El cineasta Fernando Quiroz acaba de asumir el sentido objetivo de la histórica frase de «vergüenza contra dinero», al declinar una propuesta indecente que le sugería  introducir en un cortometraje patriótico lo “bueno” de Trujillo. ¿Acaso los psicópatas crónicos aportan conceptos y actitudes positivas a la sociedad? Trujillo evidenció  esta condición patológica desde su juventud cuando le regalaron una yegua y la denominó  papeleta y a su primera hija le puso el nombre de Flor de Oro. La ambición de riquezas sin límites y la obsesión asesina, fueron congénitas en este personaje. Se inició en la ignominia con la banda de Pepito, su padre que se dedicaba al abigeo.

Luis Arseno Rodríguez en su libro de anécdotas sobre el  “Benefactor de la patria”, resalta que: “En su pubertad sirvió como monaguillo, etapa de su vida en la cual se le endilgó el mote de Chapita, lo que constituyó para él un infamante sobrenombre que siempre quiso olvidar, el cual le deviene por el hecho de haberse apropiado de una medalla o chapa religiosa propiedad del sacerdote Marcelino Borbón y Peralta, quien pastoreaba la grey católico-romana sancristobalense, cuya acción taimada la han bautizado como su primer acto de felonía”. (Luis Arseno Rodríguez. Trujillo anécdotas de un dictador.  Editora Alfa & Omega. Segunda edición. Santo Domingo, 1983. p. 15).

Albert C. Hicks, historiador norteamericano que escribió un libro denunciándolo en 1946, comentaba que en 1911 con apenas 20 años, mientras trabajaba en la Estación agronómica experimental de San Cristóbal, fue apresado por el hurto de tres valiosas sillas de montar inglesas, pertenecientes a la Estación. (Albert C. Hicks. Sangre en las calles.  Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Inc. Primera edición en español. Santo Domingo, 1996. p. 53)

Siendo un joven miembro de la Policía Nacional Dominicana, persiguiendo a los patriotas campesinos del Este (injustamente calificados como gavilleros) manifestó su vocación innata  por el crimen. Mario Read Vittini, quien lo conoció desde San Cristóbal, aportó para la historia una anécdota de esta incipiente inclinación, acotando una declaración de Aurelia Medina de Hazin (Lela), en cuyo domicilio almorzaba el  oficial Trujillo, mientras estaba de servicio en San Pedro de Macorís.  Relató Read Vittini:

“Recuerdo que nos contó Lela, que una vez llegó Trujillo con todo el uniforme lleno de barro y con muestras de haber sido usado por algún tiempo en la campaña contra los “gavilleros” y de sobremesa de la cena, mientras se encontraba de pie, con las manos sobre el espaldar de una silla del comedor, contó como esa misma tarde había acabado con una familia de gavilleros, hombres, mujeres y niños y que, el mismo había ahorcado algunos de ellos.

Lela, horrorizada, le dijo:

-“Ay, Chapita, ¿Cómo puedes ser tan cruel? ¿Cómo puedes hacerle esas cosas a esos infelices?”

Y nos dijo que él le contestó con cierta sorna:

-“¡No te mortifiques, mamita, que esas gentes no eran familia tuya…!”  (Mario Read Vittini. Trujillo de cerca.  Editora San Rafael. Santo Domingo, 2007. p. 47).

Joaquín Balaguer, el albacea por antonomasia de Trujillo, escribió que en sus buenos tiempos junto a su querido “Jefe”, en cierta ocasión abordaron un ascensor en el Palacio Nacional, de acuerdo a la versión de Balaguer:

“Al entrar en el elevador, sin que mediara entre ambos la menor palabra, Trujillo trazó con la mano un semicírculo alrededor de su cuello y pronunció las siguientes palabras: “Yo no creo más que en esto.”  Articuló esas palabras con acento sombrío, y como si hablara consigo mismo. Escuché, sin embargo, esa frase tremenda, la cual adquiría en los labios de quien las dijo una significación impresionante, sin la menor extrañeza. Para ningún observador de la realidad nacional podía ser sorprendente, en efecto, la filosofía que aplicó Trujillo fríamente en el curso de toda su tormentosa carrera como hombre de Estado”. (Joaquín Balaguer. La palabra encadenada.  Fuentes Impresore, S. A. México, 1975. p. 221).

