En un país ausente de grandes contrastes climáticos, expresiones culturales, históricas, religiosas  y sociales hacen las diferencias en los ciclos anuales y cuando sus celebraciones  son continuas se convierten  en tradiciones y al mitificarse adquieren las dimensiones de leyendas, que en ocasiones tienen orígenes externos.

 

Las tradiciones y las leyendas se componen de elementos históricos, religiosos, espirituales, míticos, sustentados en las creencias colectivas, mantenidas como “verdades”,  expresadas como propuestas que se transforman con la cotidianidad y con la identidad de cada lugar.  Esto quiere decir, que las manifestaciones culturales cambian en función de las transformaciones de la sociedad.

 

La reacción humana ante este proceso dialectico, antropológico, está dividido, para algunos es un desastre, una barbaridad, porque sus celebraciones no pueden modificarse  y otro  grupo que cree en el mantenimiento de las esencias, pero debiendo cambiar sus expresiones particulares en función de los tiempos, impuesto por las transformaciones sociales.

 

Y esto es lo que ha sucedido en Dominicana, donde las creencias y las celebraciones de la Navidad inicialmente son una manifestación externa, europea, fruto de la “cristianización” colonizadora occidentalizada, española y la injerencia  posterior del capitalismo en su acción globalizadora de dominación, expresión de la comercialización para el aumento del lucro y el  desarrollo del capital, que ha incidido trascendentemente en la navidad de nuestro país.

 

La población indígena 0riginalmemte no conoció la Navidad ni a Jesucristo ni al cristianismo.  La Navidad llegó con el “descubrimiento” de la isla,  surgiendo tempranamente esta palabra al bautizar  Cristóbal Colón con el nombre del “Fuerte de la Navidad”, al primer espacio militar español de ocupación de América.  La Navidad comenzó realmente después del segundo viaje del almirante en la Ciudad de Santo Domingo.

 

Su esencia era fundamentalmente religiosa y familiar,  para la exaltación del nacimiento del Niño-Dios, donde después de siglos, terminó en un ciclo que incluía la “noche buena”, el nacimiento, el año nuevo y los Santo Reyes.  Originalmente los nacimientos simbólicos hacían su presencia en las iglesias, con cantos de villancicos, la “Misa del Gallo” y  la celebración solemne de una cena familiar.  En las puertas de las viviendas se colocaban guirnaldas. La navidad se convirtió en una época particular, llena de regocijo, perdón y amor. El comportamiento se transformaba en ternura y las relaciones sociales se humanizaban.  ¡Era una época de catarsis social!

Este modelo prevaleció  durante años más o menos igual hasta la llegada de la primera intervención norteamericana a nuestro país (1916-24), cuando se transformó esta época, surgiendo “Santiclos”, las tarjetas de navidad, los árboles de navidad, los fuegos artificiales, las bebidas extranjeras, los dulces industrializados de navidad, los juguetes de los Santos Reyes  y en la comercialización de la misma.

 

Ante las limitaciones económicas del pueblo, la imaginación popular respondió con una criollización de la navidad, la “navidad dominicana”, convertida también en una época excepcional, mágica, donde se mezcla lo “sagrado” y lo “profano”, con la solemnidad de los villancicos alabando al señor y el sonido lleno de ron de los aguinaldos de la alegría.  Se afianzó como una época de amor y de esperanza, de perdón y de reencuentros, de afianzamiento familiar y de integración comunitaria.

 

La palabra “agüinado”, indiscrimidamente ha tenidos tres aceptaciones: Solicitud de dadivas, tocar música en grupo y ritmo musical.  Igualmente se impuso y se revalorizó la gastronomía, surgiendo como símbolo el “puerco  en puya”, las teleras, elaboradas solo para estas festividades, los lerenes, los pan de frutas, los pasteles en hoja, el ron como afirmación, el vino criollo, el anís , el Guababery y el ponche casero.  Asomaron como exquisiteces las manzanas, las uvas, las peras y los dulces de navidad, si como los fuegos artificiales.

Frutas de Navidad.

Prevalecía la música dominicana, el merengue típico y de orquesta, donde era privilegiada en la radio la música de navidad, viniera o no “Juanita”.  En muchos pueblos del Sur, al entrar la noche, con un perico-ripiao se salía a tocar aguinaldos,  se interpretan tres merengues, recibiendo un aguinaldo por los dueños, en ron y dinero, salvo las ocasiones donde se abrían las viviendas y se compartía golosinas, comidas y romo entre los parrandero y los comensales.

 

En Samaná, Sánchez y Sabana de la mal, salían las “parranda de los pollos”, donde se elegía un rey y una reina, se salía a tocar por las calles con varias guitarras y tamboras, tomando ron, hasta altas horas de la madrugada.

 

En San Pedro de Macorís, “los cocolos” salían por las calles del pueblo  con sus orquestas particulares donde sobresalían sus tambores, las flautas dulces y sus triángulos de metal, bebiendo Guababery, la bebida del arraillan para los príncipes y los soñadores.

 

En la ciudad capital y casi todos los pueblos de manera espontaneas en los barrios salían las “mañanitas”, donde se tomaba bebida jengibre caliente.  Después llegaron “los angelitos” en las oficinas e instituciones para compartir los que apenas se saludaban en la vida cotidiana.

El nacimiento, simbolo de solidaridad y amor.

El caótico crecimiento urbano, la inseguridad ciudadana, el doble sueldo a principios de diciembre, la desmitificación religiosa y la comercialización han transformado la navidad, pero sigue siendo una catarsis necesaria donde la “navidad dominicana” define su identidad.