No resulta extraño que la burocracia electoral otorgue el derecho comicial a los remanentes del trujillismo, prerrogativa que paradójicamente por más de 30 años en base a su puño de hierro asesino le fue negado a los dominicanos. Esto no es más que un capítulo, de la persistente campañita que desde hace tiempo se viene esparciendo, argumentando que en la fatídica “Era de Trujillo” se vivía en “tranquilidad”. Maniobra que tiene propósitos estratégicos inconfesables.
De buenas a primeras un descendiente directo del tirano, que nadie sabe dónde inicio y desarrolló su carrera política, salvo que apele a sus raíces genesiacas, aparece con una costosa promoción aspirando a presidente de la República. Obviamente, lo de costosa promoción podemos deducir de donde viene. De ahí también proceden los seguidores, porque siempre existen especímenes con actitudes de vender su alma al diablo.
Lo peor de todo es que ciudadanos respetables en nombre de la “libertad”, justifiquen que se permitan estas aberraciones políticas, obviando que esto encierra un siniestro mensaje que se sintetiza sentenciando que el “orden viene de tranca” y que el poder se ejerce con “mano dura”. Llegando hasta tratar de justificar que el “Jefe” no permitiera no solo elecciones libres, sino libertades públicas. Soslayan que cuando el tirano cometió el “error” de consentir que sus adversarios se manifestaran públicamente en 1946 con la Juventud Democrática, la Unión Patriótica Revolucionaria y el Partido Socialista y en el 1960 con el Movimiento Popular Dominicano, al observar como concitaban el respaldo de las masas populares, de inmediato los proscribió esgrimiendo el garrote ensangrentado que le caracterizaba.
Atentan contra la verdad histórica quienes pregonan que en la “Era de Trujillo” se vivía en paz. Esos incautos que hoy manifiestan que se necesita otro Trujillo, obvian que decir algo parecido en sentido contrario en esos momentos constituía un grave delito, que fácilmente los conduciría a la temible cárcel de tortura de La 40.
Millares de dominicanos vivían en la incertidumbre, porque no sabían cuando podían ser “agraciados” con el aciago boleto de la presencia de un cepillo del SIM para substraerlos de sus hogares, de las calles o sus trabajos y desparecerlos por algún comentario considerado suspicaz. Esa amenaza era para todos los ciudadanos, sin excepción, incluyendo a los trujillistas, el caso de Ramón Marrero Aristy es el mejor ejemplo.
Esa era una paz de cementerios. Para escuchar un comentario adverso al régimen, los ciudadanos tenían que esconderse en lo más profundo de su hogar si tenían un radio de onda larga para oír las denuncias del exilio antitrujillista. Al mismo tiempo otra persona debía vigilar en la puerta de la casa, por si escuchaba el run run de los cepillos del servicio de inteligencia. El terror del pueblo llegó a suponer que estos vehículos tenían radares, que percibían lo que se hablaba dentro de las casas. Es muy bueno evocar al diablo, lo difícil es verlo llegar.
¿Qué proscribir el trujillismo transgrede la libertad y la democracia? Porque deben ellos de gozar de un derecho que negaron en base a crímenes durante tres décadas. Acaso países tan organizados como Alemania e Italia no tienen leyes que prohíben la promoción del nazismo y el fascismo respectivamente. No es el trujillismo una mezcla de ambas atrocidades antihumanas.
El trujillismo es una copia grotesca del nazismo y el fascismo. No fue fortuita la creación del Instituto Dominico-Alemán en 1937, y sus vínculos con el fascismo italiano a través de Estrella Ureña.
No es cierto que la ley 5880 de 1962 que prohíbe la exaltación del trujillismo esté en desuso, ya en 2010 se reiteró su vigencia cuando la justicia ordenó el retiro de circulación del libelo que patrocinó una hija del tirano.
Tampoco puede resultar extraño que la institución electoral realice concepciones al trujillismo. Desde ese ámbito no es la primera vez que fenómenos de esa índole se manejan con el manoseado argumento de “tecnicismo jurídicos”. Este organismo el pasado año rindió culto hasta con grandes pancartas a un supuesto aniversario del falso derecho al voto a la mujer dispuesto por Trujillo. ¿Quién tenía derecho a votar durante ese periodo de cieno?
El voto no es un simple papel que se deposita en una urna. El voto tiene que tener validez jurídico-política, y eso no existía en la “Era de Trujillo”. Las mujeres por primera vez tuvieron derecho a votar y ser elegidas en las elecciones de 1962, cuando la ilustre combatiente antitrujillista Josefina Padilla, fue candidata a vicepresidente. La también gigante de la lucha democrática antitrujillista Minerva Mirabal, no pudo ser candidata porque la intolerancia trujillista vislumbró su enorme liderazgo y la asesinó. En esas elecciones de 1962, los hombres después de 48 años volvieron a votar libremente, los últimos comicios libres sin manipulaciones del invasor y Trujillo fueron en 1914.
Esa “tranquilidad” que pregonan los panegiristas del trujillismo, esa “mano dura” que se proclama, viene de una hacha ensangrentada especializada en cortar cabezas, para adocenar pueblos. Esa era la lógica de Trujillo, explicada quizás con la única verdad que manifestó su principal correligionario Joaquín Balaguer, cuando apuntó para la historia el deleite de su jefe con el crimen. Ha quedado gravado para la historia la famosa anécdota de Abrahán Santamaria el funesto director de la Voz Dominicana de Petán, quien relató a Emilio Rodríguez Demorizi una normal conversación de horror protagonizada por Balaguer y Trujillo en un ascensor del Palacio Nacional, en la narración Balaguer es identificado como B y Trujillo T:
“Una vez estaba B. en el ascensor con Trujillo, este venía recostado del ascensor con los ojos cerrados, de improviso abrió los ojos y se quedó mirando como si estuviera pensando muy lejos, y como si volviera en sí le dijo a B. “Yo no creo sino en esto”, y se llevó la mano al cuello con un movimiento como si fuera un cuchillo indicando cortar la cabeza”. B. dice que se quedó frío sin saber qué pensar de esto, qué quería T. decirle”.
(Silveria y Emilio Rodríguez Demorizi. En la revolución constitucionalista. Editora Taller. Santo Domingo, 1995. p. 170).
La “mano dura” que mocha cocotes, es la funesta ilusión congénita de desalmados que todavía se trasnochan fascinados con las anécdotas que les cuentan sobre aquellos tiempos fecundos para sus parientes en el lapso de la frustrada dinastía trujillista.