Una cosa son los acontecimientos de la vida real y otra cosa es su interpretación, la cual se acerca, se aleja o se distorsiona por ignorancia o por manipulación de la verdad. Depende de quien realice la interpretación. La secuencia de sucesos para definir como fue, recibe el nombre de historia y sus interpretadores se conocen como historiadoras e historiadores.
Pero las historiadoras y los historiadores no son oráculos con absolutismo de la verdad. La inocencia no existe entre ellos, hay intereses y hay ideologías. Su cercanía o su distancia del poder, determinan su “verdad histórica”. La criticidad define objetivamente la realidad.
Las y los historiadores son eruditos, académicos, con altos niveles de abstracciones y diversos instrumentos teóricos-metodológicos del conocimiento, que son garantía de veracidad y objetividad de los acontecimientos históricos-sociales. Pero hay otras interpretaciones, sin exigencias académicas, tenidas como “verdad”, elaboras por el pueblo, mitificadas, acomodadas a sus intereses, a su visión de la vida, idealizadas, sin que tenga que ver nada con las rigurosidades de la ciencia. Estas “verdades” populares son sagradas e intocables, porque son su “verdad”, a las que respetan y reverencian, que convierten en mitologías y en leyendas, las cuales son esencias intelectuales, espirituales y existenciales.
Estas se eternizan, son simbolizaciones de la oralidad, se trasmiten a su manera a las nuevas generaciones, quienes las enriquecen. Es la historia, idealizada, al margen de la “historia” académica y de la historia oficial, mezclan la ficción y la realidad como en las novelas, donde las fronteras nunca están perfectamente definidas y van más allá de los prejuicios, de las creencias religiosas, políticas y los estamentos económicos-sociales.
En otras palabras, el pueblo crea y recrea “su historia”, sus héroes y sus antihéroes, al margen de la historia académica y de la historia oficial, una historia no escrita, convertida en catarsis. Podemos recorrer la “historia” y encontraremos una historia sin “historiadores” o “historiadoras”, donde el anonimato, con testimonio de protagonistas y testigos de ocasión le dan veracidad. Independiente de su legitimización fascinante, es posible llegan a conocer estas “verdades”.
Soy un amante de las historias locales, de las historias orales, de las historias noveladas, con ficción, romanticismo y con la realidad, inventadas con pasión por el pueblo y por algunos intelectuales. Por encima de machismos trasnochados y prejuicios, en esta historia podemos encontrar simbolizaciones y exaltaciones de la mujer subversiva, combatiente, líder, ejemplos de valentía y patriotismo, orgullo y patrimonios de la patria, muchas de ellas convertidas en leyendas.
En el periodo colonial sobresale con respeto María de Toledo, como símbolo del poder, de la élite, de la nobleza colonizadora, y Anacaona, como la expresión de identidad a nivel popular, exaltando su belleza y su dimensión de cacica, jefa del cacicazgo de Jaragua, esposa del intrépido Cacique Caonabo.
En ese mismo periodo colonial, históricamente en Nigua, San Cristóbal, se produce el 30 de diciembre de 1796 la rebelión de esclavos más importante de este lado de la isla, donde lograron tomar en las primeras horas de la rebelión al Ingenio Azucarero Boca de Nigua. En su celebración queda hoy en la memoria popular la figura de Ana María, coronada como reina de la rebelión, por su coraje y su valentía.
En la lucha independentista, la mentalidad popular exalta a diversas mujeres como símbolos nacionales, desde Concepción Bona, que junto con su prima María de Jesús Pina, de acuerdo con los lineamientos del Patricio, Padre del Patria, Juan Pablo Duarte, confeccionaron la primera bandera dominicana, aquella que subió a los cielos el 27 de febrero de 1844 en la Puerta del Conde ante el trabucazo de Mella. Pero la más impactante es Juana Saltitopa, ”La Coronela”, la mujer que se puso un vestido de coraje en la batalla del 30 de marzo contra las tropas haitianas en Santiago de los Caballeros y de acuerdo con la leyenda bajaba al río Yaque a buscar agua para enfriar los cañones de los combatientes; llevaba pólvora de un lugar a otro, daba ánimos y curaba heridas. ¡Su figura en medio de la batalla se tornó una leyenda!
En los nefastos momentos históricos de la Primera Intervención Norteamericana, está la figura reverente de Elcilia Pepín y la leyenda de Canela Mota en Baní, con la defensa de la bandera dominicana, cuando se eternizó su grito: “Mi bandera no se baja /ella siempre estuvo arriba/ es el ama de la patria/ y por ella doy mi vida”.
Durante la llamada Era de Trujillo surgieron valerosas mujeres que enfrentaron a la dictadura, convirtiéndose en Heroínas de la Patria, aunque sobresalen en este firmamento las hermanas Mirabal: Minerva, Patria, y María Teresa.
En el 1963, a consecuencia del golpe de Estado al presidente Juan Bosch, las montañas del país definieron la odisea del Movimiento Revolucionario del 14 Catorce de Junio, bajo la jefatura del comandante Manolo Tavarez Justo, en las “guerrillas de la dignidad”, donde Pike Lora se hizo leyenda, fusil en mano, como ejemplo de valentía por ser la única mujer entre 150 guerrilleros.
Mamá Tingó se convirtió en mito de la mujer campesina desde el instante en que fue asesinada en la lucha por la tierra y Aniana Vargas en símbolo de la mujer en la lucha por el medio ambiente y defensa de la ecología. Abril del 65 parió a la mujer-fusil, sin nombres sonoros pero con identificación de pueblo.
En la literatura se sobredimensiona a la mujer revolucionaria, guerrillera. Por ejemplo en la novena El Terrateniente de Manuel Antonio Amiama. Ronaldo Carranza había engañado y traicionado con el costo de la vida del jefe guerrillero Fidelito de la Cruz, que en la realidad era Vicente Evangelista. Su mujer, Leopoldina, jefa guerrillera, juró vengarse y con su propio revolver ajusticio al miserable de Carranza. ¡Leopoldina-leyenda vive en el imaginario popular!