Desde mi adolescencia tuve una inclinación al pensamiento constructivo, al conocimiento de los problemas y de la vida de nuestro país. Me preocupaba, como hasta ahora, saber, comprender, tener conciencia y servir de bujía inspiradora y transmisora de ideas de desarrollo intelectual, profesional, humano, espiritual y económico de nuestro país.

 

Pero sin conocer la lengua, la lingüística, la historia, la filosofía, la mitología, entre otras disciplinas, con bajo nivel de entendimiento, de conciencia y de compromiso con un pensamiento bien estructurado, las acciones serían muy limitadas.

 

Con el paso del tiempo y el impuso institucional como las oportunidades que me han dado los espacios públicos y privados en los que me he desenvuelto, como de inquietudes por una estructura institucional, política, social y jurídica sólida para el país, he podido asumir la verdad como correspondencia por cuanto ella define nuestra vida y nuestro ser social, como de alguna manera la concibió Aristóteles.

 

Palabras que expresen claramente y sin ambages mis pensamientos, acompañadas de un buen vocabulario, han sido concebidos por mi como instrumentos imprescindibles al servicio de los objetivos de una argumentación fluida y convincente en el ejercicio de mi profesión y en la interacción social. Todo con las miras puestas en un país cada vez más desarrollado, caracterizado por la libertad, como fuente de la vida misma en una sociedad democrática, cohesionada, con mayores y mejores niveles de igualdad y de inclusión,  con menos discriminación y con un alto nivel educativo y cultural.

 

He creído siempre que el uso correcto de la palabra impacta nuestra vida y la de todos los destinatarios. La palabra tiene un poder inconmensurable, transformador y trascendente. Es tal su magnitud que el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Hermosas palabras inspiradas por Dios al apóstol Juan. Jesús es la palabra de Dios encarnada, con quien el Padre envía a la humanidad su mensaje de salvación, paz, amor y solidaridad. Es la mejor imagen del valor de la palabra y de la comunicación eficaz en nuestras vidas. Esto lo asumí desde que tuve conciencia de su contenido vivificador.

Me convencí de que la palabra tiene tanta fortaleza que cuando somos capaces de hablar con corrección podemos influir en el presente y en futuro de los demás. Es tal que también el silencio, cargado de palabras y pensamientos, apoyado en la acción, nos indica callarnos tantas veces cuando no deberíamos hablar y hablar tantas veces cuando no deberíamos callar.

 

Sin el pensamiento correctamente comunicado no podemos expresar adecuadamente nuestras emociones, no inspiraremos a los demás, ni guiaremos ni impulsaremos acciones entusiastas y positivas para nuestro país y el mundo como tampoco lograremos revisar lo que hemos realizado negativamente.

 

La palabra ha sido para mi esperanza, la que da sentido a nuestra vida, porque nos marca el camino, suma el optimismo y aleja nuestros miedos, para ser seres de luz, a lo que todos debemos aspirar.