Ni aun con la linterna de Diógenes vamos a encontrar el líder perfecto. Solo el fanal de nuestra experiencia diaria columbrará al elegido. El de carne y hueso, que con sus virtudes y defectos dirigirá la vida de nuestra nación en los lustros venideros. ¿Ponerse a esperarlo como un mesías o señalar con el dedo aquel de los que ya están que cuente con las mayores virtudes y los menores defectos? La respuesta no puede ser otra que la que nos aconseja la experiencia práctica. Aunque sus epígonos no lo desean, el tiempo de la definición del nuevo liderazgo, frente al ineluctable fin del viejo, está prácticamente a la vuelta de la esquina.
Del viejo liderazgo ya conocemos sus triunfos pasados y presentes. También sus fracasos. Los aportes que han dado al país; pero también sus nefastas influencias. Como a través de ellos el país ha avanzado, trotando o dando tumbos, retrocediendo en ocasiones por sus inconsecuencias.
Naturalmente, para el nuevo liderazgo, la opinión pública dominicana, exige definiciones. Quiere saber a qué atenerse. Tenemos una opinión pública exigente. Crítica en grado sumo. Y los medios de comunicación de masas están dirigidos por flemáticos y prudentes personalidades rigurosos en sus distinciones.
¿Y qué se exige del nuevo liderazgo?
Ante todo, paciencia. El saber esperar es una cualidad de los verdaderos estadistas. No precipitarse. No forzar las realidades con conductas y actitudes inapropiadas y desesperadas. Pero, al mismo tiempo serenidad. El pueblo espera de sus líderes menos exaltación y más parsimonia. Parsimonia no significa pasividad frente a los problemas, sino prudencia frente a las provocaciones de los áulicos del pasado y de los desesperados soñadores, en fin, de los fanáticos de uno y otro bando.
El nuevo liderazgo, no solo debe ser sereno, sino también, competente. Ahora no hay espacio para la incompetencia. Trujillo pudo neutralizar su “incompetencia” rodeándose en su tiempo de los más conspicuos intelectuales del país. El líder de este tiempo, actuando en una exigente sociedad, debe poseer una cultura general y mostrar, por lo menos en una de las ciencias del saber, un aceptable dominio.
Esto evitará que los monopolizadores de la cultura, especialmente los técnicos, les impongan líneas que frecuentemente se apartan de las necesidades sociales y del sentido de la oportunidad. Competente para manejar gente y para dirigir equipos de trabajo, flexibilidad con sus subalternos y pragmático en sus decisiones.
Finalmente, el nuevo liderazgo debe ser humanitario. Esto es fundamental. La sociedad dominicana, donde más de dos millones de personas son prácticamente indigentes, no puede manejarse con el cálculo económico del jefe de fábrica, para quien el aspecto humano no tiene sentido más que como capital variable, como parte de un engranaje para producir ganancias.
Un líder que no tenga en cuenta la realidad del país, país pobre, desnutrido, sin educación y salud y con grandes carencias en materia de seguridad social, no tiene perspectivas como dirigente.
Un líder que no tenga relaciones internacionales en un país que como el nuestro está vinculado al exterior por miles de vasos comunicantes, difícilmente podrá empeñarse en planes de desarrollo que tengan reales posibilidades de éxito.
El populismo como corriente política difusa correspondiente a la burguesía nacional, en términos históricos, está acabado.
La demagogia y el chantaje, como armas políticas, escudándose en el sentimiento popular están desacreditadas.
Pero la parte humanitaria del populismo, en el sentido de propiciar la ayuda fraternal al desheredado, la solidaridad humana con los pobres, independientemente de sus motivaciones, jamás deberá descartarse, por lo menos, mientras la sociedad dominicana esté dividida en grupos sociales en una minoría que dispone de todo para vivir y una inmensa mayoría de infortunados, porque ellos lo han querido así, sino porque la propia estructura social de clases de la sociedad así lo ha determinado.
¿Nuevo liderazgo? Nunca nos cansaremos de repetirlo. Cada sociedad alumbra los líderes que merece y en épocas de grandes convulsiones. La nuestra parece encaminarse hacia mesetas de madurez que atendiendo las nuevas condiciones internacionales, necesita de dirigentes que conozcan a fondo estas condiciones y sepan manejarse con paciencia, competencia y humanismo, para poder triunfar.
Y ciertamente, estos dirigentes están ahí. Para descubrirlos no hace falta la linterna de Diógenes. Basta un poco de sentido común. Y menos arrogancia.
( Escrito hace 31 años, pero ha resistido el tiempo y guarda toda su vigencia)