En el derrocamiento de la tiranía de Trujillo concurrieron diversas fuerzas sociales tales como miembros de la burocracia militar, grupos de la sociedad civil sin vínculos con ningún esquema político y también el poder imperial estadounidense, el cual percatarse del inminente desmoronamiento de la dictadura trató de impedir a ultranza la repetición de la experiencia cubana.

Desde los inicios de la dictadura, Trujillo había contado con el respaldo irrestricto de los Estados Unidos pues, como parte de la estrategia política de la guerra fría, iniciada después de la Segunda Guerra Mundial, los gobernantes de ese país decidieron apoyar a los dictadores latinoamericanos y sobre todo a Trujillo, personaje configurado por ellos mismos entre 1916-1924 para la continuación del orden político que habían instaurado en el país.

Sin embargo, a raíz del triunfo de la revolución cubana el presidente Dwight D. Eisenhower modificó la directriz de su política exterior para favorecer a las democracias y hostigar a los regímenes totalitarios. Esta decisión colocó a los estadounidenses frente a un dilema hamletiano cuando resultaba evidente el derrumbe del gobierno totalitario de Trujillo.

La CIA entra en acción

En estas circunstancias los Estados Unidos activaron todos sus organismos de seguridad, en particular a la Agencia Central de Inteligencia (CIA), establecida en República Dominicana desde 1955, a raíz de la visita del vicepresidente Richard Nixon, la cual ocupó la antigua demarcación del Buró Federal de Investigaciones (FBI), tenía jurisdicción en toda el área del Caribe, y se designó a Lear B. Reed como director de la misma, quien a partir de 1958 empezó a colaborar con los disidentes que urdían la liquidación física del déspota.

Como revela la documentación disponible, en principio a la CIA solo le interesaba mantenerse informada sobre los distintos planes que se fraguaban contra Trujillo, para lo cual no empleaban personas de la Embajada sino a norteamericanos residentes en el país pues carecían de contactos con los diplomáticos.

En tal directriz la CIA comenzó a indagar sobre los posibles sustitutos de Trujillo y a buscar elementos disidentes al interior de las Fuerzas Armadas dispuestos a involucrarse en una acción contra el dictador, para lo cual se sugirió la designación de agregados en el Ejército y la Fuerza Aérea.

Por la protección que los Estados Unidos habían brindado a la dictadura de Trujillo a lo largo de su existencia, cuando empezaron a intervenir para lograr su derrocamiento, en los primeros meses de 1960, se encontraron prácticamente aislados.

Esto así porque el segundo pilar de la tiranía, la iglesia católica, se había distanciado con la publicación de la célebre Carta Pastoral del 31 de enero de este último año, en la cual denunciaban la represión del régimen, reclamaban el respeto a derechos ciudadanos básicos (a la vida, a la buena fama, al trabajo, al comercio, a la emigración) y demandaron evitar los “excesos”.

En el cambio de posición de la iglesia católica frente al régimen influyó la designación de un nuevo nuncio papal, Lino Zanini, quien había arribado al país el 25 de octubre de 1959 y fue “el agente principal de la discutida y valiente carta pastoral colectiva del Episcopado”. (1)

La búsqueda de una salida pacífica

Inicialmente, el Departamento de Estado sopesó la posibilidad de proporcionar una salida pacífica para la dictadura vía la democratización del régimen, el abandono voluntario del poder por parte de Trujillo y su salida al exterior junto a su familia, labor en la que mediaron el senador George Smathers del estado de la Florida, William Pawley, empresario amigo de Trujillo, y Flor de Oro, su hija, pero el tirano rechazó lleno de encono todas estas sugerencias. En respuesta a estas propuestas, Trujillo declaró que permanecería en el poder hasta el año 2000. (2)

Estas negativas llenaron de escepticismo al embajador en el país, Joseph F. Farland, quien planteó que la dictadura había evolucionado hacia un punto sin retorno y definía la situación de la misma como “espantosa” e “irracional”, a lo cual se sumaba la presión de los países democráticos latinoamericanos (Venezuela, Costa Rica, Puerto Rico) y los ataques de la prensa norteamericana (The New York Times, The Washington Post, etc.), etc.

Por esta razón, en una correspondencia confidencial, y refiriéndose a la CIA, Farland planteó que había llegado el momento para que “ciertas agencias de nuestro gobierno, sin atribución, establezcan y ejecuten un programa definitivo y constructivo para influir sobre el curso de los acontecimientos en la República Dominicana”. (3)

Para el diplomático constituía un imperativo la transformación de las relaciones gubernamentales de su país. Concluía que solo con una “destreza maquiavélica” se podía solucionar dicha crisis de la dictadura.

