“el médico, si es sensato, te manda al filósofo”
Alain (15 de mayo 1911)
Arlene pensaba que ya no sabía lo que quería y Pedro que a ver un psicólogo. Así de claras estaban sus intenciones cuando me pidieron intervenir, a mí, un abogado litigante de medio tiempo que suele evitar los conflictos de intereses como los gatos la lluvia, y que de psicólogo solo tengo la misma necesidad que todos -diría que algo mas, de no ser por mi intermitente testarudez, quizás el gran escollo en mi formación filosófica-. Pero bueno, algo veían en mí que ni aún hoy me atrevo a ver. De hecho, de haberme planteado la situación sin rodeos, no creo que hubiese asimilado con precisión el caos que les acosaba, y que al final no tardó en desvanecerse esa noche más de lo que tardan las quimeras cuando arriban a la costa de utopía.
Desde mi despistado punto de vista mi pareja de amigos extrañaba su más divertido amigo solterón. Y ahí estaba Manuel, como casi siempre suelen estar los solterones para con sus amigos especiales, sobre todo para los más íntimos: disponible y contento de poder estarlo; pero en esta nueva oportunidad sin imaginar un indicio de la importancia de mis servicios.
Mi error, y no uno cualquiera -el gran error imperdonable para el pragmático de buen juicio que a veces olvido que también soy o pretendo ser-, fue no haber entendido la dimensión del asunto con el grito de auxilio que debí interpretar en esta inusual forma de “invitar un amigo a compartir”: “crees que puedas recibirnos esta noche, necesitamos verte.” En mi ingenuidad egocéntrica me parecía normal que querer verme lo expresaran como una necesidad, y lo era, pero no exactamente para lo que yo pensaba -divertirnos juvenilmente-, sino todo lo contrario: atender un asunto de alta seriedad que de no resolverse positivamente podría costarles muy caro, y no solo en términos económicos; pero a ese momento todavía no me entero de nada, y no podía hacerlo, pues lo que estaba ocurriéndoles no es algo que hubiese podido presumir sin al menos la pista concreta que nunca tuve.
Se trata de dos de mis mejores amigos de media vida, de esos que saben cosas de uno que nadie mas, y porque las han vivido conmigo. Y aunque suelo pensar que los esposos que saben serlo según el contrato de matrimonio que firmaron, son dos que valen por uno, estos lograron la peculiar virtud de mantener la individualidad frente a mí, llegando incluso a dejarme saber secreticos que solo yo guardo de uno y otro, y viceversa. Amigos de los que tenemos tantas ideas, pasiones y chismes por compartir en cada encuentro que de lo único que nunca hablamos es de trabajo; de esa clase de amigos. En fin, me estoy refiriendo a mis panas, lo que me dificultaba verlos de forma distinta -que era precisamente lo que pretendían de mí en esta ocasión-. Por eso entendí su propuesta de vernos como una más de las de siempre: cena, tragos y conversaciones que se convierten en discusiones que terminan en sesiones de baile hasta que nos apagan la música.
Y como suelo hacerlo, con ese plan los esperaba y recibí en casa como punto de partida: con traguitos, picaderita, un playlist recién creado y energía reservada para vencer la madrugada despierto, pues para ponerle sazón a mi extravío, todo esto ocurrió la noche de un viernes.
Llegan, y aunque demasiado silenciosos y fríos, procedo sin perder tiempo y ni una palabra a poner en sus manos dos cócteles recién aprendidos en YouTube. Y de su parte ni un cumplido, cosa rara conociéndolos, pero -como todos tenemos algo de masoquista- continúo de buen anfitrión. Como si fuese yo que quería verlos, no les doy chance ni para un desahogo y empiezo contándoles sobre la muchacha que en esos días estaba conociendo y lo mucho que nos gustamos, a mi entender. Este tema los pone curiosos y empiezan con sus preguntas…
“Pues que les digo, estaba en librería Cuesta, y veo esta tipa súper hermosa y sexy, pero también decentica, frente a los anaqueles de filosofía, y me dije: ‘encontré mi Arlene, compórtate como lo haría Pedro’ (aquí les saco las primeras sonrisas de la noche, a la par con la mía constante); ví que ojeaba ‘El arte de Amar’ de Erich Fromm, entonces me lancé: ‘si te digo que te amo, qué pensarías?’, y me responde, ‘qué estás loco o que eres un evangelista’… su respuesta me pareció perfecta, sobre todo porque me la puso fácil para la próxima línea: ‘pues te confieso que no podría demostrarte que no estoy loco, y menos ahora que te conozco, pero ese no es el tema, lo importante es que sí te lees esa obra mientras seguimos siendo amigos, puede que terminemos como Arlene y Pedro’; ‘¿quiénes son esos?’ -me pregunta sin dejar de sonreír en ningún momento-, y ahí mismo, de pie frente a todos esos genios encuadernados, le cuento la que considero la más bonita historia de amor que conozco, la de ustedes, mis queridísimos amigos!”