Como psicópata crónico de modo constante, desde su juventud hasta la senectud, disimulaba la clara alteración de su conducta social, lucía una persona “normal” hasta que lo consideraba prudente, entonces manifestaba sin ambages sus síntomas patógenos de beneplácito con la depravación que le caracterizaba. Sus actividades siempre fueron signadas con sangre y hurto.

Félix García Carrasco, médico que ejerció durante la tiranía y las aciagas circunstancias le obligaron a salir al exilio, al definir el comportamiento nocivo de este personaje, apuntó para la historia:

“Para Trujillo no existían los sentimientos que ponen vallas a la mala conducta del hombre común. Todo lo contrario: ninguna norma ofensiva era bastante baja si con ella se conseguía el exterminio del disidente. Y no se conformaba con atacar según los usos de la guerra: se complacía en provocar el sufrimiento, la degradación. El sadismo era una pasión hondamente arraigada en su personalidad”. (Félix García Carrasco.  La noche de treinta y un años.  Mediabyte, S. A.  Santo Domingo, 2001. p. 231).

Ese monstruo de carne y hueso llegó a considerarse superior a sus congéneres, hasta el extremos que fieles áulicos llegaron a acuñar la expresión de “Dios y Trujillo”.  El filósofo Miguel A. Pimentel analizando el significado ideopolítico de la mitología trujillista detrás de esta expresión, ha establecido:

“La mejor muestra de identificación la encontramos en la frase: “Dios y Trujillo”, puesto que contienen la medida exacta del poder absoluto del tirano. Al igualarse a la divinidad, el tirano es el todopoderoso de la sociedad dominicana; es pues, un personaje ubicuo que trasciende la historia, la patria, y a todos los ciudadanos. Como recurso retórico es el más empleado por los panegiristas del régimen trujillista”.  (Miguel A. Pimentel. Poder y política en la era de Trujillo. (Filosofía y política) (1930-1961).  Editora Texto Estilo. Santo Domingo, 1995. p. 69)

Aunque parezca increíble a estas alturas del juego todavía aparecen apologistas que no solo pretenden acentuar lo “bueno” del “Jefe”, sino que reclaman le dediquen museos y no dudo muy pronto solicitaran la reposición de sus estatuas en los espacios públicos.

 Estos alabarderos de nuevo cuño, alegan entre otras cosas “positivas”, que Trujillo pagó la deuda externa. Se trata de una de las mentiras más grosera que sale a flote de vez en cuando. Lo primero es que fue el pueblo dominicano desde 1907 (con la malhadada Convención) sacrificando los ingresos públicos aduanales pagó la deuda por un espacio de más de tres décadas.  Con los cobros compulsivos de la Receptoría de Aduanas en 1918 el monto original fue prácticamente saldado. El 13 de mayo de 1921, el expresidente Francisco Henríquez y Carvajal rechazando las maquinaciones que pretendían propalar no se había cumplido con el pago de la deuda tras la Convención de 1907,  refutó esta falsedad  manifestando:

“Antes bien, los fondos de amortización de dicha deuda exterior han ido creciendo de tal modo que a los catorce años de contraída ya está reducida a solo ocho millones y que, a seguir los pagos conforme los prescribe la Convención, dicha deuda quedará extinguida dentro de cuatro años, y treinta y tres años antes de la fecha acordada para su extinción”.  (Manuel Arturo Peña Batlle previo a la dictadura. La etapa liberal.  Bernardo Vega, editor. Fundación Peña Batlle.  Santo Domingo, 1991. p. 48).

