El 31 de agosto de 1965 se suscribió el Acta Institucional que finalizaba la Guerra de Abril; en el mes siguiente, la UASD retornó a sus labores habituales en medio de muchas incertidumbres. Ante la grave situación coyuntural que todavía afligía al país y el compromiso de los antiguos incumbentes de la universidad con las fuerzas retardatarias, estos se abstuvieron de presentarse al campus universitario. Los sectores progresistas, asumiendo los postulados del movimiento por la reforma universitaria de Córdoba, Argentina, que impugnaba a las universidades mudas y cerradas ante los problemas sociales, el día 16 de septiembre, en asamblea celebrada en el Paraninfo de la Facultad de Economía, constituyeron de modo formal el Movimiento Renovador, destituyendo a los funcionarios ejecutivos de la universidad. En la histórica jornada del movimiento estudiantil jugó un papel estelar, entre otros líderes, Amín Abel, Narciso González (Narcisazo), Virgilio Bello Rosa y Franklin Almeida. En otra asamblea en la semana siguiente se escogieron autoridades provisionales con el ingeniero Andrés María Aybar Nicolás como rector. El Gobierno temporal de Héctor García Godoy fue presionado para que no reconociera a la nueva dirección universitaria, no le entregaba fondos, con la amenaza potencial de una ocupación militar del recinto universitario. Además fue presentada una demanda en los tribunales contra los miembros del Consejo Universitario provisional.

Llegó el mes de febrero de 1966 y se mantenía el impasse. Se decidió convocar a un piquete hacia el Palacio Nacional para reclamar el reconocimiento del Movimiento Renovador. Se tenían muy recientes graves agresiones al movimiento estudiantil. En el mes de septiembre del año anterior, al concluir la guerra, estudiantes del liceo Unión Panamericana (ubicado en esa época en el lugar que está el Museo de Historia, en la Plaza de la Cultura) realizaron una protesta frente al Palacio Nacional demandando la desocupación de su liceo donde se alojaban tropas extranjeras. En la manifestación pacífica fue asesinado por un guardia del CEFA el estudiante Pedro Tirado Calcaño. En enero de 1966 los estudiantes del legendario Liceo Juan Pablo Duarte se movilizaban en protesta porque salieron al exterior, de acuerdo al Acta Institucional, Caamaño y los demás jefes militares constitucionalistas, mientras los jerarcas militares que sirvieron al invasor se negaban a abandonar el país.  Esta manifestación  fue agredida a balazos por las fuerzas del ”orden”, cayendo mortalmente herido el compañero Mayelin Perdomo, dirigente de la Unión de Estudiantes Revolucionarios (UER).

Histórica foto  de Tirado Calcaño, colocado de espalda y con las manos en alto mientras era fusilado frente a las verjas del Palacio Nacional.

En torno a la marcha-piquete del 9 de febrero, temprano se esparció una oficiosa amenaza de un posible ametrallamiento. Nadie se amedrentó. Jimmy Sierra «El Teórico», en su brillante libro testimonial Yo estaba allí, apuntó a que los universitarios salieron desde el campus de la UASD hacia el palacio, alcanzaron la avenida Bolívar reclamando el presupuesto y entonando consignas alusivas al objetivo del piquete:

“Y llegamos hasta la Dr. Báez. Entramos al destino final.

Corriendo, inspirados:

“¿CANSADOS?”

“¡NOOOOO!”

“¿FELICES?”

“¡SIII!”

“POR ELPRESUPUESTO … NADIE SE CANSA!”.

Y llegamos hasta la puerta principal del Palacio.

Eran las diez y media de la mañana”.