Trujillo contraataca

A partir de mayo de 1960 se suscitaron numerosos conflictos entre los Estados Unidos y Trujillo. En este mismo mes, el dictador demandó el retiro del país de Carl Davis, encargado de comunicaciones de la Embajada, bajo el alegato de que este proporcionó a un periodista británico “informaciones ofensivas” sobre la República Dominicana.

Posteriormente, y por las presiones del tirano, se retiró del país el embajador Farland, a quien Trujillo le jugó una trapisonda para impedir que los miembros del cuerpo diplomático acreditados en el país lo despidieran en el aeropuerto, como se estilaba en el mundo diplomático.

Antes de salir del país Farland había logrado relacionarse con varios disidentes antitrujillistas: Juan Bautista Vicini (Gianni), Dr. Jordi Brossa, Lorenzo Berry (Wimpy) y Thomas Stocker, a quienes presentó a Henry Dearborn, agregado Comercial. Mientras tanto, el jefe de la CIA, Lear B. Reed, confrontaba dificultades para contactar a los demás disidentes ya que se hallaba vigilado continuamente por el aparato de espionaje de la dictadura, especialmente por el Servicio de Inteligencia Militar (SIM).

Reed, a quien Bernard Diederich describe como de elevada estatura y escaso dominio del castellano, estableció vínculos con Simon Thomas Stocker (“Héctor”), comerciante norteamericano propietario de una ferretería, quien a su vez mantenía relaciones con el doctor Ángel Severo Cabral.

De acuerdo con Diederich, desde 1958 ya Reed conocía de los aprestos para eliminar a Trujillo en el hipódromo Perla Antillana, aunque en ese momento su interés se hallaba centrado solo en mantenerse enterado de la dinámica de los movimientos de oposición. Los contactos con los desafectos antritrujillistas los continuó Henry Dearborn ya que Reed cayó en desgracia con Trujillo y la oposición lo veía con desconfianza. (4)

La CIA contacta a militares disidentes

En el nuevo contexto la CIA tenía la determinación de apoyar moral y económicamente a los opositores al régimen, y desde abril de 1960 identificó a los militares dispuestos a rebelarse, en especial a Juan Tomás Díaz, el más prominente de grupo, pero a quien la satrapía retiró del servicio militar activo al mes siguiente.

En mayo la CIA instaló una emisora en la isla de Swan, ubicada al sur de Cuba, para lanzar ataques contra Trujillo y Fidel Castro. Las grabaciones se realizaban en una casa ubicada en New Jersey, facilitada por la CIA, y como responsable de la programación fungió el pintor dominicano Enrique Cánepa (Tito).

El tirano respondió entonces con la apertura de Radio Caribe, bajo la dirección del pérfido Johnny Abbes y el SIM, en la que difundía propaganda política contra la iglesia católica, los norteamericanos y para crear resquemor en el Departamento de Estado de los Estados Unidos lanzaba ditirambos a Fidel Castro y a la Unión Soviética.

Los conflictos con los Estados Unidos se agudizaron en julio de 1960 cuando el gobierno norteamericano no le asignó al país la cuota azucarera retirada a Cuba, lo cual interpretó Trujillo como una nueva agresión. A los pocos días la Organización de Estados Americanos (OEA) condenó al gobierno dominicano por intentar asesinar al presidente de Venezuela, Rómulo Betancourt, y todos los Estados miembros de la entidad decidieron escindir sus relaciones diplomáticas con la República Dominicana y la imposición de sanciones económicas.

En agosto de 1960 los Estados Unidos rompieron sus relaciones diplomáticas con la República Dominicana y Dearborn continuó los contactos con los diferentes líderes que conspiraban contra la dictadura.

Los grupos que tramaban la eliminación física del tirano, sobre todo el de Antonio de la Maza y el de Antonio Imbert, se hallaban persuadidos de que estas penalizaciones provocarían el derrumbe automático del régimen.

Entretanto, la CIA trabajaba de manera intensa y en octubre planeaba entregar cerca de trescientos rifles, pistolas, municiones y granadas a los grupos antitrujillistas. Estas serían depositadas en la costa sur del país, en las proximidades de Santo Domingo.

Se enfrían las relaciones de los grupos opositores con la CIA

El asesinato de las hermanas Mirabal representó un acicate fundamental para los grupos opositores a la tiranía que se hallaban en la modorra en ese momento, y confrontaban dificultades en sus relaciones con la CIA por el rechazo a la solicitud de entrega de armas que le habían formulado. Gianni Vicini se entrevistó con la CIA mientras Stocker informó a la agencia la insatisfacción de los opositores y demandó un encuentro con estos.

