Los movimientos sociales son un mecanismo de desahogo de masas ante un mal generalizado. Los Historiadores los sitúan en el siglo XIX. Pero sin importar el origen, esta forma de protesta de la clase indignada en la actualidad parece que pierde poder de convocatoria, no porque no existan motivos que la justifiquen, sino por la labor de dispersión social que ha logrado la clase gobernante en la mayoría de los países.

Durante años las luchas llevadas a cabo por activistas sociales han servido de vehículo para conducir los ideales de una clase atropellada por élites que se alimentan de la corrupción y de la impunidad.

Ahora, más que nunca, vemos que este importante instrumento se continúa debilitando. Se olvida a quienes han dado su vida en busca de que se genere algún tipo de transformación social justa.

Es difícil aceptar que el reclamo social organizado desaparezca abriéndole paso a malintencionados, cuyo objetivo es sembrar el miedo como instrumento de desinformación y sometimiento social.

Ahora, más que nunca, es necesario reconocer el espíritu de conquista de los movimientos sociales a través de los años, no permitiendo que sus ideales se desnaturalicen. Debemos volver al origen, gestionando en las calles las demandas que siguen latentes en la sociedad y a la espera de ser resueltas.

Es crucial rescatar esta modo de protestas sociales, ya que son el contrapeso entre el desmembramiento Estatal y la coexistencia de quienes propugnan cambios para la existencia de una sociedad más justa. Para quienes creemos en la democracia, los reclamos sociales nos dan esperanza de que no desaparezca esta genuina expresión de la voluntad popular.

En la actualidad, en muchos países asistimos al auge de grupos de ultraderecha, atentando contra los procesos democráticos, provocando que se desborden los canales de acercamiento a los sujetos sociales que son, en definitiva, quienes generan los cambios. La ultraderecha, sobre todo cuando está en el gobierno, se empeña en desnaturalizar la esencia de los movimientos sociales, apropiándoselos y desnaturalizándolos.

Debemos abogar por la reconstrucción de esas luchas sociales para que retomen los ideales de sus antecesores, logrando reconfigurar los objetivos de las demandas sobre la base de la transformación social deseada.

Que no se dejen asfixiar por el poder, que el activismo social se reinvente de la manera que lo considere para evitar su desaparición.

La reingeniería de los movimientos sociales nos daría un respiro para quienes hemos defendido la voluntad popular.