El espectáculo de la escogencia de candidatos a puestos congresuales y municipales mediante sondeos para medir su popularidad nos recuerda las imperfecciones de nuestra democracia.
Es este esquema, quienes manejan más recursos, con frecuencia estafadores, lavadores de activos, narcotraficantes, aventajan a hombres capaces y honestos que no disponen de recursos para el márquetin político.
Esto es posible porque todavía estamos muy lejos de ser un país de verdaderos ciudadanos, y la partidocracia dominicana (esquema político en que los partidos ostentan la mayor parte o la totalidad del poder), herencia de nuestra arraigada tradición política conservadora, totalitaria, lo sabe, pero no le preocupa que personas que no tienen ni capacidad ni calidad moral se cuelen en estos puestos.
Lo que importa es que estos sujetos son populares y ayudan a ganar elecciones, aunque su popularidad es siempre el resultado de la bochornosa práctica de reparto de quinientos pesos, botellas de ron y pica-pollos.
Sabe también que estos sujetos, una vez electos senadores, diputados, síndicos, regidores, estarán incondicionalmente a su servicio, por que en definitiva no le deben lealtad al país, sino a la partidocracia que facilitó su ascenso, sin tener ni la capacidad ni la calidad moral requerida para estos puestos.
Repito, esto es posible porque no somos un país de verdaderos ciudadanos, compuesto por personas que sostienen un estrecho vínculo con un Estado que es garantía de sus derechos y que están dispuestas, voluntariamente, a asumir un conjunto de responsabilidades.
Veamos cómo, con toda simpleza, Régis Debray define la condición de ciudadano: “Ciudadano es aquel que participa voluntariamente en la vida de la República, comparte con sus conciudadanos el poder de hacer la ley…, el poder de elegir y ser elegido. Si tú haces la ley es normal que la obedezca, esto se llama civismo. Si todo el mundo se pusiera de acuerdo para no pagar sus impuestos, no habría policías, ni liceos, ni hospitales, ni recolectores de basura, ni alumbrado público, porque el Estado no tendría dinero para ofrecer estos servicios.” (La traducción es mía). La république expliquée à ma fille, 1998.
Ser un verdadero ciudadano implica pues tener derechos civiles y políticos, derecho a la protección social, derecho a la libertad de expresión y de conciencia…Y también asumir deberes, pagar sus impuestos (en nuestro caso, evadirlos es otro de nuestros deportes nacionales, como el béisbol o el juego de dominó). Supone también conocer y respetar las leyes y, en la medida de lo posible, implicarse socialmente, en actividades de voluntariado, junta de vecinos, y otras formas de implicación social, para devolverle a la sociedad parte de lo que se ha recibido de ella.
Aunque parezca una ilusión, es posible devenir un país de ciudadanos, la ciudadanía está siempre en construcción. Una nación es un “plebiscito de todos los días", según Ernest Renan (1823-1892). La voluntad de vivir juntos y de manera civilizada debe ser diariamente reafirmada. En fin, la ciudadanía se construye en la cotidianidad, y todos podemos poner nuestro granito de arena.