Uno de los grandes mitos de la modernidad es la posibilidad de que el ser humano en su desarrollo científico pueda llegar a predecir el curso de los acontecimientos, reuniendo y analizando todas la variables existentes, las formas en que dichas variables evolucionaron desde el pasado, y así conocer lo que ocurrirá mañana, en una semana, un año, un siglo… Este paradigma se apoya en la manera que se ha estudiado la naturaleza inanimada y las especies de vida sometidas a estrictos patrones biológicos. No así el ser humano, la sociedad, la tecnología y hasta la ciencia misma. Popper lúcidamente lo formuló en estas proposiciones:
“El curso de la historia humana está fuertemente influido por el crecimiento de los conocimientos humanos. No podemos predecir, por métodos racionales o científicos, el crecimiento futuro de nuestros conocimientos científicos. No podemos, por tanto, predecir el curso futuro de la historia humana. Esto significa que hemos de rechazar la posibilidad de una historia teórica; es decir, de una ciencia histórica y social de la misma naturaleza que la física teórica. No puede haber una teoría científica del desarrollo histórico que sirva de base para la predicción histórica.”
No es posible “predecir” lo que ocurrirá exactamente con un proceso político, social, económico, cultural, sanitario, científico o tecnológico, de igual manera que sí podemos hacerlo con la posición del planeta Saturno en una década o un siglo. Donde interviene la voluntad humana es imposible establecer patrones mesurables científicamente que nos señalen resultados precisos. Sí podemos prever posibilidades, siempre sujetas a los resultados, hace un año todas las encuestas serias señalaban que el PRM ganaría mucho a poco las elecciones recién pasadas y como no ocurrió ningún hecho de gran relevancia que afectara la popularidad de dicho partido en el gobierno, las elecciones se correspondieron en gran medida a las encuestas hechas con criterios científicos.
Con el caso de las elecciones de Estados Unidos es mucho lo que ha pasado y lo que se ha debatido, sobre todo en las últimas dos semanas. El resumen más creativo sería que: Thomas Matthew Crooks intentó matar a Trump, pero falló, solo le rozó una oreja, pero ese tiro tumbó a Biden de la candidatura presidencial y ahora resulta que el viejo senil es Trump al enfrentarse con una candidatura más joven de los demócratas, con posibilidades que sea mujer y afroamericana. Hasta podríamos indicar que la bala ahora se devuelve y amenaza con sacar a Trump de la competencia o derrotarlo en las elecciones.
Nada de eso estaba en la mente de ese jovencito que ese día se encaramó en un techo a dispararle al candidato republicano. Y nadie podía predecir hace un mes todos estos acontecimientos, ni saber lo que ocurrirá en las elecciones norteamericanas a finales de este año. ¿Qué no es dado decir? Que la democracia de Estados Unidos está en su peor crisis, al menos desde el asesinato de Lincoln. La economía parece marchar bien, Biden sacó del estancamiento económico fruto de la COVID a los norteamericanos colocando dinero en sus bolsillos para que salieran a gastar, pero internacionalmente el dólar cada vez más pierde terreno como moneda de intercambio, militarmente Estados Unidos luce disminuido y el caso Ucrania y Palestina empantana todo discurso que pretenda hablar de victorias o compromiso con la democracia y la justicia. Son masacres para enriquecer la industria del armamento y maniobras geopolíticas.
Flavio Darío Espinal evocó hace unos días la tesis de la fortuna de Maquiavelo, donde el autor de El Príncipe integra en su análisis la importancia del acontecimiento no previsto, ni panificable, que favoreciera o perjudicara a un gobernante en su búsqueda del poder. Es tan importante ese factor como el talante o la sagacidad a la hora de evaluar lo acontecido. Y no olvidemos el texto de Nassim Taleb, El cisne negro: el impacto de lo altamente improbable, que a nivel local Tony Raful lo aplicó en un texto sobre los acontecimientos nacionales en clave del cisne negro: De Trujillo a Fernández Domínguez y Caamaño. El Azar como categoría histórica. Llamémosle como lo hagamos, donde hay voluntad humana no es predecible con exactitud los acontecimientos.