La muerte es radicalmente inexorable, es una realidad individual y colectiva que afecta a todos los seres vivientes en cada sociedad, la cual entre los seres humanos asume una expresión diferente en función de la cultura, las creencias religiosas, el contexto rural-urbano, nivel de desarrollo  y los sectores sociales existentes, dándole una dimensión acorde con los tiempos.

Entierro de jóvenes con música

Para algunas personas la muerte es un final, la conclusión de su existencialidad, cuyo destino a va depender de su conducta en la tierra,  esperándole el premio del cielo  o el castigo divino del infierno. Otros creen que morir es nacer de nuevo, transformado, resultado de una reencarnación.  Para otros, es sencillamente la conclusión de una existencia donde todo terminó con la muerte, sin ninguna trascendencia sobrenatural y por eso dicen ¡Hasta siempre!

 

En nuestro medio y el Caribe, además, está presente una conceptualización africana, los muertos también van a otra vida donde prevalece una dimensión de la inmortalidad, pero a otro espacio de la realidad, donde se puede establecer una relación entre  los vivos y los muertos, de ayuda mutua y de comunicación personal.  Y aunque el cuerpo desaparezca el espíritu es eterno.  Morir es volver a nacer.

 

Según esta filosofía los difuntos se convierten en ancestros, con capacidad para influenciar a los vivos y viceversa.   Por eso en la cultura popular dominicana, existen ceremonia y rituales, como los nueve días, la Cabos de Año, el Rincón, los Mapoté, los Bancos, los Palos de muerto, los Baquiní, las estelas mortuorias,  por la creencia  de comunicación entre los vivos y los muertos, donde en situaciones límites de la vida, se invoca a los seres queridos  fallecidos, sus ancestros.  Los ancestros son al final espíritus protectores.

 

Para descubrir al pueblo dominicano hay que conocer las intimidades de sus creencia, de su visión del mundo, de su filosofía de la vida, cuyas expresiones se van trasformando por los procesos de la urbanización y de la modernización.  Que una juventud marginada, acorralada, no pueda realizarse en una sociedad como la nuestra, que sobrevive en su violación, que entierre a sus muertos con música y tragos, que incluso participe en sus rituales con los muertos, no es una violación al “campo santo”, a las “buenas costumbres”,  sino que es una respuesta contestaría de ruptura, de protesta  contra lo establecido, en una sociedad para ellos de mentiras, de hipocresía, de falsedades, de promesas incumplidas,  en realidad, es crítica social de reafirmación de su vida.

 

Pero además, eso no es influencia del Vudú, ya que es el desborde de lo imaginario popular, es la asumida de conciencia y la frustración de jóvenes defraudados con un tipo de sociedad. En vez de ser una respuesta política es una provocación “profanadora”, contestataria.

 

El imaginario popular es rico con el tema de la muerte a la que se le teme, que en mi tiempo,  de noche la gente no hablaba sobre ella y sobre los muertos.  Todo el mundo desechaba pasar cerca del cementerio o donde habían asesinado a alguien, porque nadie dudaba que los muertos “salían” y que habían lugares “grimosos” que todo el mundo temía.

 

El tema de la muerte, arropaba todo el ambiente.  Se creía, por ejemplo, que si una lechuza, volaba cerca de una casa y se posaba en un árbol cercano,  alguien en ella moriría.  Cuando en la madruga un perro aullaba con persistencia y las gallinas cacareaban, era señal de muerte.

 

Cuando alguien moría, acorde con la tradición, había que cubrir con sábanas todos los espejos, porque se temía al mirarlos que alguien  podía ver reflejado el ánima del muerto y podía volverse loco.  Cuando el entierro pasaba frente a una vivienda, debía lanzarse agua en el suelo para evitar la muerte de alguien en la casa.  Y si había un enfermo, al pasar el cadáver, tenían que sentarlo en la cama, para evitar que la muerte se quedara allí. Todos los familiares  y amigos se vestían en los primeros días de negro, existiendo una tabla que indicaba el tiempo de duración del luto en función de la cercanía con el difunto. ¡Eran las creencias de la  época!

 

Todavía en algunos lugares del  país, se cree, que el espíritu  del difunto pasará nueve días en la casa.  Por eso deben cerrarse las puertas que van a la calle y los dolientes deben entrar por una puerta lateral, durante esos días tiene  que haber lloros,  gritos con ataques, música (Palos) y mucha comida, sobre todo el último día.  Los familiares y amigos harán una visita al cementerio a la tumba del difunto para saludarlo y estar con él.  Eso se conoce como “Rincón” y “Velas de Ofrecimiento”.  Al cumplir un año de muerto en diversos lugares  realizan un “Cabo de Año” y si ha pasado este tiempo se le hacen festividades que reciben el nombre de “Banco”.

 

Ligado a la muerte y a  los muertos, en la tradición dominicana están los rituales y ceremonias para encontrar y sacar las “botijas”, ahorros que se enterraban en diversos lugares en tinajas, con la creencia de que eran “morocotas”, “monedas de oro”, de igual manera se creía en la venta de las almas de los difuntos, teniendo como destino un espacio idealizado en Haití conocido como “Alhajé” (“Alcallé”).  En la religiosidad popular, el culto de los Guedé rinde  homenaje a San Elías, el Barón del Cementerio y a su hija, Martha la Dominadora.   Existe la creencia de   cuando hay un crimen y el asesino está en el velorio, el muerto sangra y el asesino se descubre.

 

Pero la muerte sale del cementerio y se va de fiesta para el carnaval donde es un personaje carismático que va acompañar a los diablos para  que den vejiga y goza asustando a los niños, impresionando a todo el mundo cuando llega de repente a las multitudes montado en un jeep.

 

La muerte y los muertos son temas de nuestro folklore y nuestra cultura popular, personajes de leyendas, presentes en nuestras tradiciones. Si queremos conocer lo que somos, nuestra identidad, esencia de nuestra dominicanidad, es necesario el conocimiento de nuestra realidad sin prejuicios, cuando  muchos de sus aspectos todavía esta vigentes entre nuestras y nuestros campesinos, el cual debemos respetar. Y si  los jóvenes de nuestros barrios populares entierran hoy a sus muertos con música, cerveza y ron, es reinterpretación, recreación de expresiones de los ancestros, de las esencias de nuestros antepasados, subyacentes en las tradiciones, porque en el fondo, además, es un repudio social, una expresión contestaría de inconformidad con una sociedad que no ha sido capaz de insertarlos  satisfactoriamente.