Recientemente, después de varias semanas de expectativa, la justicia de Nueva York desclasificó documentos judiciales asociados al caso Jeffrey Epstein, culpable de múltiples delitos relacionados con el tráfico de personas y el abuso sexual de menores.

Construyendo un relato histórico del caso de Jeffrey Epstein. Era el año 2019, la campaña electoral para las elecciones 2020 cobraba fuerzas, cuando un escándalo estremeció al establishment estadounidense. Los principales medios informaban que el Buró Federal de Investigación (FBI) había arrestado al multimillonario Jeffrey Epstein, en el aeropuerto de Teterboro, en Nueva Jersey.

Destacadas personalidades de la jet set de la sociedad, funcionarios públicos y altos cargos políticos, parecían estar involucrados –directa o indirectamente– en un delito de trata de personas, abusos sexuales contra menores de edad y prostitución.

Jeffrey Epstein, multimillonario administrador de fondos de cobertura en Wall Street, tenía antecedentes penales, porque ya había sido acusado por abusos sexuales contra menores de edad entre 2001 y 2005. En aquellas oportunidades, se estimó que Epstein había abusado de una docena de jovencitas entre los 13 y los 16 años; sin embargo, la investigación reabierta indicaba que eran más de un centenar.

Según registros del FBI, en el 2006, el magnate reclutaba a menores “particularmente vulnerables” por su condición económica, en los barrios pobres de Nueva York o traídas desde Centroamérica, el Caribe y hasta del Medio Oriente, para fiestas sexuales en sus residencias en Manhattan, Nuevo México y el Caribe.

Las conexiones poderosas que tenía el inculpado en el sistema judicial estadounidense y las contribuciones generosas de dinero, lograron que la causa pasara del nivel federal al estatal en 2008, y cumpliera apenas 13 meses en el ala privada de la cárcel del Condado de Palm Beach, Florida.

Un acuerdo secreto, logrado entonces por Epstein, garantizó inmunidad “a cualquier potencial cómplice”, que ninguno de sus amigos y allegados sufriese consecuencias, y las víctimas no pudieran tener acceso a los documentos judiciales del caso.

Pero, reabierto el caso en 2019 en EE.UU., el denominado “libro negro” de Jeffrey Epstein se convirtió de nuevo en un gran peligro para muchos. Entonces ocurrió que, al estilo de las más taquilleras películas de gánster, Epstein se suicidó en extrañas circunstancias en una prisión federal de Nueva York, donde esperaba el juicio.

El conocido “libro negro” es un compendio minucioso de la red sexual de menores del multimillonario, que involucraba a personalidades como Bill Clinton, y Donald Trump, quien expresó en su momento: “Epstein es un tipo estupendo (…), es bastante divertido andar con él. Incluso se dice que le gustan las mujeres hermosas tanto como a mí, y muchas de ellas jovencitas”.

La orden de la jueza Loretta Preska, del tribunal federal para el Distrito sur de Nueva York, de hacer públicos los documentos sellados del caso Epstein, ha alborotado el avispero, pues se espera que figuras prominentes aparezcan en los legajos.

La jet set se estremece, mientras los políticos afilan sus armas. Nada mejor en medio de una precampaña electoral llena de complejidades, zancadillas y golpes bajos, que disponer de “argumentos” para destruir a los rivales. No importa si la moral aparece en harapos, que no son símbolos de pobreza material, sino metáfora de la pobreza de principios del imperio que se encuentra en su etapa parasitaria, de decadencia y en descomposición.