Del 19 al 24 de septiembre pasado se llevó a cabo en Madrid (España) la XII Muestra Todo Cine Todo Dominicana. Se trata de un loable esfuerzo conjunto de la Embajada de la República Dominicana ante el país ibérico, la Dirección General de Cine y el Ministerio de Turismo, que se realiza periódicamente a fin de difundir la filmografía nacional, acercar la cultura dominicana al público español, así como propiciar un espacio de confluencia e intercambio entre la industria del sector de ambos lados del océano.

Por esos mismos días, yo estaba recién aterrizando de Santo Domingo en España. En cuanto me enteré del evento por medio de las redes sociales, me hice con la programación y, todavía con el Caribe calentito en el corazón y en la piel,  fui a ver las películas que alcancé. No fueron todas; suficientes, sin embargo, para hacerme una idea y, sobre todo, dejarme impresionar positivamente por la iniciativa.

Dos cosas concretas me llamaron la atención: la ubicación diversificada y la calidad de la programación.

Y es que las películas se proyectaron en tres lugares diferentes, cada uno con sus propias características y su público. El foro principal fue la Cineteca de Madrid, ubicada en Matadero, un amplio complejo arquitectónico de ladrillo rojo, a la vera del río Manzanares, antiguo lugar de despiece de animales, reconvertido desde hace algunos años en uno de los centros culturales de vanguardia de la ciudad, que convoca a un nutrido e inquieto público madrileño, ávido de novedades y conocimiento.

Otro de los espacios de proyección fue la Casa de América; éste es, por el contrario, un recinto lleno de glamour, un aristocrático palacete del siglo XIX, poblado de grandes espejos, acabados de oro y lámparas colgantes de cristal, que antaño fue residencia de los marqueses de Linares y que en 1992 –en el marco del aniversario del “descubrimiento” de América- fue transformado en centro de difusión de la cultura de las antiguas colonias españolas. Desde entonces, se ha constituido en un punto de encuentro de los amantes de las expresiones culturales latinoamericanas, pero también y sobre todo de las élites y altos funcionarios de Iberoamérica.

El tercer espacio donde hubo programación fílmica, fue el barrio: el barrio dominicano en Madrid, a saber, Cuatro Caminos; el barrio donde se encuentran los salones, los locutorios, las agencias de envío de dinero, los restaurantes con picapollo, el qué lo que en las esquinas. Ahí, específicamente en el Centro Cultural José de Espronceda, un espacio de integración social, dirigido a los colectivos migrantes residentes en la zona y regentado por el Ayuntamiento de la capital, se encontraba colgado el cartel de la muestra, invitando a asistir a todo el mundo a sus funciones.

En total fueron ocho largometrajes los que se proyectaron a lo largo de la muestra. A parte de una comedia, ligera, buena para las risas, el grueso de las películas programadas permitió adentrarse en las luces y sombras de la sociedad dominicana, más allá del slogan turístico de sol y playa. Temas tales como discriminación, machismo o racismo, como elementos que permean la realidad nacional, estuvieron bien presentes en las proyecciones filmográficas. Una película, en particular, me dejó desencajada, desencajada por el dolor o la angustia: Perejil, del joven director José María Cabral. El desasosiego no vino tanto por el episodio histórico, narrado en la película, de la matanza de haitianos a manos del gobierno trujillista en los años 30, sino por caer en cuenta de la actualidad y vigencia –ahora, con frontera cerrada- del discurso de odio sobre el que se sustentó ese genocidio. Qué bueno que desde el arte se aborden esas problemáticas y se abran espacios, tan necesarios, para espejearse.