En un discurso que pronuncié en el año 2015 con motivo de un aniversario de la Asociación de Industrias dije que "en términos materiales habíamos progresado mucho, pero que a pesar de esos avances creía que moralmente nos habíamos envilecido y me preguntaba qué pasaba con los dominicanos que habían perdido el respeto por la vida ajena y la capacidad de asombro".  El asesinato de Orlando Jorge Mera, un hecho bárbaro e injustificable, confirma mi apreciación de años atrás.

El afán de lucro y la ambición desmedida junto al narcotráfico y al consumo de drogas están carcomiendo los cimientos de nuestro país y eso no puede continuar de esa manera.  Algunos de estos ingredientes tienen que ver con la muerte a tiros del ministro de Medio Ambiente, hecho cometido por alguien que decía ser su amigo.

Este suceso ha consternado a la sociedad dominicana que se pregunta cómo pudo perder la vida un hombre de bien como Orlando, cabeza principal de un Ministerio donde se supone deben existir medidas de seguridad para evitar hechos de esa naturaleza.

Conocí al difunto Jorge Mera siendo prácticamente un niño, en la casa de sus padres, Salvador y Asela, a la cual visitaba con frecuencia. A pesar de las vicisitudes que pasó y que experimentó en carne propia la realidad de que "el poder es una sombra que pasa", como le decía su progenitor. Siempre fue una persona educada, decente, atenta, servicial, de un carácter apacible, amigo del diálogo y la concertación, honesta, firme y responsable en el desempeño de sus funciones, quien nunca buscó venganza por las terribles cosas que le hicieron pasar a su familia. A pesar de la diferencia de edad y que pocas veces nos veíamos, le tenía un gran aprecio.

Este abominable hecho, junto a las muertes y asaltos ocurridos últimamente preocupan cada vez más a la ciudadanía, a quien el incremento de la delincuencia y la criminalidad la llenan de miedo y le alteran su ritmo de vida.

Aunque el crimen cometido no encaja en lo que más adelante trato, pues su perpetrador no era ni pobre, ni marginado, ni iletrado, creo que debemos tocar este tema por ser la violencia un detonante importante en estos casos.

Explicar el por qué  los delitos de todo tipo han adquirido la categoría de epidemia no resulta fácil. Existen motivos como la pobreza, la falta de oportunidades, la marginalidad, el hacinamiento, la carencia de educación, pero sobre todo la desigualdad, que influyen seriamente en el crecimiento incontrolable de este fenómeno. Lo cierto es que el crimen, la violencia y la inseguridad impactan negativamente todos los sectores de la sociedad, afectando la dinámica de inversión y debilitando la legitimidad de las instituciones públicas encargadas de su control y castigo.

Teniendo en cuenta la magnitud que este problema ha adquirido y su complejidad, opino que es necesario involucrar a toda la sociedad en la búsqueda de su solución, la cual requiere de acciones multifocales.

Como he dicho en más de una ocasión, es necesario que la educación pública cambie y ofrezca a los estudiantes no sólo educación de calidad, también debe incluir herramientas que contribuyan a mejorar sus oportunidades futuras, convirtiéndolos en entes productivos y ciudadanos de bien.

No podemos dejar de mencionar a la cuestionada pero tan necesaria fuerza policial. Es necesario que la reforma que está en marcha, termine dotando al país de policías bien escogidos, bien entrenados y bien pagados, que verdaderamente defiendan y protejan a la ciudadanía y que por fin puedan lograr el respeto de todos.

La irreparable pérdida de una persona tan valiosa como Orlando, no será remediada por ninguna de estas medidas, pero quizás podamos lograr que hechos de esta naturaleza dejen de ocurrir.