 A esto se agregó una nueva deuda del Gobierno de ocupación de los Estados Unidos, que fue cargada a los dominicanos y un empréstito de 1924 realizado por el Gobierno de Horacio Vásquez, auspiciado por el ocupante extranjero.  Aun en condiciones lesivas para el Estado dominicano, la Convención de 1924 establecía los mecanismos para terminar de saldar esta deuda, rol que correspondería de manera rutinaria al Gobierno de turno, en ese momento el de Trujillo. Como era habitual en la “Era” se desplegó una gran propaganda resaltando que había pagado la deuda, cuyo monto original se liquidó en 1918  y el nuevo compromiso económico siguió el mismo mecanismo de cobro, que por su carácter compulsivo también sería liquidado.

Que Trujillo creó el voto femenino, es la peor ofensa a la mujer. ¿Cuál voto?  ¿Se elegían los representantes de los poderes del Estado en ese momento?  El voto no es depositar una boleta sin ningún tipo de valor electoral en una urna. El sufragio es un poder para los pueblos elegir los dirigentes del Estado y eso nunca ocurrió en la “Era de Trujillo”, se trata de una herejía política. Es en 1962 cuando los dominicanos recuperan el derecho a votar mujeres y hombres.

Otra fábula en torno al “Jefe” es que dispuso el desayuno escolar, detrás de este acto demagógico la verdad espanta. El hambre que sufría la población durante trujillato era antológica, la tuberculosis que es una enfermedad económica se imponía entre las principales patologías dominantes. Dos prestigiosos tisiólogos pediatras (especialistas en tuberculosis infantil) de la época, revestido de valor denunciaron en el IV Congreso Médico de 1946, la alarmante  mortalidad de niños por tuberculosis, en su gran mayoría por hambre:

“Creemos también que en vista de las altas cifras de tuberculización halladas en nuestra población infantil, deben ampliarse los servicios dispensaríales para niños, abordarse cuanto antes la construcción de sanatorios y de preventorios infantiles, con capacidad suficiente para nuestras necesidades, así como tratar de establecer cuanto antes un servicio de vacunación por medio del B.C.G. e intensificar todos los servicios sociales de protección al niño: Desayuno Escolar, Estaciones de Leche, Guarderías Infantiles, Hospitales para niños y Servicios Médicos Escolares”. (Rodolfo de la Cruz Lora, Sixto Incháustegui Cabral. La primera encuesta radiológica en la Republica Dominicana. Memorias IV Congreso Médico Dominicano.  Editorial El Diario. Santiago, 1946. p. 147).

Ante la irrefutable denuncia de la alta tasa de morbimortalidad por tuberculosis infantil,  se trató de acoger a medias las recomendaciones de los médicos y se ordenó un nuevo impuesto para suministrar el desayuno escolar y crear estaciones de leche. Obviamente como el “Jefe” nunca perdía,  la leche se adquiría en la Industrial Lechera, el pan en los Molinos Dominicanos, ambas empresas de su propiedad.

La uncinariasis era una de las enfermedades clínico-sociales más frecuentes. Se trata de un parásito cuya puerta de entrada al organismo generalmente es por los pies. En ese lapso fruto de la escasez de recursos económicos de la población general, era una costumbre de muchos ciudadanos deambular descalzos en campos y ciudades y residir en viviendas con pisos de tierra, de ahí la alta prevalencia de la uncinariasis en esos momentos. El muy ilustre pediatra Mariano Lebrón Saviñón, comentaba esta situación en una revista pediátrica, formulando la siguiente denuncia desde un concepto clínico-social:

