No ha habido en nuestra vida democrática un solo vicepresidente que haya ascendido al solio presidencial. Jacobo Majluta lo logró, es cierto, pero por razones tan excepcionales como lamentables. El gran pecado de Lucifer fue su ambición de ocupar la posición de Jehová. “El vicediós siempre es ateo”, dijo alguien. Sabedores de ello, los que aspiran u ocupan la presidencia buscan compañeros de boleta “vampiros”, es decir, incapaces de producir sombra que los opaquen. Los recientes anuncios de Leonel Fernández y Abel Martínez obedecen a esta lógica. Pero existen otros aspectos adicionales que ameritan ser analizados.