Si entendemos la máscara política, en tanto que símbolo distorsionado de una conciencia falsa que domina la pantalla pública nacional, podemos inferir la debilidad de la crítica parcial del discurso político en su fragmentación ideológica y en los argumentos de una falsa lógica impuesta como evidencia, manipulación de eventos reales y demás recursos manipulatorios que presenta la prensa escrita, radial y televisiva en el país junto a la información escrita, pronunciada y autoritaria del Estado megalómano dominicano .
Los compromisos y arreglos políticos que se realizan en la esfera cerrada del poder civil y a escondidas entre políticos e intelectuales, son el inicio de un tramado evidentemente dirigido a derrumbar la conciencia crítica de los llamados términos de comparación, y las llamadas decisiones de los “notables” en materia de diálogo, que sancionan los decretos y las declaraciones “preparadas” para manumitir e inhibir los estallidos sociales organizados por una fuerza política marginal.
Las urdimbres o tramas políticas, en su afán de significar sus acciones mediante el montaje ideológico-político utilizan la indeterminabilidad de politicastros que funcionan como ejecutivos de planes consistentes en la destrucción de las “figuras públicas”, destacadas en el caos de las versiones políticas cotidianas. Es así como los ídolos se derrumban y se diluyen en el relato de la representación pública y privada, justamente cuando nuevas versiones, nuevos planes y nuevos “cambios” afloran en el ámbito nacional.
En efecto, el fin de una práctica política democrática, entre comillas, se observa en diversos programas políticos coyunturales, (Véase, el caso histórico presentado por el Moderno, Movimiento de Renovación Lineamientos Estratégicos para el desarrollo Económico de la República Dominicana, Santo Domingo, República Dominicana, marzo, 1990, Ed. Taller, pp. 141), donde una nueva “inteligencia” política de tipo neoliberal y reduccionista pretendía perfilarse como salida a la crisis política nacional, sin avanzar un programa cultural y de renovación en el plano de la comunidad histórica, y sin “direccionalizar” su mensaje político hacia la unidad de los programas de una acción transformativa de la sociedad: adecuación social cultura, dosificación de los equilibrios administrativos, refuerzo efectivo de la política económica, y otros.
Pero como de lo que se trataba y se trata, es de proteger el diálogo abierto sin perder de vista la historicidad del cambio, los representantes políticos y sus miniburocracias partidistas, dilatan aún más la crisis y la agonía del Estado político dominante, para de esta manera (ellos) asegurar su status a través del discurso electoral y sus finalidades triunfalistas.
De ahí que los pactos político-económicos en el país y principalmente en la cronología (2008-2023) adoptan la forma monocéntrica del discurso de Estado, por oposición a las expectativas y acciones pluridemocráticas de la comunidad marginal, pronunciada como discurso oprimido.
Así las casas, la llamada Estructura Direccional del Discurso de Estado se reconoce en las correspondencias Lenguaje público/privado. Burocracia sumada a los aparatos ideológicos del Estado, donde se reconocen los signos-señales y sistemas de signos. Desde el uso de ciertas relaciones pertinentes en la casuística estatal. Los grupos gubernamentales se orientan a la difusión de un pensamiento político anómalo como práctica política institucional y como fase autoritaria y dictado instruccional. La difusión autoritaria le niega la libertad de acción al sujeto público, lo que origina una alienación provocada por el Estado megalómano (ver, Jean Francois Revel 1982 (1983).
Es importante destacar que la Mimesis de Estado es un recurso que crea la posibilidad de una puesta en escena política y cultural que se repite como parte de una trama que forma parte de un posicionamiento de todo “Estado megalómano” y dictatorial cuyo origen en los llamados relatos democráticos populistas y clientelistas actuales, supone actores de base llamados voceros e intelectuales que funcionan como intelectuales políticamente megalómanos que son el fruto de este tipo de Estado-gobierno actual.
A propósito de los intelectuales y el oficialismo, el escritor Avelino Stanley avanzó en el 2003 una doxa crítica que caracteriza esta tipología de Estado-gobierno y que genera y prohíja este tipo de intelectual “modelo”, hijo de esta pantalla ideológica. Veamos:
“Actualmente la relación que se da entre algunos intelectuales y el Estado tiene otras variables. El fenómeno puede explicarse desde distintas vertientes. Michel Foucault, al ingresar al College de France, presentó una lección fundante en la que estableció procedimientos categóricos acerca de lo prohibido, la exclusión y la verdad-falsedad en el discurso…”
“Lo que merece atención especial en cualquier intelectual que labore para el Estado es la concepción de su discurso con relación a sus actitudes antes y durante su función. Si de ser críticos pasan a ser censuradores. Si de ser liberales pasan a asumir posiciones que reivindiquen el racismo y el autoritarismo. Si después de tanto enfrentar actitudes como el nepotismo incurren en lo mismo. Si se sienten en la necesidad de tener que responder a todo el que cuestione sus desaciertos. Si llegan incluso a pedir en algunos medios que separen a “fulanito” porque sus opiniones no les son favorables. Eximirse de actuar en esa dirección no quiere decir que se desapruebe la oficialidad para la cual laboran. Son actitudes en las que no debe caer un intelectual porque responden al lado más mezquino de la sociedad”. (Ver, “Los intelectuales y el oficialismo”, en El Caribe, 21 de febrero de 2003, p.11)