En el sistema capitalista la democracia está íntimamente ligada con el grado de desarrollo y crecimiento del modo de producción de bienes y servicios. En los países subdesarrollados, dependientes y pobres, la mentada, como se le llama a la democracia, es una quimera que comparte su espacio con la dictadura, que siempre se encuentra al acecho.
Tanto en democracia como en dictadura, los procesos históricos, económicos, políticos y sociales no se detienen; puede variar su consolidación por factores internos o externos, alterando el nivel de vida y de trabajo del país y del sistema democrático. Las pugnas entre los grupos burgueses, oligárquicos y militares retrasan su estabilidad. Pero también, la imposición del poder extranjero es demoledor, perturbador para su existencia.
Después de la férrea y sangrienta dictadura de Trujillo, la naciente democracia dominicana sufrió un duro golpe al ser derrocado, el 25 de septiembre del 1963, el gobierno presidido por el profesor Juan Bosch. El poder norteamericano, en alianza con sectores oligárquicos y militares, propiciaron y ejecutaron el derrocamiento de una frágil y maltrecha democracia.
El pueblo dominicano ha luchado sin descanso por el establecimiento de la democracia. Sus batallas recientes se remontan a la Revolución de abril de 1965, cuando se intentó restaurar el gobierno derrocado del profesor Juan Bosch y su Constitución del 1963. Pero, además, se enfrentó los periodos gubernamentales de los sangrientos doce años de la dictadura yanquis balaguerista; llamado así, como un cliché, porque el doctor Balaguer fue impuesto por el poder norteamericano.
La lucha por la democracia ha sido el anhelo más sentido del pueblo dominicano. Y los sacrificados, por el llamado de la historia, corresponden a los hombres y mujeres de la izquierda. Fertilizaron con su sangre, la tierra por la cual circula un proceso democrático que no es comprendido a cabalidad, y, cada vez, se pierde la oportunidad de una vía posible hacia el poder.
Para que una democracia funcione como debe ser, el sistema político defiende la soberanía del pueblo y el derecho de este a elegir y controlar a sus gobernantes, tiene que existir un procedimiento democrático, confiable e incorruptible, donde la población pueda escoger en libertad, sufragio universal, libre y secreto, a sus mandatarios. El mamotreto electoral que nos rige es un adefesio confeso; pero no justifica aislarse y abandonar el terreno de competencia, aunque sea desigual.
La desigualdad es común y corriente en una sociedad dividida en clases sociales. El poder político, económico, social y militar es ejercido por la fuerza que ejerce la clase o grupo dominante, gobernante. Los procesos electorales en el capitalismo son para consolidar la hegemonía del capital; se podrá “tocar” sus intereses cuando atente la existencia de la vida y por la preservación de la patria.
Entonces, ¿qué se busca? América Latina se ha convertido en una batalla electoral entre la izquierda y el progresismo Vs. derecha y ultraderecha. Se pretende seguir derrotándolos y avanzar hacia otros escenarios beneficiosos a los fines estratégicos.
Participar en democracia es una obligación sin discusión alguna. Levantar argumentos pueriles y ridículos para no incursionar en ella contribuyen a no salir del marasmo histórico que obstaculiza el avance de la izquierda. La nuestra, la mentada, es tan corrupta y desigual como otras de América Latina, el Caribe, donde es derrotada por una ola progresista, indetenible, magistralmente dirigida y organizada.
La derecha, ultraderecha y políticos corruptos participan en democracia, proceso electoral, con sólidos partidos para alternarse el poder. No pierden tiempo en repartirse el escenario con alianzas, transfuguismo y zancadillas de todo tipo. La izquierda y el progresismo llegarán divididos, como siempre, con una debilidad organizativa y de liderazgo que no le permite contactar, con éxito, con la población votante. Acorralados, buscan la manera de salir del charco.