El locutor en la emisora estaba conminando a los oyentes a “espabilarse” porque “el que nada tiene nada vale”, no pude contenerme y le dije al joven taxista, un poco indignada, que como alguien se atrevía a aseverar tal cosa por un medio de comunicación. Para mi sorpresa, este chico, no mayor de 25 años, me dijo que “eso es cierto” y que en su familia todos tenían la misma opinión.

Me asaltaron los recuerdos de las clases de moral y cívica en el colegio, donde debatíamos los retos sociales y éticos que nos aguardaba el porvenir. Respiré hondo y le comenté que los bienes materiales no son una condición de valor personal para indicar que una persona sea mejor que otra. Que esa era una premisa del locutor no una verdad absoluta. Entonces, él me contestó que debía “respetar las opiniones de los demás”, degradando la conversación a un asunto de tolerancia. A seguidas se puso “los rangos” de su progenitora para asegurarme que él sabía muy bien de lo que estaba hablando porque “ella es psicóloga” ´y “piensa igual que yo, en mi familia todos piensan igual”. Guardé silencio, y entonces me miró por el retrovisor e interrumpió mis pensamientos, al decir, casi a quemarropa: “usted trabaja por dinero”. Apreté contra mi pecho el folder donde tenía los textos (que me dirigía a fotocopiar) para el primer taller que impartiría con el Plan Nacional de Fomento del Libro y la Lectura Dominicana Lee; supe que aquella conversación era un anticipo de todos los desafíos que tendríamos por delante. “Amo mi trabajo, el compromiso con nosotros mismos es encontrar una labor que nos satisfaga emocionalmente y no trabajar solo por dinero”, acoté.

Mis palabras le supieron a nada y me preguntó que, si me gustaba el “dembow”, le dije francamente que no, y entonces dijo un poco iracundo que estaba muy mal que algunas personas criticaran a este “ritmo musical”, pues “no importa si una canción repite incesantemente una frase o palabra, sin decir nada más, si puedes ganar mucho dinero con ella”. Recordé al difunto escritor Manuel Rueda, que en desacuerdo con algún tipo de poesía o “anti-poesía” consideró que era “la poesía de los que han dejado de creer en la poesía”, no vislumbrando que la época de la “anti-música” nos acorralaría.

Sabía que estaba perdiendo el tiempo, pero de todos modos le expliqué que la canción es un subgénero lírico y que por tanto debía expresar belleza y coherencia, que esto no significaba solo decir cosas bonitas, porque existen más de 70 figuras literarias para expresar emociones, “buenas” o “malas”, incluyendo la metáfora y el símil que son las más conocidas. Le comenté que, por ejemplo, las bellas artes son como un automóvilen la mayoría de los países llevan el guía a la izquierda, mientras que, en otros, que son los menos, lo tienen en la derecha; los hay de muchos tamaños y colores con una infinidad de innovaciones, pero a ningún fabricante se le ocurriría colocar el mofler donde va el retrovisor. Igual sucede con el arte, continué, hay reglas intrínsecas que debemos respetar. Lo demás es cuestión de gusto.

El Plan Dominicana Lee que inició en el Ministerio de Educación de la mano del escritor Luis R. Santos y que ahora dirige el Dr. Javiel Elena Morales, fue lanzado oficialmente el 15 de septiembre del 2021 y, pese a los escépticos, los logros pueden ser exhibidos y nos hacen ver el futuro con esperanza. Para mí, la mayor recompensa ha sido ser testigo de cómo los estudiantes más indisciplinados escriben los mejores relatos y poemas, y cómo estos y otros manifiestan que no sabían que leer era tan divertido. Al obsequiarles libros, siempre quieren más de uno y hasta se pelean por ellos, en los festivales de lectura algunos subrepticiamente los “toman prestados” o lo intentan (esto siempre me causa satisfacción).

Desde el principio del Plan Dominicana Lee nuestra compañera de labores Maritza Alcántara nos ha bautizado como el equipo de “los soñadores”, ante esta lucha feroz de la “civilización contra la barbarie”; aún tenemos fuerzas para continuar soñando y el sueño es llegar a cada escuela dominicana.