Junto a los universitarios, los estudiantes de la educación básica acudimos a la histórica cita. Siguiendo el clásico esquema de las movilizaciones importantes, el Juan Pablo Duarte avanzó por toda la avenida Duarte hacia abajo, hasta llegar al liceo intermedio Argentina, (próximo a las ruinas del monasterio de San Francisco) en la Juan Isidro Pérez casi esquina con la calle Duarte, luego rumbo al Salomé Ureña (que era mixto en ese momento, como lo es en la actualidad), en la calle Padre Billini al lado de la iglesia y convento de Regina, se atravesó el parque Independencia para subir por la 30 de marzo hasta llegar a la México a buscar los estudiantes del Víctor Estrella Liz (La Perito) y La intermedia Estados Unidos frente al Palacio. Los del Panamericano, por su proximidad con el cuartel general  de la policía, se integraban solos; los del Manuel Rodríguez Objio, que era mi liceo de tanda vespertina, la mayoría partió del Salomé Ureña, ya que compartíamos el mismo local.

El ingeniero Víctor de Peña Lora, a la sazón estudiante del Liceo Unión Panamericana, en su opúsculo 9 de febrero 1966. Rescate de un relato,  nos dice que en su liceo se presentó Otto Pichirilo, el mejor orador de la UER a invitar a los estudiantes para que asistieran al piquete. Peña Lora nos explica que una profesora planteó a los estudiantes de su curso que sería peligroso participar en la actividad, siendo refutada por el combativo e inolvidable compañero Otto Pichirilo, quien proclamó:

“Es cierto que esta marcha implica riesgos, pero nuestro país se encuentra sometido a una cruel intervención. Y si no nos ponemos de pie, esto puede durar no se sabe cuántos años. El destino de la patria está en juego. Además, si no demandamos el mayor presupuesto para la universidad el destino de ustedes como futuros profesionales está por verse. […]

A media mañana, todos frente al Palacio, iniciamos un concierto de consignas reclamando las reivindicaciones. A una comisión de dirigentes estudiantiles encabezada por Amín Abel se les permitió ingresar a la casa de Gobierno para plantear las demandas, se informó que el presidente no estaba en el lugar. Los comisionados decidieron esperarlo próximo a las escalinatas de la susodicha edificación pública. Enviaron a Romeo Llinás, dirigente del BRUC, a informar sobre la situación a la multitud estudiantil, que lanzando eslóganes revolucionarios esperábamos frente a las verjas de la sede gubernamental en la calle Moisés García a esquina doctor Báez.

Mientras Llinás intentaba cumplir su misión encaramado en una verja en el local que luego ocupó la OISOE, de modo exprofeso los policías iniciaron un forcejeo para impedir su alocución y este fue el detonante para que empezaran a disparar a mansalva. Previamente habían tomado posiciones estratégicas con el propósito de perpetrar su masacre, frente a una masa estudiantil cuyas muy potentes armas eran libros y cuadernos.

Policías disparando a mansalva contra los estudiantes.
Vista del ametrallamientos a los estudiantes

Tras un breve receso de la balacera una buena parte logró retirarse, pero quedaron tendidos en el pavimento no pocos cadáveres y heridos graves. Entre los muertos  Antonio Santos Méndez, Luis Jiménez Mella y Miguel Tolentino. Heridos de gravedad los estudiantes de educación básica Brunilda Amaral, Tony Pérez y Altagracia Amelia Ricart Calventi. Esta última falleció al mes siguiente en Texas. La mayor parte de los heridos fueron conducidos originalmente al hospital Padre Billini, el más próximo al Palacio y al perímetro de la antigua zona Constitucionalista, que seguía siendo un baluarte revolucionario.  Otro grupo fue asistido en la Clínica Abel González.

Altagracia Amelia Ricart Calventi

Fortune Modesto, distinguido articulista de Acento, fue de los estudiantes heridos en esa jornada. Brunilda Amaral y Tony Pérez, recibieron heridas en la médula espinal y perdieron la locomoción de las extremidades inferiores de modo permanente, pero con la tenacidad que han demostrado frente a la aflicción, y con terapias de rehabilitación, han logrado desarrollar sus vidas dentro de la adversidad, pese a las limitaciones impuestas por esos cancerberos.

Jacobo Moquete de la Rosa, quien fuera aguerrido intelectual en defensa de los intereses del pueblo y maestro meritísimo de la Facultad de Humanidades, en su opúsculo Demandas y masacre del 9 de febrero de 1966recogió para la historia la versión de Amín Abel, que participaba en la comisión que estaba dentro del Palacio, y quien declaró en rueda de prensa que al producirse la masacre se comunicó por teléfono con el presidente Godoy reclamando sanciones para los asesinos y este le dijo: “Te confieso Amín que los jefes militares no obedecen mis órdenes”.

