Desde hace unos días se han presentado denuncias sobre la cercanía de bandas haitianas a la frontera con República Dominicana. En días pasados un exembajador haitiano, Paul Arcelin, refirió que uno de los líderes de las bandas haitianas es dominicano. Hace poco el propio líder de los 400 Mawozo (una de las bandas) alertó que varios desertores han intentado establecerse en República Dominicana. Justo ayer 1 de junio el director de Migración, Enrique García, afirmó que Hoyo de Friusa es el lugar más peligroso del país y que “representa una alerta para el Estado dominicano porque está tomado por nacionales haitianos.” Sin duda, la simple presencia en Haití y -más aún- el potencial ingreso de las bandas haitianas a territorio dominicano son riesgos de alto calibre.

El ingreso frontal de las bandas haitianas a territorio dominicano -es decir, que una banda armada penetre al suelo dominicano en un intento de ataque- supondrá que nuestras fuerzas del orden las enfrenten de forma directa. Si bien un riesgo para nuestro país, ese ingreso de esa naturaleza conlleva un abordaje frontal y, por ende, de más fácil articulación desde la perspectiva de seguridad nacional. De hecho, el sellado de la frontera y la puesta en marcha de iniciativas como la Operación Gavión minimizan este riesgo. No obstante, existe una forma de ingreso menos frontal, a mi modo de ver mucho más preocupante, que debe poner en alerta a la inteligencia dominicana.

Desde hace más de 15 años, niños haitianos deambulan en las calles de las principales ciudades dominicanas. Muchos de ellos apenas hablan español, tienen deficiencias alimentarias y carencias de salud, viven en la insalubridad, pero -sobre todo- ni el sistema educativo los asimila ni el sistema económico los incorpora. No me refiero al típico haitiano que viene a trabajar construcción o agricultura. Se trata de excluidos que cohabitan en territorio dominicano, que no tienen esperanza real de progreso social ni retorno a su país de origen, pero que tienen el resorte de la criminalidad como eventual alternativa de ascenso económico. Hablan creole -lo que significa que tienen la herramienta básica de comunicación en un idioma que no hablan los dominicanos ni sus fuerzas del orden- pero -además- a medida que van creciendo van conociendo la tipografía e idiosincrasia del barrio dominicano. A largo plazo también se cuece el caldo para propiciar este fenómeno. Según estadísticas del Servicio Nacional de Salud, más del 30% de los partos registrados en hospitales públicos dominicanos corresponden a mujeres haitianas. En algunos hospitales maternos la participación de mujeres haitianas supera el 40% y en otros bordea el 50%.

Las bandas criminales, por naturaleza, tienden a expandir sus operaciones y su territorio. Teniendo en República Dominicana un eventual escenario de operación en el marco de una economía dinámica -pero con carencias propias del tercer mundo- el intento de ingreso de las bandas haitianas a República Dominicana es cuestión de tiempo. Y en ese camino, es completamente plausible pensar que los objetivos de las poderosas bandas haitianas confluyan con los deseos de progreso económico de un ejército de haitianos excluidos que viven en República Dominicana. Así, el ingreso -en lugar de frontal- sería relativamente pacífico. Si se conjugan factores como pobreza, marginalidad y exclusión con realidades como narcotráfico, delincuencia y potencial de ingreso a bandas, tendremos la mezcla perfecta para la eclosión.

Las fuerzas armadas dominicanas deben pensar -seguramente lo han hecho ya- en disponer de una fuerza élite específicamente entrenada para mitigar los riesgos de cualquier tipo de ingreso de las bandas haitianas a este lado de la frontera. Una fuerza élite que hable y lea creole, que maneje bien las telecomunicaciones y que conozca la idiosincrasia, configuración (territorial y jerárquica) y dinámica de operación de las bandas haitianas.