La historia del movimiento sindical tiene una gran riqueza en sí misma. Desde la Revolución Industrial que generó las primeras grandes olas de organización obrera, especialmente en Europa y América del Norte, un periodo, donde personas como Robert Owen en el Reino Unido y Ferdinand Lassalle en Alemania fueron líderes importantes que impulsaron la idea de la unión de trabajadores para la mejora de las condiciones laborales y de vida.

Los anarquistas y socialistas del siglo

XIX que impulsaron la organización de muchos de los primeros sindicatos con figuras como Mikhail Bakunin y Karl Marx, que aunque no fundaron sindicatos per se, influenciaron profundamente en las teorías y prácticas del movimiento sindical temprano.

La Federación Americana del Trabajo

(AFL) en Estados Unidos, fundada en 1886 por Samuel Gompers, se convirtió en una de las primeras y más influyentes federaciones sindicales en Estados Unidos, adoptando un enfoque pragmático hacia las relaciones laborales.

La historia de los sindicatos de profesores se extiende a lo largo de más de un siglo, teniendo sus raíces en varios movimientos por los derechos laborales y la profesionalización de la enseñanza en distintas partes del mundo. Los sindicatos de profesores surgieron de la necesidad de abordar desafíos comunes como las condiciones laborales, salarios, estabilidad laboral, y LA CALIDAD DE LA EDUCACIÓN. Los primeros sindicatos de profesores fueron creados en Reino Unido y Estados Unidos a finales del siglo XIX.

Esos fueron momentos históricos hermosos y trascendentales de las luchas de los trabajadores.

Pero la historia del movimiento sindical en la República Dominicana, al igual que en otras latitudes, no está exenta de claroscuros.

En el caso de la Asociación Dominicana de Profesores (ADP), que el pasado 13 de abril, cumplió 54 años de ser fundada, su evolución desde sus orígenes idealistas hasta su realidad actual como actor político más que educativo, refleja las críticas vertidas por un gran número de dominicanos, sobre la cooptación y desvío de los sindicatos.

Durante los períodos electorales, es común que los partidos políticos adopten las ideas y causas de movimientos activistas y sindicales, utilizándolos como estrategias para ganar votos y atraer a líderes influyentes. Sin embargo, tras las elecciones, estos partidos suelen ignorar las demandas de los activistas, desviando su atención hacia las políticas favorables a los grupos de poder que financiaron sus campañas. Un claro ejemplo de esta práctica es el caso de las 3 Causales.

En definitiva, la ADP tiene ante sí un desafío crucial: recuperar su papel como agente de cambio social y educativo, o resignarse a ser una simple marioneta en el juego de poder político.

En sus inicios, la ADP se erigió como una voz combativa por la mejora de las condiciones laborales y LA CALIDAD DE LA EDUCACIÓN. Sin embargo, con el paso del tiempo, su enfoque parece haber mutado, priorizando las reivindicaciones salariales por encima de la lucha por un sistema educativo integral y transformador.

Así como en los Estados Unidos, la Cosa Nostra o Mafia Italoamericana se apoderó de las Uniones (sindicatos) de la construcción, el transporte, la industria del vestido y el sector de servicios, para beneficiar su operatividad criminal y económica, de igual manera, sindicatos como la ADP han sucumbido a las estructuras de poder que están representadas dentro de los partidos políticos.

Los ideales originales de los movimientos sindicales contemporáneos han sido abrumados por las estructuras de los partidos con el objetivo de captar cuadros políticos activistas y apoyo de los movimientos activistas. Pero esos sindicatos ya no representa las luchas y demandas heroicas desde las cuales fueron creados.

Esta metamorfosis ha generado un profundo malestar entre muchos docentes, quienes lamentan que la ADP haya abandonado sus principios fundacionales para convertirse en un instrumento de sectores de poder ligados a partidos políticos. Esta cooptación ha debilitado la capacidad de la ADP para actuar como un ente autónomo y defensor genuino de los intereses del magisterio y la educación dominicana.

Las consecuencias de este desvío son palpables: un sistema educativo plagado de deficiencias, docentes desmotivados y una sociedad que aún no logra cosechar los frutos de una educación de calidad.

La ADP, en lugar de ser un motor de cambio, se ha convertido en parte del problema, al relegar su rol protagónico en la construcción de un sistema educativo y de un futuro más promisorio para los estudiantes dominicanos.

La ADP, al igual que sindicatos en otros países, ha sucumbido a las presiones del sistema, perdiendo su ímpetu revolucionario y su capacidad para luchar por una educación pública de calidad para todos.

Es hora de que la ADP recupere su esencia y retome su lugar como baluarte de la educación dominicana. Un retorno a sus principios fundacionales, una independencia férrea de los poderes políticos y un enfoque renovado en la lucha por un sistema educativo justo y equitativo son indispensables para revertir el actual panorama educativo.

Nuestro país necesita una revolución educativa, en la cual el centro de sistema educativo sean los estudiantes. República Dominicana no aguanta más un sistema educativo tan deficiente, que produce seres humanos sin pensamiento crítico y castrados de la capacidad creativa propia de la naturaleza humana. Los niños entran a las escuelas siendo curiosos, con inquietudes genuinas y mucha creatividad, y salen apáticos, con deficiencias cognitivas y carencias de valores.

¿Cuándo veremos la lucha beligerante de la ADP para demandar un sistema educativo de calidad, en vez de que les “llenen los bolsillos de dinero, como les llenan las aulas de estudiantes”?

Solo así la ADP podrá honrar su legado y cumplir con su verdadera misión: ser la voz de los docentes y la fuerza propulsora de un futuro educativo mejor para la República Dominicana.

En definitiva, la ADP tiene ante sí un desafío crucial: recuperar su papel como agente de cambio social y educativo, o resignarse a ser una simple marioneta en el juego de poder político.

La decisión está en sus manos, y el futuro de la educación dominicana dependerá en gran medida del camino que elija.