Este está puesto como signo de contradicción, una bandera discutida y pondrá en evidencia la verdad de los corazones (Lc 2, 34a.35).

Esta Semana Santa está marcada por el recuerdo y la sensibilización sobre la muerte del Mesías salvador del mundo, de Jesús el Nazareno.  El galileo que ejerció un ministerio itinerante se había hecho un maestro con gran autoridad, cuyas enseñanzas brotaban de dejarse afectar por la cotidianidad de la vida ordinaria, un maestro en la escuela de la vida.

No parece muy lógico ni mucho menos explicable que un sabio pacífico como Jesús pudiera terminar todo el discurrir de su enseñanza en una muerte violenta, como dictamen de un juicio apurado y amañado, injusto y fuera del derecho.  Los días cercanos al desenlace de su vida terrena, nos sirven de referencia para hacer una lectura de la significación histórica de su muerte y de su sentido salvífico.

La Tradición cristiana celebra esta Semana Santa invistiéndola de múltiples referencias al testimonio de las Sagradas Escrituras que, junto con la manera en que ello ha inspirado la vivencia de la fe cristiana por dos milenios, nos transportan hoy con gran realismo a los momentos cumbre de la Pasión del Señor.

Los textos bíblicos de la primera parte de la Semana Santa están impregnados de la condición sufriente del Mesías esperado que anuncia Isaías y por el contraste que ponen los evangelios sobre el tema de la fidelidad y la lealtad a Jesús por parte de sus discípulos más cercanos, y por los amigos de Betania que se vuelven un derroche de acogida, ternura y compasión para el amigo en aprietos a quien cálidamente reciben en su hogar.

La Pasión de Cristo, pone en evidencia las otras pasiones que a la hora de la verdad, a la hora de prueba, no están a la altura de la palabra dada, del compromiso contraído y de las promesas hechas con obsequiosa disposición de voluntad y conciencia a hacer valer con las propias acciones.

La traición de Judas, las negaciones de Pedro y la huida de casi todos, representan la condición humana zarandeada por las pasiones, los intereses y las conveniencias. Jesús nos descubre en la práctica acomodaticia de lo que conviene, de lo políticamente correcto.  Esa actitud ruin y cobarde de no arriesgarse, que nos denuncia en nuestra falta de sinceridad, honestidad e integridad.

La Pasión de Jesús también nos descubre a los apasionados por Él, los que asumen el riesgo de tomar su suerte, su camino, sus valores, su evangelio.  Lázaro, Martha y María, hacen de la casa de Betania la casa del amor verdadero.

Así conocemos de tantos testigos de Cristo que su amor apasionado por la causa de Jesús los ha puesto al lado de los descartados de este mundo, de los pobres, de aquellos vulnerados que no tienen voz.  El rostro del Cristo sufriente, el varón de dolores sigue palpable en los que su pasión no es más que la causa de la justicia, el evangelio de la vida y de la familia.

Hombres y mujeres de nuestra tierra que pregonan una nueva esperanza, pues su vida se hizo semilla al pagar a precio de sangre la pasión de permanecer fiel al espíritu del Jesús que vino a revelarnos el mandato supremo del amor fraterno.

Bienaventurados los hombres y mujeres que su pasión sigue entroncada con la pasión de hacer todos de la humanidad una sola familia, una fraternidad imperecedera, una amistad universal.

En este año de la honestidad, esta Semana Santa, conviene la pregunta ¿Qué tan leales y fieles somos a Jesús?