“La palabra desnuda, la mente”

Cada vez que hablamos estamos “expuestos” a ser juzgados. “Revelamos” que somos, como pensamos y cuáles son las intenciones. Se desnuda la mente y, es posible, que no logremos volver a “vestirla” ante los que nos han oído.

Proferir palabras ha de ser un asunto meditado. Quienes no pueden controlar sus emociones las manifiestan a través de ella.

La palabra puede salvar, herir, controlar, motivar, calmar, entre muchas otras cosas. La palabra tiene el don de sanar, pero también de destruir. Un hombre dotado de oratoria sería capaz, con la palabra, de inducir al holocausto a la humanidad. De llevar al fanatismo, sea religioso o nacionalista. De provocar tempestades más dañinas que terremotos o huracanes.

La palabra es el “ingrediente” más activo y, posiblemente, el motor causante de las civilizaciones y avances fundamentales de la vida moderna.

En las cavernas, allá en los principios de la aparición del hombre, la palabra era un murmullo, una intención que “insinuaba” lo que se quería… Me imagino que el sexo era un asunto de instintos, ya que andaban todos desnudos…

Poco a poco fuimos “tarareando” sonidos y nombrando las cosas, un dinosaurio, por ejemplo, debió ser una palabrota pronunciada en alta y temerosa voz, donde cada cual tenía que correr individualmente por su vida, pero eso se oficializó cuando a “alguien” se le soltó, de forma espontánea, decir ¡sálvese el que pueda!

Quizás ese fue el origen del idioma donde todos entendieron que, darle un “sentido” a las cosas, sería más “seguro” …

Con el tiempo, los cuernos y las disputas que eso trae, un grupo se fue por un camino y el otro por el camino contrario. Así fueron surgiendo las aldeas en donde la palabra se diversificó en “tonos y formas”. Unos aprendieron a usar palabras distintas a las usadas por los otros y así nacieron los enredos y los sentimientos de “pertenencia”.

Un caos que derivo en divisiones de territorio y en consecuencia nacieron los países. Todo gracias a la palabra y por supuesto, a las pasiones de los hombres.

La palabra se transformó en cientos, si no miles, de formas de expresarse. No ha importado en que dialecto, lengua o idioma, en todos se han colado los “manipuladores” quienes tienen la habilidad de “entonar” la palabra en sonidos encantadores para lograr sus objetivos.

La palabra es capaz de hacernos morir de la risa y matarnos de la tristeza. Es por esto que cultivar la mente es un asunto de vida o muerte. Las palabras que últimamente utilizan los jóvenes en sus canciones no contribuyen en nada al intelecto de las sociedades y una sociedad que termina en suciedad es muy probable que termine como los cavernícolas que fuimos…aunque eso tenga su parte buena… ! los desnudos!

Volver a retomar la palabra culta, bella, motivadora. Aquella que engrandece el alma de todos, es la palabra que necesita esta sociedad llena de chismosos y vividores.

Necesitamos retomar las palabras que sueñan y nos transportan a fantasías agradables y llenas de paz, una palabra que nos empuje y nos saque de aquellas otras palabras ruidosas y burdas.

Mi mente la tengo en estado de alerta. Cada vez que me enojo busco suavizar a este a través de palabras suaves y cargadas de la intención de mediar el conflicto hacia buen recaudo. Suelto mis palabrotas vulgares solo cuando desnudo el cuerpo en otro cuerpo y brota el salvaje y siempre presente hombre de las cavernas.

En esos momentos regresan los murmullos y los dinosaurios. Y se devoran los cuerpos en palabras universales donde no se entiende nada, pero se “siente” ¡todo!

Si, la palabra tiene esa cualidad de serlo todo, principio y fin, alma y cuerpo, luz y sombra. Pero hay una palabra que a mí me encanta y que siempre digo, ya que es bella, motivadora, solidaria y hasta cómplice. Y de paso nos invita al desmadre… ¡Salud! Mínimo palabrero