Los hechos internacionales ocurridos recientemente como el crecimiento de la derecha en Europa, la intervención de Rusia en Ucrania, el trumpismo en Estados Unidos y el bolsonarismo en Brasil, nos dejan ver claramente que hemos entrado en un ciclo de incremento del armamentismo, de auge de los conflictos político-ideológicos, una especie de reedición de la guerra fría, pero ahora no entre capitalismo y socialismo, sino entre autoritarismo y democracia.
Sin embargo, hay que llamar la atención que no es un fenómeno exclusivo del sistema político, sino que está afectando la opinión pública y la cultura cívica de los ciudadanos. Esta nueva tensión entre autoritarismo y democracia, pone en evidencia que la cultura democrática no sólo depende de los acuerdos entre las élites dominantes y el liderazgo de los partidos, sino, también, de las fortalezas o debilidades de la esfera pública no estatal, es decir de la sociedad civil, la opinión pública y la cultura cívica de los ciudadanos. Partimos de la idea de que existe una relación de mutua influencia entre el sistema político, la opinión pública y, la cultura cívica de los ciudadanos.
Paradójicamente, las oleadas democráticas que experimentamos desde la década setenta hasta los noventa, como en su momento señalaron Anthony Giddens y Manuel Castells, fue una conquista de la sociedad civil, los movimientos sociales y, la expansión de la opinión pública producto de la revolución de la tecnología de la comunicación. Las caídas de las dictaduras en la zona del mediterráneo, la transición democrática en varios países latinoamericanos y, el derrumbe de la URSS, estuvieron influenciada, entre otras cosas, por el fortalecimiento de la sociedad civil, el auge de las protestas de los movimientos sociales y, la expansión de la tecnología de la comunicación a nivel global.
Sin embargo, en la actualidad, paradójicamente, el asedio que está recibiendo la cultura democrática a nivel general, nos viene también de las transformaciones que han experimentados los medios de comunicación, las plataformas digitales y la opinión pública a nivel global y nacional.
En la sociedad moderna, todos sabemos la importancia que juegan las tecnologías de comunicación y las redes sociales en todos los ámbitos de nuestra vida; en la economía, el consumo, la identidad, pero sobre todo en la política. Los medios de comunicación, son plataformas tecnológicas que, han hecho posible la expansión de eso que llamamos la esfera pública, es decir ese espacio común compartidos, que hace posible la interacción social-comunicativa y, el debate de las ideas y posiciones de los ciudadanos sobre los asuntos públicos, vinculantes, que nos conciernen a todos, a nivel global, nacional y local.
Históricamente, la opinión pública moderna estaba basada en la racionalidad, en la medida que las personas debían debatir y dar razones de sus ideas y argumentos para legitimar su toma de posición sobre los asuntos públicos. Los participantes ilustrados, debían ser racionales-liberales pues luchaban por la ampliación de los derechos de los ciudadanos a participar en los asuntos públicos y, poner fin a la concentración del poder tradicional de la iglesia y la monarquía. En esa medida, la creación de una esfera pública racionalizada y secularizada, fue crucial para el desarrollo de la democracia moderna.
Sin embargo, con el auge de las tecnologías de la comunicación y las plataformas digitales, paradójicamente, se ha producido una masificación y deterioro de la calidad de los debates en la opinión pública. En ese sentido, habrá que darle la razón al pos-modernismo de Baudrillard, en contra del neo-modernismo de Habermas, pues con el auge de la tecnología de la comunicación, no ha devenido en un aumento de la deliberación racional y la política de reconocimiento de la diversidad, sino del auge del entretenimiento, de los discursos del miedo y la intolerancia frente a la diversidad cultural.
La masificación de los medios de comunicación y la opinión pública o publicitada, ha dado lugar a una expansión y concentración de las industrias de la información, de las cadenas multinacionales de la información, de la radio, la televisión, y las plataformas digitales globales como Facebook, WhatsApp, twitter, Instagram, etc., donde políticos, periodistas, comediantes, hater e influencer de todos tipos, se apoyan en la promoción del entretenimiento, el miedo y la simulación.
En términos políticos, la opinión pública nacional, se debate en la construcción de nuestras percepciones y representaciones sobre la guerra de Rusia y Ucrania, la crisis económica de los Estados Unidos, la creciente hegemonía de china, si estamos creciendo o no, que partidos va a ganar las próximas elecciones, si la migración de los trabajadores haitianos es una amenaza a la nacionalidad dominicana, sobre la legitimidad del aborto y las tres causales, el reconocimiento de las preferencias sexuales de los grupos LGBTQI, y en este campo, todo se vale, desde los memes, las noticias falsas, las tecnologías de repetición de los mensajes, la pos-verdad, los fundamentalismos morales y religiosos, la divulgación del miedo y, las amenazas internacionales, donde los que menos importa es la veracidad de la información.
Hay que reconocer que la opinión pública a nivel global y nacional se ha diversificado y se debate entre la estética del entretenimiento y los discursos irracionales del miedo. Ha dejado de ser una esfera dominada por la deliberación racional y el reconocimiento de la diversidad cultural y, se ha transformado en un espacio donde todos se vale, erosionando la cultura democrática.