Compañeros Tony Pérez y Brunilda Amaral.

De inmediato en la antigua Zona Constitucionalista empezaron las movilizaciones contra el ametrallamiento. Fue decretada una huelga nacional encabezada por los obreros de FOUSA, que incluía la demanda de la salida de los jefes militares reaccionarios que debían ausentarse del país de acuerdo al Acta Institucional. Tuvieron que ceder porque la huelga se tornó muy violenta. En marzo fue reconocido el Movimiento Renovador. Recuerdo a Norge Botello (quien había sido el comandante del barrio en el Comando B3) con una pistola 45 en las manos, protegiendo las movilizaciones de apoyo a la huelga en mi barrio de Villa Francisca, defensa pertinente porque algunas movilizaciones fueron tiroteadas por la policía, me consta.

Los estudiantes secundarios, bajo la dirección de la otrora Unión de Estudiantes Revolucionarios, regresamos a las puertas del Palacio Nacional el 9 de marzo, en una marcha que  partió desde la iglesia de Las Mercedes, depositamos una ofrenda floral en el lugar donde cayeron los mártires. En ese momento las tropas que custodiaban esa zona eran las invasoras que no trataron de impedir la actividad y se ubicaron a una distancia prudente de nosotros, aunque había una gran tensión en esos instantes.

La matriculación en la universidad era muy costosa. A partir del reconocimiento del Movimiento Renovador se convirtió en popular y todos los hijos de las gentes sencillas del pueblo logramos tener acceso a ella. De una matrícula de 3000 estudiantes ha pasado a 200,000. La génesis de este proceso de democratización de la enseñanza fue el Movimiento Renovador y la  histórica protesta estudiantil del 9 de febrero de 1966.

Durante el balaguerato, a través de sus cuerpos represivos, fue prohibido rendir honores a los mártires del 9 de febrero. No obstante, la UER siempre realizaba movilizaciones en recordación del vil ametrallamiento. En el patio del desaparecido Liceo vespertino Manuel Rodríguez Objio, en un lugar estratégico frente a la cancha de baloncesto (contra la voluntad de las autoridades del matutino Instituto de Señoritas Salomé Ureña, que trataron de impedirlo) y desafiando todos los valladares, colocamos una tarja en recordación del martirologio de los estudiantes. A través de Fernando Báez Pozo, entonces delegado de Fragua al Consejo Universitario, recibimos la colaboración de la UASD para cubrir el costo e instalación de la tarja y su pedestal. La compañera Brunilda Amaral, obviando las presiones del director de nuestro Liceo, fue la encargada del develizamiento de la tarja.

Tras la superación del balaguerato se formó el Comité de Homenaje 9 de febrero, que encabezaba el dinámico compañero Rafael Santana (Santanita), líder de la UER en el Distrito Nacional, lamentablemente fallecido en el 2018. Además partieron al infinito los miembros del Comité: Otto Pichirilo y Sotero Vásquez, distinguidos dirigentes de la UER. y la también muy ilustre dirigente estudiantil y brillante comunicadora social Elsa Expósito. El Comité sigue activo ahora bajo la dirección del compañero Juan Vargas (Juan V). Este organismo solidario siempre prepara un acto frente al Palacio Nacional los 9 de febrero y luego nos dirigimos al Cementerio de la Avenida Independencia para depositar una ofrenda floral en la tumba de Altagracia Amelia Ricart Calventi, con la participación de los compañeros Brunilda Amaral y Tony Pérez.  Gloria eterna a los mártires del 9 de febrero.

El autor de estas líneas sentado en la barandilla de una tumba  (en el centro con gorra) en uno de los homenajes póstumos a la estudiante Altagracia Amelia Ricart Calventi, en el Cementerio de la Avenida Independencia.

 

Corona de lirios depositada por la UER en la tumba de Altagracia Amelia Ricart Calventi.