado en la defensa de la patria, solo buscaba perpetuar el robo, la crueldad y el miedo. Sé lo que está en juego, y no podemos permitir que la sociedad dominicana vuelva a caer en esas sombras.

2-Medio-cridad, “pensamiento único” y debido proceso

En las calles de la República Dominicana, el miedo ha tomado el control de los más vulnerables. Un plan cruel de deportaciones masivas ha comenzado, marcando con el sello de la injusticia a miles de migrantes haitianos y, junto a ellos, a cualquiera que simplemente sea negro o tenga un acento diferente. O incluso una opinión distinta.

Desde hace más de un año, los medios de comunicación han sido el campo de batalla de grupos fascistoides que han encontrado en los discursos de odio una peligrosa herramienta. Estos grupos justifican y promueven acciones xenofóbicas, alimentando un discurso ignorante y fundamentalista. Lo más inquietante es que intentan imponer un “pensamiento único”, una visión que busca aplastar la diversidad, algo que es sencillamente imposible en una sociedad que busque la convivencia. El silencio de muchos se rompe con los gritos de quienes son abusados. Quienes ven violentados sus hogares en horas de la noche. Personas atacadas moral, física y hasta sexualmente. Sacadas de sus camas y sin cumplir el debido proceso, arrancadas de sus comunidades, subidas a una “camiona” y tratadas como ni los animales deben ser tratados.

Estamos hablando de una meta de 11 mil deportaciones semanales. Esto no es una política, es una maquinaria de terror. Como medida es inefectiva, aunque efectista. Si bien es cuantitativamente imposible de cumplir, mueve a sus operadores a demostrar rendimiento, genera mayor rentabilidad a las mafias que operan el tráfico fronterizo, aumenta el entusiasmo de sectores insaciables que no se conforman con esta (quieren todo y van por más) e impacta negativamente en nuestra economía sin regularizar el status de quienes sostienen varios sectores con su mano de obra.

Hemos visto a niños pequeñitos colgando de los camiones como si fueran bultos, personas disparadas y golpeadas por las fuerzas militares, familias enteras apiñadas como sardinas en celdas improvisadas. La imagen de un migrante lanzado desde un techo mientras quien grababa lloraba de terror es solo un ejemplo del grado de deshumanización que hemos alcanzado. Todo esto sucede a nuestra vista y se esconde bajo la alfombra de nuestro silencio. Lo que nos venden como defensa de la patria es, en realidad, un ataque feroz contra nuestra humanidad.

3-Crisis humanitaria y crisis de conciencia

Pero no se trata solo de migrantes. Se trata del impacto en la conciencia social de la depreciación de la dignidad humana, de esa que nos define como seres humanos y que reconoce nuestro valor, que se deprecia y desvanece un poco más, con cada acto de violencia.

Los que hoy sufren son personas con vidas, con amor, con sueños, esperanzas y, sobre todo, con derechos, tan humanos como cualquiera de nosotros. Los vídeos que circulan, mostrando la brutalidad con la que son tratados, duelen en el alma. Son una puñalada a la conciencia de un país que parece haber olvidado su propia historia de emigración y sufrimiento. La violencia y el odio no conocen fronteras, pero el corazón humano no puede seguir siendo indiferente.

Mientras estos actos incalificables continúan, una crisis humanitaria se despliega ante nuestros ojos. Una que no solo desgarra cuerpos y separa familias, sino que aniquila nuestra propia compasión, nuestra conciencia. A cada niño separado de su padre o madre, a cada mujer humillada, a cada hombre tratado como delincuente por el simple hecho de existir, es una parte de nosotros la que se destruye. Porque lo que está en juego no es solo la vida de los migrantes, sino la fibra moral de nuestro país.

4-Una carrera absurda y moralmente repugnante

¿Quiénes somos, como sociedad, si permitimos que la violencia y el racismo definan nuestras políticas y nuestras emociones?

Hoy, hay quienes justifican esta carrera absurda por la pureza racial en nombre del “orden”, en nombre de la “patria”, en nombre de la “soberanía” o la “defensa de la identidad”. Pero, ¿qué tipo de nación puede construirse sobre el sufrimiento de miles de personas inocentes? ¿Qué tipo de “orden” se impone cuando se pisotean las reglas del Estado de Derecho en nombre de este, cuando se obvian la Constitución, las leyes y el Derecho internacional? ¿Qué nos protege como individuos o como país cuando se derriban las nociones de derechos fundamentales? Hemos caído en la trampa de quienes buscan dividendos, de quienes promueven el odio bajo la bandera del nacionalismo.

