Estuve a punto de iniciar el nuevo año escribiendo de “patanes bien vestidos”, o sea, de nuestros legisladores, pero dudé: quizás sea pérdida de tiempo ayudar a limpiar estercoleros con cubitos de agua. Así que busqué otros temas indignantes que duermen conmigo, seleccionando uno reciente necesitado de exposición; aunque sólo sea por aquello de hacer catarsis. Me refiero a esa elemental, primitiva y poco creativa critica que hacen los partidos opositores.
Cada vez nuestros debates políticos se asemejan más a los que en la actualidad llevan a cabo demócratas y republicanos en Estado Unidos: una búsqueda deshumanizada y demagógica de votos, sustentada en mentiras y sofismas. El descrédito del oponente prevalece por encima del auténtico bienestar colectivo. Es sencillo: todo lo que proponga, diga, o haga el otro debe de ser demolido de inmediato. Un fenómeno paradójico e intrigante, que requiere de una población fácil de manipular y un liderato inescrupuloso. Nada más.
Las protestas y la estrategia del PLD y FP (misma gente diferentes siglas) respecto al manejo del rebrote mundial de la pandemia, protagonizado por el mutante ómicron, parece basarse en minimizar el éxito sanitario obtenido por el gobierno durante la pandemia original y desacreditar las medidas actuales contra el rebrote. Elemental, primitiva y poco creativa actitud opositora ante una tragedia universal de proporciones bíblicas.
Si los profesionales de la salud que militan en esas bien desacreditadas agrupaciones aplicaran la ciencia, y conocieran el manejo de la crisis en otros países; dedicándose a pensar honestamente en la salud ciudadana, dejando a un lado sus urgencias por desmeritar al gobierno; estarían llamando a sus militantes a vacunarse, usar mascarillas y mantener la distancia social. Andarían de barrio en barrio educando a sus seguidores y exhortarían a sus líderes comunitarios para que eviten entre su gente la violación de normas sanitarias. Eso sería una oposición constructiva, humana y trascendentes. Pero aquí eso no existe.
Si algunos de ellos pensasen, como el resto del mundo, que Israel es un país inteligente, a la cabeza del quehacer científico, se detuvieran a examinar la manera en que manejan la dramática aparición del ómicron. Es un ejercicio fácil para evitar la sin razón. Revisen las principales decisiones preventivas de ese país frente al mutante. Son las siguientes.
Implementar la cuarta vacuna; exigir rigurosamente certificados de vacunación otorgando un “pase verde” a los ciudadanos inoculados y a los que ya tuvieron la infección; prohibir la entrada al país de turistas de países específicos; implementación legal del uso de la mascarilla y el distanciamiento. No habrá confinamiento al menos que sea absolutamente necesario; aislamiento de los infectados hasta la negatividad de la prueba. Esperan que, al igual que en Sudáfrica -país donde primero se identificó el ómicron-, en los próximos dos meses la curva se desplome, anunciándose el final del rebrote.
Sin duda, las medidas del gobierno se asemejan a las israelíes. La diferencia consiste en que aquel es un país educado, disciplinado y con políticos a tono con la actual crisis; políticos capaces de olvidar la cacería de votos y colocar en primer lugar el bienestar nacional.
En un país como el nuestro -gracias a veinte años de gobiernos anteriores-, sumidos en la indisciplina e incultura del tercer mundo, el papel de la oposición no debería ser el de andar vociferando críticas. Si fueran lo que no son, estarían asistiendo a las autoridades sanitarias para implementar las actuales medidas preventivas que, como hemos visto, son similares a países del primer mundo; países que pueden darse el lujo de llamar al confinamiento total y no lo hacen.
Pero claro, el interés del PLD y el FP (la misma gente con diferentes siglas) no es la salud del pueblo, sino que se cierre la economía, se alejen los turistas, y que el pueblo culpe al gobierno de sus desgracias. ¡Que pandilla de inconsecuentes demagogos tenemos en la oposición!