A pesar de su aparente distancia, la literatura y el derecho colindan y se entrecruzan. Son muchas las obras literarias que han denunciado injusticias y patologías en sistemas judiciales. Lejos de ser simples ficciones, han retratado tribunales arbitrarios y procesos deshumanizados, cuestionando estructuras de poder como el Estado, el sistema político e incluso divino.

La literatura, en este sentido, ha actuado como una herramienta crítica que invita a repensar la justicia, promoviendo un enfoque más humano en los sistemas normativos.

Esa relación entre literatura y derecho no ha sido fortuita, ni casual. Autores como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Octavio Paz y Miguel Ángel Asturias, todos formados en derecho, han contribuido significativamente a este vínculo, utilizando sus obras para explorar conflictos éticos y jurídicos.

Este encuentro interdisciplinario como un viaje literario que conecta a Sófocles, Cervantes, Dickens, Kafka y otros autores que han abordado cuestiones intemporales como la venganza, la resistencia y los derechos humanos (Falcón y Tella). Estas obras no solo enriquecen el análisis jurídico, sino que también humanizan el derecho al explorar las emociones, conflictos y dilemas que enfrentan las personas frente a la ley.

La interacción entre literatura y derecho no está en dudas, lo que ofrece una visión más rica y crítica de la justicia. Este puente entre narrativa y análisis jurídico nos permite reflexionar sobre las fortalezas y debilidades de los sistemas normativos, al tiempo que pone en el centro las experiencias humanas, recordándonos que el derecho no puede desvincularse de las historias que lo conforman.

Autores de la trascendencia de Platón, Ortega y Gasset y Goethe han censurado, en gran forma, la literatura, calificándola como inútil para la ciudad del logos, para la búsqueda de la verdad y dejado ver su carácter fragmentario, solo pertinente como texto de ficción, respectivamente.

Sin embargo, Nietzsche, adoptó una postura más combativa, viendo la literatura como una herramienta para dinamitar estructuras cristalizadas. Y es que, a su juicio, la escritura no solo interviene en la vida, sino que es un medio para expresar realidades originarias que trascienden el pensamiento conceptual, además,  que activa y conmueve la vida, desafiando lo petrificado.

La literatura, en todas sus formas, no solo refleja los sentimientos, emociones y reflexiones humanas, sino que también se erige como un vehículo de denuncia frente a injusticias, ilegalidades y arbitrariedades que atentan contra la dignidad humana. En este sentido, es un instrumento capaz de superar barreras mediante la lucha combinada del pensamiento, la acción política y la expresión literaria. Su trabajo radica en una indagación profunda sobre lo humano, revelándose como un recurso valioso para los operadores jurídicos.

El cruce entre derecho y literatura cobra relevancia precisamente por la capacidad de la literatura para cuestionar los límites y supuestos del derecho. Como fenómeno, la literatura invita a reflexionar sobre la concepción de verdad que maneja el derecho, confrontando sus fundamentos epistemológicos y ontológicos. Este cuestionamiento no solo enriquece el análisis jurídico, sino que también amplía su comprensión, promoviendo una visión más crítica e integral de la justicia. Así, literatura y derecho dialogan constantemente, recordándonos que ambos campos, aunque distintos en su forma, comparten un interés común: comprender y transformar la experiencia humana frente a las estructuras de poder.

En La lucha por el derecho, Ihering sostiene que todo derecho vigente en el mundo ha sido adquirido mediante lucha. Las grandes conquistas históricas, como la abolición de la esclavitud, la libertad de conciencia o la igualdad ante la ley, no surgieron de manera espontánea ni como resultado de la evolución natural de las sociedades. Por el contrario, fueron el fruto de prolongados enfrentamientos contra estructuras que se oponían al cambio.

Jacques Derrida, por su parte, describe la literatura como una “juridicidad subversiva” y destaca su conexión intrínseca con la democracia. Para este filósofo francés, la literatura es inseparable de la democracia porque ambas garantizan un espacio donde es posible “decirlo todo”. Este vínculo entre democracia y literatura refuerza la idea de que la libertad de expresión y la creatividad literaria son esenciales para consolidar sistemas democráticos y cuestionar las estructuras de poder que limitan los derechos fundamentales.

De ahí que la literatura no solo es una expresión artística, sino también un vehículo para denunciar injusticias y exponer las patologías de sistemas judiciales, políticos y sociales. Obras como Las miserias del proceso penal de Carnelutti ponen de manifiesto las deficiencias de los procesos penales, donde con demasiada frecuencia los imputados son despojados de su humanidad y tratados como objetos, problema este que refleja la incivilidad inherente a muchos sistemas judiciales, que, en lugar de proteger la dignidad humana, perpetúan prácticas alienantes, burocráticas e injustas.

Además, la literatura ha narrado con aguda precisión las atrocidades de gobiernos despóticos y la necesidad de establecer frenos efectivos al poder. De hecho muchos autores, como Mario Vargas Llosa, con Conversación en la catedral y la Fiesta del chivo, han dejado ver cómo las tiranías erosionan los derechos fundamentales y han abogado por el fortalecimiento de la Constitución y las normas como herramientas para limitar la autoridad y proteger las libertades públicas.

De ahí que, novelas como las mencionadas de Vargas Llosa, no solo describen los abusos del poder, sino que también sirven como un llamado de atención y guía para los lectores, inspirando reflexiones sobre la importancia de un sistema normativo que garantice el equilibrio entre poder y justicia.

Con una riqueza discursiva que combina la elegancia del lenguaje con la contundencia de sus denuncias, la literatura ha iluminado las luchas por los derechos humanos, enfrentándose a sistemas que han normalizado las violaciones al debido proceso, la igualdad de armas y otros principios esenciales en un Estado democrático. Este cruce interdisciplinario entre derecho y literatura subraya el papel transformador de las narrativas literarias, capaces no solo de reflejar las realidades de un sistema muchas veces fallido, sino también de plantear alternativas que promuevan un mayor respeto por la dignidad humana y los valores democráticos. La literatura es, pues, no solo un registro de nuestras luchas, sino también un motor para el cambio y la consolidación de los derechos.