La época moderna jamás había visto algo igual; la terrible y tenebrosa pandemia colocó de repente a toda la humanidad en la peor de las incertidumbres. Bajo ese ambiente de espanto y terror, uno se preguntaba, durante el confinamiento, si el egoísmo desaparecería.

Me he paseado por los sectores de las torres de clase alta, media y por los barrios, para comprobar lo que ocurre en la torre adonde vivo y otros edificios aledaños: los arbolitos tradiciones que celebran la época de Navidad, ya no se colocan de manera masiva, como era tradición. Aunque los barrios pobres y pequeños burgueses intentan sobrevivir a esta amenaza.

Conocedor de los elementos estructurales, su naturaleza, prejuicios, ideología, locura exagerada por los bienes materiales de existencia, pensé que el hombre, después de la pandemia, seguiría aferrado a su abundante tenencia de cosas materiales transitorias, que no salvan el alma de los seres humanos. Confieso que yo quería o deseaba que se produjera un cambio de actitud y comportamiento; que las cosas cambiaran para bien.

La pandemia lo cambio todo, pero no hubo cambio en relación con la convivencia humana y la justicia social. La época cambió todo el modelo del mundo académico. Los asuntos laborales y el relacionamiento social de las empresas, tuvieron un gran impacto conceptual y práctico en nuestras sociedades en crisis.

La guerra contra la cultura y las tradiciones sociales y familiares se puso en evidencia de manera muy clara. Como dije en otro trabajo, si la cultura y las tradiciones nos ayudan a mantener el arraigo de lo que somos, entonces éstos constituyen una amenaza para el egoísmo.

Camina las calles de tu pueblo y notarás que la pandemia se tragó -de un sólo golpe- los arbolitos de Navidad!