Las sociedades occidentales parecen empeñadas en ocultar la idea de que el fracaso es el combustible que ha alimentado a la literatura desde sus inicios. Dicho empeño, no obstante, constituye la mejor prueba de la paradójica situación en que se encuentra la industria editorial ante la dificultad de hacer dinero  vendiendo unos “productos” cuya materia prima no es otra que el fracaso, es decir, el dolor humano en cualquiera de sus formas.

A manera de argumentos en favor de esta idea, tengo ante mí dos novelas que son a la vez dos historias de fracasos y dos éxitos de venta contemporáneos. Higiene del asesino, novela que la belga Amélie Nothomb publicó en 1996, y La más recóndita memoria de los hombres, novela del senegalés Mohamed Mbougar Sarr, quien recibió por ella el premio Goncourt correspondiente a 2021.

Me resultó notorio, en el caso de la novela de la Nothomb, la manera casi trigonométrica con que esta autora se las arregla para hacer que su relato encaje en alguna parte entre el Gargantúa, de François Rabelais, y el desbordante universo de los crímenes del amor del marqués de Sade.

Todo en esta novela nos remite al mundo del teatro: su mismo texto, dialogado prácticamente en un 90%, pero también la selección de unos personajes caricaturescos, como ese escritor obeso llamado Prétextat Tach, quien recibe el premio Nobel de literatura cuando apenas le faltan dos meses para morir de un cáncer de los cartílagos y quien es asediado por periodistas que fracasan en sus intentos de sostener una entrevista con él hasta que aparece una capaz de domar a la fiera.

A medida que la lectura desovilla la complicada madeja del relato que esta periodista logra extraerle a su obeso entrevistado se va haciendo evidente el sórdido trasfondo que se disimula detrás de la fama que rodea a este escritor, pero que en ningún momento este último intenta esconder. Antes al contrario: todas sus novelas se encuentran conectadas con distintos pasajes de su macabra historia personal.

Así, el escritor no tiene ningún empacho en decirle a uno de los periodistas que lo entrevista que: “En el fondo, puede que ésta sea la razón de mi extraordinario éxito: si soy famoso, querido, es porque nadie me lee”. Idea que repite más adelante, al conversar con la periodista en cuestión:

“Concederme el premio Nobel de Literatura equivale a concederle el Nobel de la Paz a Saddam Hussein.

–No presuma tanto. Saddam es más famoso que usted.

–Normal, la gente no me lee. Si me leyera, sería más nocivo y, por consiguiente, más famoso que él”.

La situación es diferente en el caso de la novela La más recóndita memoria de los hombres, de Mohamed Mbougar Sarr, ya que el protagonista de ésta es un joven estudiante africano que se encuentra en París con el propósito de realizar una tesis de doctorado de Letras cuando le cae entre las manos un ejemplar de un texto fetiche: la novela El laberinto de lo inhumano, de un autor únicamente conocido como T.C. Elimane. La lectura de este libro le cambiará la vida, y le hará comprender la trampa que se abre detrás de la aventura literaria.

Muchas cosas se aclaran de inmediato si se toma en cuenta que la novela de Mbougar Sarr se abre sobre un fragmento de Los detectives salvajes, novela del chileno-mexicano Roberto Bolaño de la que retoma incluso la frase que le sirve de título, es decir La más recóndita memoria de los hombres. Como la de Bolaño, la de Mbougar Sarr es una novela acerca del malestar en la cultura literaria; en ambos casos, la realidad histórico-cultural proporciona los detalles.

En el caso de los detectives salvajes, esos detalles son tanto los de la accidentada historia del infrarrafaelismo, el último movimiento poético de la vanguardia mexicana, como los de la vida del mismo Roberto Bolaño y la del poeta mexicano Mario Santiago Papasquiaro. En el de la novela de Mbougar Sarr, los detalles se relacionan con la historia del novelista senegalés Yambo Ouologuem (1940-2017), quien, luego de convertirse en el primer escritor africano en obtener, en 1968, el prestigioso premio Renaudot para autores en lengua francesa con su novela Le Devoir de violence, fue defenestrado del campo literario francés bajo la acusación de haber plagiado a varios autores occidentales, pero muy especialmente It’s a Battlefield, de Graham Greene, y Le Dernier des justes, de André Schwartz-Bart.

Como tema literario, el desencanto marcó la literatura española del Siglo de Oro (ss. XVI-XVII), comenzando por el mismo Don Quijote de Cervantes, el cual, como se sabe, constituye uno de los primeros  monumentos literarios a la idea que la mayoría de las sociedades se han hecho acerca del fracaso, y continuando con la obra de autores como Quevedo, Calderón de la Barca y muchos otros.

¿Y qué decir de novelas como Le rouge et le noir, Madame Bovary, Anna Karenina, Los hermanos Karamásov, Trópico de Cáncer, Malone muere, o incluso varias de las grandes novelas de autores hispanoamericanos, como El túnel, La vida breve, Cien años de soledad y Rayuela? Todas ellas son historias de personajes fracasados, aventuras fallidas, vidas destrozadas, etc.

De hecho, no sólo la inmensa mayoría de las grandes novelas occidentales están construidas en torno a una idea del fracaso sino que la mayoría de los editores saben que una cosa es el fracaso como tema literario y otra muy distinta el fracaso puro y simple. Y peor aún: no solamente saben que el fracaso vende, sino que, muy probablemente, en literatura, sólo el fracaso vende.

A pesar de esto, un fantasma recorre el mundo en esta época, y es la idea de que un buen libro debe ser necesariamente un éxito de ventas. En literatura, como decía Bekett, lo único importante es saber fracasar cada vez mejor.