El político
Durante la dictadura de Trujillo el Dr. Balaguer ocupó distintas posiciones en el tren gubernamental, muchas de ellas preeminentes y de la absoluta confianza del dictador, como la de vicepresidente de la república en el año de 1957, e incluso la propia presidencia en el año de 1960. Sin embargo, su carrera administrativa inició desde las posiciones más elementales a lo interno del gobierno, iniciándose en la función de fiscal y luego la de secretario de la Legación Dominicana en Madrid, en el año de 1932. Durante las 3 décadas que perduró la dictadura el Dr. Balaguer hizo gala de lo que fuera una de sus principales características personales: La mesura y el comedimiento. Mientras la gran mayoría de intelectuales y políticos de la época cayeron en desgracia frente a Trujillo, Joaquín Balaguer mantuvo siempre una postura flexible que le valió no solo para permanecer indemne frente al régimen, sino también para llevar a cabo una carrera impecable de ascenso.
De cara a los resultados de lo que fuera su vida como hombre público no podemos asumir que aquella flexibilidad de carácter exhibida durante los 30 años de dictadura respondía a una personalidad pusilánime o menuda, sino más bien a un majestuoso manejo político que supo perfeccionar a lo largo de su carrera como hombre de estado. No se conoce un solo error cometido por Balaguer que lo llevara a tropezar en el sitial donde se encontraba, pero tampoco se tiene registro de su participación en otras cosas que no fueran para el régimen estrictamente oficiales. Balaguer no participaba de fiestas ni bacanales, no era amigo de la familia Trujillo ni de ninguno de sus áulicos, sino que simplemente mantenía una relación de respeto y cordialidad, demostrando en todo momento que era un funcionario capaz y extremadamente comportado.
Solo en dos ocasiones Balaguer fue víctima del recelo generalizado que se vivía en la época y que era muchas veces propiciado por el mismo dictador. Una de esas ocasiones ocurrió en el año de 1934 cuando el Dr. Balaguer dio a la estampa un libro de aproximadamente 300 páginas, titulado Trujillo y su obra. El trabajo fue publicado en España mientras el autor llevaba a cabo trabajos diplomáticos. En la obra se pondera a Rafael Estrella Ureña como un orador portentoso, con una capacidad oratoria increíble que adornaba su condición de político y de abogado. Ese libro, a pesar de haber sido escrito para encomiar al dictador, fue condenado a la hoguera por el régimen, por contener presumiblemente aquella critica inocente. Según el mismo Joaquín Balaguer en la obra que escribiera para dejar sentada su propia biografía, la medida desproporcionada del régimen le reveló el “surgimiento de una especie de Narciso entregado a los excesos de la megalomanía y el deseo de poseer un poder omnímodo”. La condición metal de quien era ya el sátrapa dominicano era evidente, pero con aquel acto personificó la realidad social sentenciada por el poeta alemán Heinrich Heine: “Allí donde se queman libros, se acaba quemando también personas”.
El segundo acontecimiento en el que se resintió el estatus de Balaguer como hombre del régimen ocurrió en el año de 1935, al impartir una conferencia en la Casa de España bajo el título de Sevilla, La Ciudad de la Gracia. Tras impartir aquella charla en un acto esencialmente educativo y protocolar, llegó al despacho del entonces Secretario de Educación, Don Ramón Emilio Jiménez, una comunicación firmada por el propio Trujillo donde se exponía el desacuerdo surgido en los círculos oficiales con respecto a la conferencia dictada por Balaguer, bajo el argumento de que resultaba inconcebible que un miembro del gabinete hablara de Sevilla y otras naderías en vez de dedicarse a exponer a sus compatriotas las grandezas del gobierno. En ambas ocasiones Balaguer pudo recomponerse.
Llama la atención en la historia personal de Joaquín Balaguer que a pesar de haber recibido dos ejemplos del tipo de dictadura que ya se estaba gestando en la república, así como de haberse enterado de algunos asesinatos ocurridos incluso antes del surgimiento de Trujillo como el mandamás del Estado, éste continuara colaborando tranquilamente con el régimen sin preocuparse de esos asuntos y sin atender a cuestiones excelsas del ser humano. Durante la dictadura se acabó con todos los valores que mantienen unida a una sociedad. Todo giraba en torno a un falso líder que se hacía mentar bajo firma con el estigma de Dios y Trujillo, y se cercenaron los esquemas culturales, económicos, políticos, religiosos e incluso familiares; la sociedad quedó sencillamente desecha; y en un régimen así Balaguer se mantuvo colaborando como el más fiel de sus servidores.
En la actualidad existe un pensamiento pseudo-moralista que gana cada vez más fuerza en el seno de la sociedad e incluso en los círculos de la política tradicional, y es el criterio que busca justificar la permanencia de Balaguer en el régimen basado en la presumible inexistencia de alternativas para escapar de él. La realidad es que aun apelando a la supresión de culpa se llega a un error, ya que durante el gobierno trujillista existieron hombres que prefirieron el ostracismo antes que hacerse cómplice de una de las dictaduras más brutales de toda la región. Hombres como Juan Bosch en el ámbito político, o como Américo Lugo en lo cultural, prefirieron apartarse de la dictadura. Joaquín Balaguer sin embargo no. Aquel hombre de letras y de personalidad enigmática prefirió estar siempre al servicio de Trujillo, procuró permanecer indiferente frente degradación de todo un pueblo, convirtiéndose así en un especie de Fouché, quien gravitó en más de 3 etapas distintas en la historia francesa sin permutar con la necesaria validación de principios, convicciones o valores personales.