Pero la causa fundamental del enfriamiento de las relaciones con la agencia yacía en el desinterés de los Estados Unidos para derrocar a Trujillo por el caos que generaría y por el temor a la instauración de un régimen de izquierda, posición que modificaron posteriormente.

Por esto la agencia mantuvo contactos clandestinos para conocer si los grupos opositores poseían vínculos con otras fuerzas políticas. En enero de 1961 la OEA impuso sanciones económicas a la dictadura y Trujillo replicó con un piquete frente al consulado estadounidense para requerir la salida del país de Henry Dearborn, jefe de la estación de la CIA. Le sucedió en el cargo Bob Owen quien formalmente ocuparía el cargo de Agregado Comercial, pero en realidad era un experimentado agente de la CIA.

Al poco tiempo, Owen estableció contacto directo con los principales líderes de los grupos que procuraban liquidar físicamente al tirano Trujillo y solicitó a sus superiores en Washington que en cada valija diplomática se le enviara un arma de fuego.

De acuerdo con los documentos reproducidos por Bernardo Vega, la CIA confrontó graves dificultades para operar en el país en los meses previos al asesinato de Trujillo por la solidez y eficacia de los aparatos coercitivos al servicio de la tiranía y a la ausencia de relaciones diplomáticas. No obstante estas restricciones la agencia logró articularse con los más activos opositores de la dictadura.

La capacidad de maquinación de Trujillo alcanzó tal magnitud que llegó a colocar cabilderos cercanos al presidente Kennedy que operaron al margen de la CIA y del Departamento de Estado para bloquear las iniciativas contra su régimen.

En marzo de 1961, la CIA sugirió el envío de cinco metralletas para asesinar a Trujillo en casa de su amante, además de autorizar la remisión de tres pistolas por la valija diplomática. De igual modo, Owen gestionó la entrega de tres carabinas utilizadas anteriormente por la misión naval de la Embajada.

Un acontecimiento relevante para eliminar a Trujillo lo representó la unificación de los dos principales grupos que participaban en la trama liquidacionista. Pocos días antes del asesinato de Trujillo el grupo de Antonio de la Maza recibió de la CIA varias pistolas, tres ametralladoras M-1 y municiones.

La discreta participación de la CIA

Tras el fracaso de la invasión de bahía de Cochinos en Cuba, la CIA se negó a entregar otras armas, pero esto no perturbó los planes de los grupos antitrujillistas. Hasta ese momento la contribución de la CIA no se había limitado a la entrega de armas sino también dispensar apoyo moral y recursos materiales a los grupos en el exilio.

Ante la inminencia del asesinato de Trujillo, el Departamento de Estado preparó un documento en el que establecía la necesidad de vincularse con la aniquilación del régimen autocrático a fin de mantener la credibilidad entre los disidentes y el movimiento liberal en Latinoamérica, pero sin que dieran indicios de intervención de los Estados Unidos. Para eliminar las huellas de la participación de la CIA en todo el proceso, el jefe de la agencia sugirió el retiro del país de todo el personal de la misma involucrado en el crimen.

De las diez armas de fuego empleadas la noche del 30 de mayo para liquidar a Trujillo cinco las aportó la CIA. Las carabinas Garant M-1 las portaron Antonio de la Maza, Amado García Guerrero y Pedro Livio Cedeño; el grupo empleó además dos pistolas Smith & Wesson, calibre 9 mm.

Referencias

(1) José Luis Sáez, S.J., La sumisión bien pagada. La iglesia dominicana bajo la Era de Trujillo (1930-1961), tomo I, Santo Domingo, Archivo General de la Nación, vol.  2008, p. 56. La bibliografía sobre el tema es bastante amplia: Antonio Lluberes, “Enero de 1960”, Clío año 89, No. 200 (julio-diciembre 2020), Benjamín Rodríguez Carpio, Lino Zanini. El nuncio que desafió a Trujillo, Santo Domingo, 2019, José Chez Checo, Nuevos ensayos históricos, 1998-2004, Santo Domingo, 2008, entre otros.

(2) B. Diederich, Trujillo: La muerte del dictador, Santo Domingo, Editora Taller, 1986, p. 434.

(3) Bernardo Vega, Los Estados Unidos y Trujillo. Los días finales, 1960-1960, Santo Domingo, 1999, p. 134.

(4) Ibidem, p. 360.