Y como si el alcohol me habría subido de primero y más fuerte que nunca -pero no era eso, sino el amor en mí-, les doy un fuerte abrazo a ambos al mismo tiempo y les digo: “los amo, ustedes son mi esperanza para contar con que mi alma gemela existe y espera por una coincidencia en algún lugar de Santo Domingo… (y en mi mente: sino de Shangri-La)”.
Frente al aaaaw! sarcástico, pero sublime de Pedro, me sorprendieron las lágrimas de Arlene sonrojada, y se me ocurrió pedirles -en pleno júbilo- que se dieran un abrazo para registrar ese momento en una fotografía, a lo que accedieron hasta con un beso incluido, lo que aproveché para mejor grabar un videíto que de inmediato publiqué como historia de Instagram con el siguiente mensaje: “tu media naranja existe, y si para muestra un botón, he aquí dos!” Hashtag: #buscalatuyaqueseacaban y los taguié a ambos.
Aunque no le dieron repost, tampoco me reprocharon el atrevimiento, lo que procedí a celebrar con un brindis, que siguió con otro, y otro, y otro; y ya a este punto solo pensaba lo tanto que hubiese querido que la muchacha aquella de la librería estuviese ahí para terminar de asfixiarnos, pero no estaba, pues precisamente ese día le tocó ser madrina en la boda de una amiga, a la que llevarme hubiese sido políticamente incorrecto, pues solo teníamos dos semanas saliendo.
No bien preparándonos para seguir la fiesta en otro lugar, suena mi timbre. “¿Quién toca?” pregunta Pedro; “¿tú llamaste al colmado?” le sigue Arlene. “No, debe ser José Luis que lo invité temprano pero siempre llega tarde, de seguro que anda con su nueva novia, vamos a ver que lo qué”, les respondo sonriendo.
Aunque noté en sus rostros una interrupción al éxtasis del momento con la sorpresa de otras personas en nuestro compartir, me dije en mi mente, y claro, con mi autoridad de anfitrión: “que no jodan y se adápten, que vaina es”, lo que traduje para ellos con mi imperturbable sonrisa más tierna: “fluyan, vamos a curarnos con estos dos.” Y así fue el resto de la noche, una cura, para mí, y definitivamente para ellos, que al final de la jornada solo me faltó bañarlos antes de acostar. Bailé más de treinta canciones en más de 4 bares. Y en el penúltimo conocí a Sol, una joven arquitecta que por unirse a nuestro coro le sacó pie al aburrido de sus amigas, y hoy también somos nuevas panas.
A la semana siguiente volvimos a vernos, esta vez la aventura juvenil continúo en Las Terrenas, donde en un momentico de sobriedad Arlene me confesó -con palabras algo maquilladas- lo que pensó que pasaba por sus vidas como amenaza existencial de un hermoso matrimonio hasta minutos antes de haberme visitado aquel viernes. Me pareció una historia maravillosa y no menos interesante, considerando que lo poco que hice fue corresponderles y amarlos. Por eso ahora la comparto con ustedes, extrayendo esta moraleja, por un lado: ante llamados de necesidad, aún aparentes, no cerremos las puertas a priori; por el otro: amemos tanto como se pueda. Del amor solo puede nacer más amor -nada menos, todo más-. Amar es la más rentable inversión atendiendo a su insignificante e insospechable potencial, y de ganar-ganar nadie se arrepiente.