"Un pica pollo chino siempre es un lugar de luz". Christian Encarnación

De un tiempo a esta parte repito con frecuencia y cierta amargura la frase: "el escándalo ya no existe", reivindicando al hacerlo las famosas palabras que enunciara André Breton en medio del ocaso del movimiento surrealista. Mi innegable escepticismo, ante muchas de las cosas que me rodean, me obliga a tenerlas de nuevo muy presentes y sin embargo he de reconocer que la vida, aún frente viento y marea, persiste en su empeño por traernos aires nuevos y sorpresas que desmienten que andamos siempre envueltos en la rutina y lo cotidiano sin posibilidad de salida. Les cuento.

Al regreso de su exilio voluntario en los EEUU, mi amigo y poeta Medar Serrata me invitó a compartir tertulia con algunos escritores con los que habíamos coincidido ambos en nuestros años de juventud. Lo cierto es que ese tipo de reuniones literarias y los grupos de personas que se citan en torno a muchos de los eventos que se celebran en la ciudad o bien en una librería con cierta periodicidad, como es bien sabido, tienen poco que ver conmigo. Yo, con mi estilo habitual, tiendo a evadir ese tipo de compromisos. No me agradan y no los disfruto, pero como en todo existen unas pocas excepciones, yo tan solo asisto a dos o tres encuentros convocados por un reducido puñado de personas cercanas a mí al finalizar el año. Cuando Medar me hizo su propuesta le expliqué -con esa complicidad que viene de muy lejos cuando nos llamamos "maestro" y que dicho sea de paso suena mucho más agradable que decirse "poeta"- que a nosotros que nos conocimos cerca de los veinte años y hoy andamos por los 60 cumplidos, no nos luce ya andar de evento en evento, haciendo presencia para ser vistos y ser considerados "escritores".

Argumenté -para convencerle- que habíamos llegado hasta aquí, después de varias décadas y de muchas madrugadas entre furgones de la Sea/Land, a un punto de madurez en la que no necesitamos de halagos ni de flores que se comparten en esos lugares. Finalmente decidimos buscar un espacio privado en el que charlar fuera de las luces que alimentan los egos. Nuestra propuesta es sencilla y sin la menor pretensión. Leemos textos, hablamos entre muchas cosas de aquello que nos gusta, salimos de las olas y de la prisa que imprimen estos tiempos por ser parte de la primera plana en el periódico de turno.

Nos reunimos las mañanas de domingo siempre que nuestros mutuos  compromisos lo permiten. Sin rituales establecidos y desde el sosiego nos encontramos para charlar y tomar un desayuno juntos. Un día yo le leo mi próximo artículo listo para publicar, en otro momento me lee a T.S. Eliot con esa magnífica cadencia del buen degustador de poesía que es él. Un día disfrutamos de la prosa de Sándor Márai y al domingo siguiente de las letras del escritor rumano Mircea Cārtārescu. Los comensales del recinto miran con cierta extrañeza nuestra mesa llena de libros, mientras yo disfruto comiendo con parsimonia un sabroso sancocho o nos ven de repente cagados de la risa al descubrir una línea de lo más jocosa e interesante.

La verdad es que llegar a esta edad en la que la literatura se vuelve un acto totalmente íntimo y compartido con muy pocos es una de las cosas más bellas que se pueden lograr. Es probable que ninguno de los dos lleguemos a ser escritores reconocidos fuera de nuestro país,  hace ya mucho tiempo que no aspiramos al Nobel ni al Princesa de Asturias, por lo menos yo, aunque mi amigo dude a veces de mis intenciones al respecto, pero tenemos una enorme satisfacción por el hecho de habernos apartado de esa corriente que busca afanosamente la presencia mediática.

Aun cuando he asegurado en un principio que "el escándalo ya no existe" debo confesar que en uno nuestros encuentros matinales y solo por llevarme la contraria, Medar apareció con un inesperado y singular libro de un joven escritor dominicano. Maestro – me dijo,  échele una ojeada a este poemario y déjeme saber. Yo empujé un poco el plato del sabroso caldo que tenía delante, abrí la publicación y comencé a leer: "Todas las madres nos condenan a muerte"  Mientras iba avanzando movía con asombro mi cabeza. Después del primer impacto ante versos de tal calado uno se pregunta, sin poder dar crédito a lo que ven sus ojos  – ¿pero cómo es posible que yo no lo hubiera conocido antes?

Mi madre me llama a cenar

debo posponer el acto

la comida de una madre

jamás debe hacerse esperar

ojalá pudiera comerme a mí madre

igual que los católicos se comen a Cristo

y luego engendrarla

para experimentar ese desarraigo

que se siente al expulsar una vida

todas las madres nos condenan a muerte

aún así amo a mí verduga.

Mi manera de ser, mi formación poco ortodoxa no me permite ser un teórico o preciarme de erudito a la hora de emitir juicio sobre una obra literaria y sin embargo he de reconocer que tengo buen olfato y presumo de ello sin falsa modestia.  Reconozco fácilmente cuando estoy frente a algo nuevo, distinto y de calidad y siempre he carecido de esa mezquindad, tan presente en demasiada gente, que impide reconocer talento ajeno.

Lo primero que pude descubrir en él fue la presencia de una voz independiente y asombrosamente personal. Un poeta dotado de gran solidez poética y con enorme dominio de una sutil ironía. Cabría destacar el uso de un lenguaje, que si bien conecta con la modernidad no abusa en su intención por impresionar y a pesar de sus giros son casi siempre rompedores, demoledoramente sorprendentes. A pesar de su condición de joven vate muestra una indudable madurez en su propuesta por lo arriesgado de la misma y esa seguridad con la que se maneja a lo largo de todo su poemario. Con Christian he tenido la sensación, al sumergirme entre sus páginas, de que su trabajo llega precedido y avalado por largas horas de estudio y de una pasión por degustar buena literatura que viene de lejos; que no solamente existe plasticidad y una indudable belleza en su modo de versar sino que la línea transversal de su sentir y su pensar en su estado más puro, atraviesa el poemario de principio a fin. Algo que llamó poderosamente mi atención es que sus palabras no se elevan contaminadas por aquellas otras que dominan una época, ese tipo de falacias del lenguaje que se repiten una y otra vez, sin decir nada con fundamento, solo porque se ponen de moda.

Mi mente y mi espíritu

siguen caminos contrarios

cada uno debería

tener su propio cuerpo

sentado en una roca

espero verlos anularse por puro instinto

 ninguna maniobra nos salvará

del regreso al osario

y para qué quiero salvarme

si no hay una sola cosa

que merezca el desgaste.

Para concluir puedo afirmar sin albergar duda que, en el caso de Christian Encarnación, debo rendirme al pensamiento de André Breton y asumir que gracias a este joven dominicano, por fortuna, el "escándalo" aún existe.