La vejez tiene que ser asumida como una aventura que nos reclama la existencia. Si el transcurrir de esos años de culminación de vida la aceptamos no sólo como consumidores de cosas, sino, con el convencimiento de ser portadores de tradiciones y cadenas vivenciales que se convierten en sabiduría, sería una verdadera lástima, no gozar del privilegio de la vejez.
Quienes que pueden darse cuenta y definitivamente poner oídos en estos sabios enanos, saben que la plenitud del largo camino de la vida, no se ha completado si no llegamos a viejos.
La existencia eterna es solo un ideal que la biología no soporta. Ninoska Velázquez
Ser conscientes de las transformaciones que vamos experimentando con el paso de los años, es de las cosas más importantes e interesantes de nuestro paso por la vida. Estamos ciegos tratando de detener la juventud con procesos complicados además de arriesgados, en procura de impedir que la vejez no se haga cargo de nosotros. Ingenuos, totalmente ingenuos. Ella vendrá como un tsunami y nos arropará inmensa con su ropaje de nuevos acontecimientos, que muchos de nosotros no somos capaces de aceptar, ya sea por desconocimiento o terror de que el final está más cerca que cuando vivíamos en juventud.
Esas hazañas por descubrir en esta etapa de la vida nos llegan solas, sin buscarlas ni comprarlas. Es un premio de esa conquista del tiempo vivido. Suerte los que han podido rebasar infortunios como: enfermedades, epidemias, accidentes, un sin número de episodios que vemos en otros y que le sacamos el cuerpo cada año que conquistamos de vida plena, hasta llegar a edades avanzadas.
Sin que nadie nos convenza, empezamos el despojo existencial. En primer lugar de las reglas sociales establecidas, compromisos sin sentido, oído sordos a los necios compañeros, al cúmulo de cosas obsesivamente innecesarias y a los horarios de marionetas. Todo esto se convierte en un zafacón de absurdos al que nos zapateamos y desaparecen de nuestra lista de prioridades por arte de magia.
La plenitud es un estado de la vejez, cuando es aceptada y consumada con altivez. Saber que no hay nada más que nos sorprenda del mundo exterior, para soltar las amarras de lo establecido, y enrumbarnos a todo un universo interior intacto, joven caudal de sabiduría, de ternura y paz.
Para aprender a ser vieja hace falta un gran talento que tienen pocas mujeres. Oscar Wilde.
Definitivamente la vejez nos sumerge a un estadío de tranquilidad que nos ofrece el cuerpo con su oxidación y la fuga de energías. Sin embargo nos regala la grandeza de la sapiencia y la intuición en estado de relajación.
A estos sabios ancianos les pesa más el alma y la mente que los músculos y el ímpetu. ¿Quejarnos de que? Darle la bienvenida a la vejez sin traumas y con alegría. Los cambios son como las estaciones del año, claro que está, sin retorno. Hay que abrazar por siempre todas las vidas pasadas, sobre todo decirle adiós a la juventud tormentosa, bella, agitada y sin tiempo. Jamás nos sentiremos como cuando éramos jóvenes. Aceptar que esa sensación energética pasó, para dar entrada a otra etapa biológica- biográfica por descubrir.
La vejez es una ventana que se abre sin darnos cuenta, cuando de repente se nos va la juventud. Dejar pasar su luz, y todo estará iluminado. Descubrimos un mundo de verdades, tan vital, que se convierte en clarividente. ¡Así es la vejez! Ella es elegante, pausada, reflexiva, nadie la engaña, su yo interno está conforme con su tránsito por la vida hacia la eternidad.
La palabra ancianidad es muchas veces un oráculo. Publio Siro.
Los verdaderos filósofos naturales del mundo son los viejos. Su mirada larga que se pierde en pensamientos y reflexiones, oasis de sabidurías, para horizontes de coexistencia cada vez más cercanos. La vejez es el resultado de una vida de aprendizajes, que se manifiesta como un río de gran caudal.
Tan pronto pasamos al umbral de la vejez nos damos cuenta, que todo es mejor. Lo que concebimos, como hechos biológicos instintivos intrascendentes para mantener a la máquina corporal agitada y enérgica, ahora cobra sentido. Al fin, salir de la rutina impuesta por el sistema social creado, tomar caminos con atajos que nos conduzcan más rápido a conocer otras experiencias, espacios y placeres. Claro está, si somos conscientes del camino al que estamos sumidos, sobre todo a la conquista del tiempo-vida.
La vida, la vejez y la muerte están unidas y tienen vigor propio. Ninoska Velázquez
Detenernos en las cosas simples y vitales de la existencia es volver atrás, al principio del todo. Comer es un privilegio. Degustar es un placer de pocos. Beber agua cuando se tiene sed es una bendición, no por obligación o porque la regla médica me lo indique. Respirar, darnos cuenta que el tomar oxígeno es alimento vital y finalmente oler el aire. Volver a jugar acompañados de los nietos u otros de igual condición, asombrarnos con aprender a desaprender. La bienvenida a las poderosas canas , que nos empecinamos en ocultar. Es un nuevo look en el atardecer de la vida. ¿Por qué no? Igualmente la fuerza de gravedad de las arrugas siempre descendentes, y la flacidez muscular para la pausa, para así detenernos a meditar y pensar.
En un mundo de idolatría adolecentista, son muchos los afanes que nos imponen socialmente para confundirnos y clavarnos la daga del consumismo feroz. El estandarte de juventud de nuestra era, le resta más tiempo a la vejez y la encasilla en lo inútil y feo, para luego exhibirla en una vitrina ridícula de imposibles monstruos del quirófano.
El anciano que conserva los placeres de la juventud, pierde en lo que gana en ridículo. Napoleon Bonaparte.
Que pena que en nuestra cultura occidental, la juventud no sabe empoderarse de los saberes de los adultos mayores. Los famosos consejos que brotan sin corsé en las bocas de los viejos, pudieran las nuevas generaciones psicodélicas vivir 3 vidas más productivas y placenteras, evitándose cientos de errores asumidos y vividos por nuestros abuelos.
Por último, el redescubrimiento nueva vez de la ternura, la más honesta de las emociones y sentimientos, donde solo somos capaces de sentirla en la etapa de la niñez. Por supuesto que volvemos al refugio materno y poco a poco regresar a la esencia inicial, volver a ser niños y más, sin tiempo y sin memoria.
El profundo respeto por la vejez y por la tradición, el prejuicio favorable a los antepasados y desfavorable a las generaciones jóvenes caracteriza la moral de los poderosos; y cuando, a la inversa, los defensores de las《ideas modernas》 creen casi por instinto en el 《 progreso》 y en el 《porvenir》, resultan cada vez menos respetuosos con la vejez, bastando esto para revelar el origen plebeyo de dichas 《ideas》(Friedrich Nietzsche, Más allá del bien y del mal)