Para nadie es un secreto que la actividad política se caracteriza por un alto grado de manipulación de la verdad. No es lo que debería ser, pero en nuestros horizontes es lo que ha sido por muchos años, incluso no es descabellado afirmar que ella se ha caracterizado por la falta de transparencia, su irrespeto a la palabra empeñada y por entrar en contubernio con la corrupción bajo el pretexto de que así somos y seremos así.

Pensar que la política, como decía Duarte en su ideario «… es la Ciencia más pura y la más digna, después de la Filosofía, de ocupar las inteligencias nobles», constituye una vana ilusión. Muchas almas nobles cuando entran al terreno de la vida activa, como señala Arendt, olvidan los valores o lo tratan como una cuestión de índole privada; su actuación pública está a otro nivel, regida por los intereses corruptos de una concepción patrimonialista del Estado. Esta última, demasiado arraigada en el inconsciente colectivo dominicano, está moldeada por el que «todo el mundo espera» que usted haga una vez llegue al poder: «resuélvale a su gente» o el fatídico «hice campaña, me toca lo mío».

Una cosa está clara, el Estado dominicano es el principal empleador y el nivel de carencias materiales y educativas es alto en un amplio sector de la población votante. Necesidades básicas no cubiertas y escasa formación intelectual son los dos ingredientes fundamentales del menú de la vieja política. Esta realidad incide considerablemente en la concepción de la política y el seguimiento partidista a algunos «líderes» que aspiran volver a la administración pública. A mi juicio, es la principal causa de que en este país el término política signifique pegarse al presupuesto nacional y gozar de los privilegios que otorga el poder.

Bajo esta mirada de lo que ha constituido la política tradicional hasta el momento es que se pretende jugar con la desmemoria. Conviene que esta sea su carta de presentación porque es la oportunidad para reciclarse a sí mismo como figura potable con una supuesta experiencia en la solución de los problemas. Pero se olvidan de que son los mismos problemas a los cuales prometieron solución y no las hubo. En ese sentido, también fueron un fracaso para los intereses colectivos. Tan solo hicieron a lo que fueron al Estado: a resolver sus problemas económicos y alimentar sus egos inflados de la adulonería que tanto daño hace a este país.

En estos días percibo con pavor como se apela, de manera descarada, a la falta de memoria a corto plazo, aduciendo medias verdades o, simplemente, escondiendo la corrupción y la impunidad en torno al manejo de los bienes públicos, todo en favor de alimentar egos e incrementar riquezas a costa del erario.

En el reino del «na e na» falsos «líderes» pretenden recuperar su capital político a base de la desmemoria. Aunque es comprensible que en el esfuerzo de persuasión de los votantes se acuda a estrategias que busquen minimizar los males propios y agigantar los del contrario o, a lo inverso, de exagerar las virtudes propias y minimizar las del oponente, pienso que recurrir a la falta de memoria solo es un indicador de la mala política que ha mantenido las desigualdades estructurales en el país. No serían más de lo mismo porque son la misma tradición: la de la mala política, corrupta y mentirosa de siempre.

En este ocaso del liderazgo político nacional les invito a pensar en estos jóvenes que aspiran a marcar una nueva tradición política en el país: la de la buena política. Fijarnos en esta nueva manera de representar y hacer política en el país, de soñar con maneras creativas e inclusivas de participación de todos los sectores en las cuestiones públicas. Cansados de los mesías que nada cambiaron y de los clanes corruptos que se instauraron en el poder como manadas de lobos hambrientos, creo que nos merecemos algo mejor.

Recuperemos la memoria, basta ya de que nos traten como tontos que se dejan hipnotizar por el canto de las sirenas de siempre. Seamos más inteligentes, que nuestro silencio desnude sus voces mesiánicas; pero que nuestra acción militante les anule sus propósitos. ¡Basta ya! ¡Está bueno!