No es la primera vez que los dominicanos somos testigos y hasta parte de esto. Ya lo vimos antes, en el horror de 1937 o incluso más recientemente, cuando se despojó de su nacionalidad a generaciones enteras de dominicanos por ser descendientes de haitianos. Ya lo vimos antes, cuando se nos enseñó a temer al “otro”, a despreciar al “diferente”, a pensar que la raza o el lugar de nacimiento definían quién merecía vivir en paz y quién no.

Hoy, la violencia está frente a nosotros nuevamente, y no podemos quedarnos callados. No podemos permitir que la historia nos juzgue por haber sido cómplices de la inhumanidad. Las deportaciones masivas que están ocurriendo no solo son inconstitucionales e ilegales, son moralmente repugnantes. Están creando una crisis de derechos humanos en nuestro propio suelo, una crisis que dejará una mancha imborrable en nuestra historia y en nuestra conciencia colectiva.

Cada golpe, cada lágrima, cada grito ahogado de quienes son separados de sus seres queridos es un llamado a nuestra humanidad. ¿De qué sirve hablar de patria si no somos capaces de ver al otro como un ser humano? El miedo y el odio han despersonalizado a los migrantes. Los hemos convertido en números, en estadísticas, en “problemas”, olvidando que detrás de cada cifra hay una vida, una historia, un ser humano con el mismo derecho a existir que cualquiera de nosotros.

5-El legado solidario

Me duele mucho que todo esto esté sucediendo durante el gobierno de un hombre que pisó los mismos pasillos que yo pisé durante 12 años. Que aprendió el significado de conciencia y humanidad, que se formó en la perspectiva más humana y social del cristianismo de la mano de los jesuitas, que fue amigo y pupilo, como yo, de personas que sufrieron el miedo y el horror de la barbarie. Me entristece saber que esto esté sucediendo con su aprobación en la gestión de mis amigos de muchos años, seguidores de José Francisco Peña Gómez, militante de la solidaridad, negro y de origen haitiano.

¿Podemos, como sociedad, permitir que esto continúe? ¿Podemos mirar hacia otro lado mientras se pisotea la dignidad humana frente a nosotros? A medida que el odio se normaliza y las políticas inhumanas ganan terreno, nos arriesgamos a destruir uno de los rasgos más nobles de nuestra identidad nacional: la solidaridad. La República Dominicana ha sido históricamente un pueblo que se extiende, que acoge, que se muestra solidario con sus hermanos en tiempos de necesidad. Estas deportaciones masivas, lejos de defendernos, están erosionando ese valor, inculcando miedo y rechazo donde antes existía empatía y apoyo mutuo.

6-El riesgo más profundo

El riesgo más profundo es que, al envilecer nuestra subjetividad, comenzamos a deshumanizarnos a nosotros mismos. Al rechazar a los migrantes y permitir que la violencia y el odio dominen nuestras políticas, condenamos no solo a quienes sufren directamente los abusos, sino también a las futuras generaciones, que crecerán en una sociedad marcada por el racismo, el miedo y la intolerancia.

Cuando permitimos que el fascismo cultural impregne nuestras instituciones y nuestras relaciones sociales, no solo estamos construyendo un país más dividido, sino un país más pobre de espíritu, que ha perdido el rumbo de su propia humanidad.

República Dominicana, un país que ha visto a tantos de sus hijos e hijas emigrar buscando un mejor futuro, hoy rechaza a los más necesitados con una violencia que asombra y deprime. Hemos olvidado que la migración no es una amenaza, es parte de la esencia humana. Nosotros, que hemos sido migrantes, no podemos permitir que el racismo y la intolerancia definan nuestro presente y destruyan nuestro futuro.

7-Nos destruye a todos

Hoy, las personas migrantes de origen haitiano y los dominicanos negros son las víctimas. Pero el odio y la violencia, cuando se normalizan, no tienen límites. Nos destruye a todos.

Estas acciones no resolverán nada. No traerán estabilidad, no fortalecerán la economía, ni siquiera regularizarán las migraciones. Solo perpetuarán el prejuicio, la miseria, el miedo y el sufrimiento de mucha gente.

No es suficiente con indignarnos en silencio. Debemos alzar nuestras voces, detener esta maquinaria de odio y recuperar la esencia solidaria de nuestra nación. República Dominicana necesita recordar quién es. Un país solidario, un país de emigrantes, un país de gente buena que no puede, no debe, permanecer en silencio ante esta barbarie.

Si te toca al menos una fibra, comparte.