“No es exagerado afirmar que más de un 90% de nuestra población infantil está afectada de parasitismo intestinal, donde áscaris, tricocéfalos y uncinarias se asocian para causar estragos. Y más de un millón de la población lleva en sus intestinos a la uncinaria, ese vermes voraz que de tal manera aniquila las energías. Entre nosotros el que abunda es la variedad americana (necátor americanus). Los huevos evacuados en las heces, pasan a las tierras húmedas y aún a las aguas, donde nacen las larvas vermiformes. Por meses permanecen en estos lugares, hasta que pasa por allí un incauto con los pies desnudos; estas atraviesan la piel, y después de recorrer toda una ruta que incluye bronquios y torrente sanguíneo, caen en el duodeno, donde se hacen adultas, se adosan a las paredes y empiezan  su vida parasitaria a expensas de la sangre del sujeto que los alberga”. (Mariano Lebrón Saviñón.  Campaña antianquilostomiasica. Paidós. Revista Dominicana de Pediatría.  Santo Domingo (C. T.) diciembre 1952. Núm. 8.).

El ”Benefactor de la patria” trató de buscarle una solución a su modo a la alta tasa de prevalencia de la uncinariasis. Fue prohibido caminar descalzo por las calles, quien lo hacía sería multado. Todos los ciudadanos  debían usar calzados, pero la principal fábrica de zapatos era la Fa Doc, de su propiedad. El problema básico lo soslayó, la gran proliferación de viviendas con pisos de tierras, era prácticamente imposible que personas en condiciones de vida paupérrimas pudieran colocar pisos de cementos en sus viviendas y él pese a su “magnanimidad” no asumió la empresa de donar los pisos de cemento.

Los acueductos fueron muy limitados los principales como el de Santiago y la Capital fueron construidos previos  a la tiranía. Durante el régimen no se construyó ninguna presa. En relación a la electricidad, esta llegaba a las capitales provinciales, pero la mayoría de los municipios y secciones carecían de servicios de electricidad.

Otras de las proclamadas “obras” del  “Benefactor” de la patria, fue que durante su mandato llegó la televisión al país, bajo la dirección de su hermano Petán Trujillo.  Un medio de comunicación tan poderoso para comunicarse con la población como la televisión, no se podía permitir que empresarios del sector privado asumieran esa responsabilidad. Desde el ámbito del control trujillista eso era imposible, la televisión tenía que nacer bajo el control oficial, independientemente de la trascendencia profesional y social del personal que laboró en la estación, que era mantenido en constante zozobra.

Se trataba de un avance tecnológico que se expandía por toda América y la fiebre de la televisión no podía pasar desapercibida, cuando ya era algo normal en importantes países como Chile, México, Cuba, Argentina, Brasil y Venezuela. Solo en las postrimerías de la tiranía, por una situación muy especial se permitió a un empresario privado otro permiso para una televisora, donde también estaba vedada la libertad de expresión.  Es importante acotar que el costo de un aparato de televisión era prohibitivo para las clases bajas y media de la sociedad, por eso en los lugares donde alguien adquiría un televisor, la sala de la casa se convertía en un cine para que los vecinos pudieran disfrutar de las transmisiones televisivas.

Nos resultaría imposible continuar con las cosas “buenas” del “Padre del patria nueva” por ser muy prolijas. Detenernos en los crímenes en pleno auge de la tiranía, también es muy extenso, solo queremos consignar que en La Rotunda, famosa cárcel de torturas de Juan Vicente Gómez en Venezuela, al caer la tiranía se localizaron prisioneros con 15 y 20 años en ese presidio. En la Cuarenta de Trujillo, la estadía era corta, usted era agraciado si después de una tanda de torturas lo liberaban o lo enviaban a la Penitenciaria de La Victoria, de lo contrario su estadía no sería prolongada en ese aciago recinto, porque muy pronto terminaría siendo lanzado a los acantilados del mar Caribe.

Solo queremos terminar señalando algo “bueno”: la habilidad del “Jefe” para suscribir contratos con títeres para postularlos como candidatos presidenciales y que ellos quedaran conformes, como ocurrió con Jacinto Peynado y su hermano Negro Trujillo. Que aprendan quienes se afanan por calzarse las botas del “Padre de la patria nueva”.